viernes, 19 de abril de 2013

DIOS ES SOLIDARIDAD ( M. Bruque)


  
Volvimos a encontrarnos en la clase y quise retomar el tema que dejamos el otro día en el aire
Hoy fui yo quien abrió el tema y les conté la historia real que acababa de compartirme una persona amiga.
Me contaba que se sentía triste y preocupada.  Quise contarles el caso para que fueran los mismos chavales los que me dieran la respuesta a lo que el otro día me planteaban.
Me cuenta esta persona amiga que, lleva observando a una familia muy pobre, de esas que existen escondidas en los pueblos, que no aparecen por ningún sitio, que no aparentan ni dejan traslucir la tragedia por la que atraviesan... De esa gente que, a pesar de llorar por dentro, sonríe por fuera y es afable y servicial con todo el mundo.
La esposa llegó a su tienda y le pidió un pan y unos tomates; era lo único a lo que alcanzaban los 1´20 € que tenía, para poder comer ella, su esposo y los tres hijos que tienen.
Al verla, con la tristeza que le marcaba el rostro le preguntó:
-¿Qué te pasa?
-“Me encuentro muy mal, ya no nos queda nada, nos hemos comido todo lo que teníamos, mi marido no encuentra trabajo, lleva así cuatro años, ya no tenemos derecho al paro, a mí me da vergüenza pedir más en Caritas, ya no sabemos qué hacer, debemos dos meses de alquiler y ya nos ha venido la orden de salida de la casa vieja donde vivimos, que tú conoces… Tenemos que salir esta tarde y no sabemos dónde vamos a dormir esta noche”.
-“Le he llenado el cesto –me contaba la dueña del establecimiento- y le he dicho que vuelva mañana a llevarse lo que necesite…”
Pasado el mediodía vuelve a llamarme para contarme el episodio completo:
-“Mira –me dice- cuando la vi salir de la tienda llorando, con su cesto en la mano, se me partió el alma. Después de comer me he ido a su casa, he visto la situación de desamparo en la que se encuentran, todos llorando, sin saber qué hacer, en una absoluta indefensión y sin encontrar un trabajo para poder vivir dignamente… Me he ido al dueño de la casa que, malhumorado, me ha dicho que él no está para sostener a vagos; le he dicho que le dé un trabajo para que puedan pagar siquiera el alquiler y, como no he podido hacerle entrar en razón, eché mano a mi cartera y pagué los 500 € que deben de los dos meses. Me he ido después a la casa y les he dicho: No se os ocurra sacar nada de aquí. Ya está el alquiler pagado.
Se me han colgado todos, llorando, abrazándome, y allí me los he dejado llorando.  ¿Tú qué opinas, Meli?”
No me ha quedado más que una palabra como respuesta: ¡Que Dios te bendiga!
Ese es el único testimonio válido y comprensible que entiende el ser humano y que nos hace creíbles. Lo que dice sabiamente el refrán popular: “Obras son amores y no buenas razones”.

Ahora, pensando despacio, veo en estas dos personas: la que se ve entre la espada y la pared y la que se le remueven sus entrañas de misericordia y sale al paso, esa cantidad inmensa de gente que sufre en silencio y no da a conocer su dolor y, la otra cantidad enorme de gente que comparte su vida sin estridencias y sin bombo ni platillos y, gracias a ellos, más de medio mundo puede subsistir.
Pero junto a estos dos casos, que muestro de primera mano, que son un reflejo del dolor de Cristo, que vive su viacrucis y, del amor de Dios que se hace presente, en tanta gente buena como ésta de la narración, nos encontramos en el otro extremo la imagen de los cínicos, de los epulones, de los asaltantes, de los ladrones, de los que no tienen conciencia y se burlan del pueblo, avasallan al pobre, prefieren dejar vacía y hundiéndose una vivienda, antes de que otro la pueda usar, no les importa el dejar en la calle a una familia, se roban el dinero de los pobres, destruyen los puestos de trabajo y dejan hecho un solar en ruina una nación… mientras se llevan los millones y dejan en la miseria a un país y ellos, con grandes sueldos sacados del pueblo, ocupan portadas de periódicos y primeros titulares de noticias en todos los medios de comunicación…
Estos mismos son los que incitan al pueblo a que pierda, incluso,  su confianza en Dios, a que le vuelva la espalda, para que, el único consuelo y la única fuerza que le queda para levantarse, también lo pierda y se sienta hundido y sin remedio.
El gesto de esta persona es una especie de grito de esperanza y de alegría: en esta persona quedan retratadas los millones de personas que están haciendo posible la vida en este mundo, y su gesto se convierte en una denuncia de los otros millones que son la vergüenza de este mundo.

DIOS NO ES UN FANTASMA (Melitón Bruque)


 
Estos días discutíamos en la clase de historia de las religiones con los muchachos y, la gran mayoría de ellos, gritaban y decían barbaridades, porque –según ellos- “Si es verdad que existe Dios, no puede permitir que dejen en la calle a todos esos que los bancos echan fuera de sus casas y los dejan sin nada… y Dios se queda tan tranquilo”.
Yo les decía que estas cosas ocurren, porque nosotros damos lugar a que los legisladores, que nosotros mismos ponemos en el poder, los dejamos que hagan esas leyes que permiten que todo eso ocurra…

Pero ellos se cerraban y decían que “Dios tiene que hacer un milagro y no permitir que eso ocurra, si es que es verdad que existe y es todo amor, como dicen los curas”. Si no lo hace, es que eso es un rollo 

En plena  discusión se me agolpaban muchas ideas, pero ellos hablaban todos a la vez y no había cómo reconducir un razonamiento; cuando ya pudimos serenar el ambiente, pude contarles aquella historia del joven inquieto que –como ellos- deseaba encontrar a Dios y seguir sus huellas; alguien le había dicho que, cuando llegara a encontrar a Jesús, sería tan grande y poderoso como él, que podría hacer los mismos milagros y hasta cambiar el mundo, si es que se lo proponía.

El joven, entusiasmado, se dedicó a buscar a Dios en todas las iglesias, a leer todos los libros que caían en sus manos, intentando dar con la clave que lo hiciese parecido a Jesús.

Un día se acercó a un sacerdote anciano y le preguntó dónde podría encontrar a Jesús, pues quería seguirlo hasta las últimas consecuencias. El sacerdote le aconsejó:

-“Date una vuelta por la ciudad y observa todo lo que encuentres a tu alrededor, ahí te vas a encontrar a Jesús a cada paso”.

El joven se marchó e hizo caso al anciano sacerdote: estuvo varios días dando vueltas por la ciudad, observando detenidamente todo lo que veía, pero cada día volvía a su casa más indignado y asustado.

A la semana volvió a encontrarse con el sacerdote que le preguntó:

-“¿qué encontraste en tus paseos por la ciudad?”

-La verdad es que lo que vi fue un infierno, en lugar de encontrarme a Jesucristo

-A ver: Cuéntame lo que has visto.

- Vi cómo dos niños hambrientos y harapientos pedían limosna, mientras su madre, una extranjera, los vigilaba en una esquina. Yo pensaba: estos niños deberían estar en la escuela… pero sus mismos padres los están explotando.

Un poco más adelante vi cómo a una anciana, un joven se acercó por detrás, le dio un empujón, la tiró al suelo, le robó el bolso que llevaba y salió corriendo… yo me sentí lleno de rabia al ver el atropello, y me dio mucho coraje ver la maldad de aquel joven y la pobre anciana rodando por el suelo sin ayuda de nadie, por un momento pensé que podría ser mi abuelita o mi misma madre.

Vi también cómo un hombre lo había atropellado un coche que salió huyendo y, el pobre se quedó tirado en la calle, chorreando sangre por la pierna, sin poder andar… ¡y nadie se acercó a ver lo que le había ocurrido!, mientras tanto, el pobre hombre daba gritos de dolor; el conductor del coche es un chuleras que yo conozco.

Entonces el sacerdote anciano preguntó al joven inquieto:

-¿Y qué hiciste con esos niños que pedían limosna y que te diste cuenta que eran explotados?

-¿Y qué quiere usted que hiciera?

-Hombre, podías haberte acercado a un policía y denunciar lo que estaban haciendo con esos niños…

-Sí, ¿Qué quiere, que luego me cojan los de la mafia y me hagan algo?

-¿Y qué hiciste con la anciana que le empujaron y le robaron?

-Yo esperé que viniera algún policía, pues no iba a meterme yo por medio, para que creyeran que era yo quien la había robado.

-¿Y con el que atropellaron y daba gritos de dolor?… ¡denunciarías a la policía al tipo que lo atropelló, pues dices que lo conocías!, o, ¿tampoco?

-¡Pues no!

-¿Entonces?

-Entonces… usted ya sabe: luego hay que ir al juicio, esto te complica la vida, quedas mal con la familia del que lo atropelló, que es una gente peligrosa…

- Es decir: te dejaste tirado en la cuneta tres veces a Jesús, mientras tanto, andas buscándolo de iglesia en iglesia, esperando que vaya haciendo de policía que persigue a maleantes y tú, esperando un milagro del cielo, que te arregle las cosas, te deje satisfecho y te diga que eres un santo. ¿No es eso?
 

Desgraciadamente este es el sistema que hemos montado, esta es la actitud que se ha establecido: nadie quiere saber nada de nada, todo el mundo escurre el bulto, todos cargan la responsabilidad a la autoridad competente y en último término, culpamos a Dios de que la misma autoridad competente escurra el hombro ante los atropellos y las injusticias realizadas en plena calle a vista de todos; podemos ver que, incluso, nada es real y evidente, ahora todo es “presunto”  y esperamos que venga Dios a arreglarnos las cosas; que haga algo raro para que nos deje desconcertados y nos demos cuenta que estamos equivocados; pero la verdad es que nuestra equivocación es justamente esta: buscar a un Dios que no existe, esperar que él haga lo que nos toca a nosotros, exigirle que arregle nuestros entuertos y, encima, culparle de ellos, esperar que él arregle el mundo que nosotros hemos desbaratado y que tampoco estamos dispuestos a mover un dedo para arreglarlo.

En todo caso, con Él podemos contar para que nos dé toda la fuerza, la ilusión y el coraje que necesitamos para hacer frente y solucionar los problemas que tenemos.