sábado, 29 de junio de 2013

RECOMPONER EL DAÑO HECHO (Melitón Bruque)


            Yo no sé qué le ocurrirá al resto de gente, pero a mí, cada vez que despido a alguien cuando muere, me queda siempre la interrogante de que pronto me ha de tocar a mí y, cuando me vaya, mi paso por esta tierra habrá sido como una tormenta de granizos que arrasa y destroza lo que coge, como una nube de agua que  pasa y no hace bien alguno, como una lluvia tranquila y fresca que empapa la tierra y la llena de vida… y mi recuerdo será los restos que haya dejado detrás del agua.
            Alguien se hizo la misma pregunta y, al centrarse en su vida, le dio miedo ver los restos que estaba dejando, e intentó recomponer las cosas antes de marcharse. A mí, concretamente, me hizo un bien enorme. 

            Llevaba varios días encontrándome a D. Modesto esperándome que abriera la iglesia para entrar un buen rato antes de que diera el primer toque la campana, para la misa de las siete.

            Lo veía siempre con su cuaderno escribiendo delante del sagrario y, cuando yo iba a dejar las llaves delante de la puerta del sagrario, siempre me lo encontraba con los ojos bañados de lágrimas.

            No me atreví a preguntarle si le ocurría algo, pero no se hizo esperar y uno de esos días, que fui a dejar la llave delante del sagrario, me cogió del brazo y me pidió que me sentara a su lado.

            -“Mire usted, no sé si hago bien o mal, pero aquí llevo ya mucho tiempo haciendo una lista de todas las cosas que he perdido en mi vida. Ahora últimamente, he querido venirme a hacer mi lista delante del Señor, para no justificarme, porque nadie mejor que Él sabe por qué las perdí y nadie mejor que Él me las puede recordar”.

            Limpiándose las lágrimas, fue  leyéndome lo que había escrito con dificultad en aquel cuaderno que quería entregárselo a un nieto por quien  tenía una predilección especial, pues era el que más se le parecía y no quería que llegase a arrastrar el dolor y la pena tan grandes que él estaba arrastrando.

            Y lentamente me fue contando cosas, mientras se limpiaba la nariz y las lágrimas:

                        -“Yo fui un joven como todos y me creía que me iba a comer el mundo y no quise estudiar porque consideraba una pérdida de tiempo pues yo consideraba que tenía que gozar la vida. Mi madre murió y fui un tormento para ella, nunca le di una alegría, siendo la persona que más he querido en mi vida”.

                        -“Me enamoré de una chica y soñaba con ella, pero los amigos, la diversión, los planes y el vicio no me dejaban tiempo para centrarme y decirle que la quería; se fue del pueblo y nunca más la vi; es algo que no me he perdonado nunca”.

                        -“Me ofrecieron un trabajo que tenía un buen futuro, pero me exigía levantarme temprano y organizar mi vida, y no lo acepté porque no estaba dispuesto a sacrificarme un poco…Me tuve que quedar en casa sin oficio ni beneficio dependiendo siempre de mis padres hasta que me echaron fuera de la casa”.

                        -“Me metí con un grupo de amigos que se enrollaron en asuntos feos y di lugar a que hicieran un daño enorme a dos familias y que entraran personas inocentes en la cárcel, por no ser valiente, enfrentarme y decir la verdad”.

                        -Me ofrecieron la oportunidad de ir  a misiones con una ONG ayudando a la gente que lo pasa mal y nada más que pensar que me iba a suponer un sacrificio y que iba a estar amarado a una responsabilidad, dije que no.

                        -“Me casé porque ya no me quedó más remedio y he sido un zángano con mi mujer y mis hijos, a quienes no he hecho otra cosa que causarles dolor y tormento: nunca tuve una palabra tierna con ella ni con mis hijos, nunca fui capaz de reconocer todo lo que han hecho por mí, nunca fui capaz de dar las gracias y reconocer que me he equivocado, nunca me he sentido útil en mi casa, haciendo algo con cariño; nunca dije a mi mujer que la quiero, porque ha sido lo que más he querido en la vida y he dado lugar que se me muera sin haberle dicho lo que la quiero. Tampoco se lo he dicho a mis hijos”.

                        -“Ahora no hago más que preguntarme: ¿qué he hecho con mi vida? ¿En qué la he empleado? ¿Quién y por qué me recordarán? Quisiera que me pongan en la lápida de mi tumba: “Aquí yace el que perdió la vida y solo encontró la muerte” 

            Me estremeció la confesión de Ernesto, quien me dijo que no tenía dificultad de que la publicara, por si a alguien le podía servir como advertencia que no vale la pena haber nacido y perder la vida.
            Pues aquí dejo el encargo de Ernesto, para que cada uno pensemos un poco cuántas cosas dejamos de hacer, que serían un brote de alegría, una ráfaga de viento fresco, un regalo que  invite a vivir a los que nos rodean.

LA ASIGNATURA DE LA ESCUCHA

  
Hace unos días tuvimos que suspender una reunión que venía anunciando durante dos semanas, y cuando llegó el momento, asomaron dos personas de las 20 que debían venir ¿Qué ocurrió? Nadie se había enterado de la hora, a pesar de haberlo dicho en público y tenerlo escrito en la puerta del local donde nos teníamos que  reunir.
            Cuando nos encontramos, en la segunda convocatoria, todos coincidíamos en que nadie había puesto atención el momento en que se dijo; cada uno estaba en su historia y después se habían olvidado. Tuvimos que proponernos escribir una carta y enviarla por correo cada vez que se convocara, pues la experiencia nos da que, siempre que se da la noticia a viva voz, hay un gran porcentaje que no se entera.
            Y es que el problema estriba en la poca atención  que prestamos a la palabra de los demás; antes de que acaben una frase ya sabemos lo que quieren y por qué hablan; antes de que hablen ya nos conocemos y damos por hecho que no vale la pena lo que nos van a decir.
            Lógicamente, como no nos enteramos, deformamos las ideas y a la hora de transmitir el mensaje quitamos, ponemos, cambiamos y el mensaje llega completamente deformado.
            Puede servirnos de ejemplo esto que se cuenta como una historia  para reír, pero en realidad, es eso lo que producen nuestras actitudes: risa:     


            Se cuenta que en un cuartel el coronel encarga al comandante que dé la siguiente orden:
«Mañana a las nueve y media habrá un eclipse de Sol, hecho que no ocurre todos los días, que formen los soldados en el patio, en traje de campaña, para presenciar el fenómeno. Yo les daré las explicaciones necesarias. En caso de que llueva, que formen en el gimnasio».  

EL COMANDANTE pasa el encargo al CAPITÁN:

«Por orden del señor coronel, mañana a las nueve y media habrá un eclipse de Sol, según el señor coronel, si llueve no se verá nada al aire libre, entonces en traje de campaña el eclipse tendrá lugar en el gimnasio, hecho que no ocurre todos los días. El dará las órdenes oportunas».  

EL CAPITÁN da la orden al TENIENTE:

«Por orden del señor coronel, mañana a las nueve y media en traje de campaña inauguración del eclipse de Sol en el gimnasio. El señor coronel dará las órdenes oportunas de si debe llover, hecho que no ocurre todos los días. Si hace buen tiempo y no llueve, el eclipse tendrá lugar en el patio» 

EL TENIENTE encarga al SARGENTO:

«Mañana a las nueve y media, por orden del señor coronel lloverá en el patio del cuartel. El señor coronel en traje de campaña dará las órdenes en el gimnasio para que el eclipse se celebre en el patio».

EL SARGENTO ordena al CABO:

«Mañana a las nueve y media, tendrá lugar el eclipse del señor coronel en traje de campaña por efecto del Sol. Si llueve en el gimnasio, hecho que no ocurre todos los días, se saldrá al patio». 

EL CABO al final  le dice a los SOLDADOS:

«Mañana, a eso de las nueve y media, parece ser que el Sol en traje de campaña eclipsará al señor coronel en el gimnasio, lástima que esto no ocurra todos los días».
 

            El problema se agrava aún más cuando ya, no solo cambiamos el mensaje, sino que, además metemos cosas de nuestra cosecha, y lo que transmitimos es nuestra interpretación de los hechos o de lo dicho, con lo que al final se monta un chisme que, dependiendo de su gravedad puede hacer un daño enorme.
            Volvemos a reafirmar lo importante que es para la vida  el aprender a escuchar, a hablar, a ser fieles a la verdad. Esta es una asignatura que toda la humanidad tiene pendiente y que no deberíamos dejar que alguien pasara por la vida sin haberla aprobado.

DEPENDE DE LA ENVOLTURA (M. Bruque)


 
Es impresionante ver la cantidad de problemas que  se montan por una mala interpretación de algo que se escuchó o que se dijo, de una forma un poco inadecuada, hasta el punto que a veces resulta imposible ponerse de acuerdo cuando en el fondo se está diciendo lo mismo y se pretende lo mismo.
Cuando este manejo del lenguaje y de las formas no se utiliza correctamente en las relaciones humanas, puede ser la causa de innumerables problemas, mientras que por otro lado, el lenguaje es el instrumento más eficaz que tenemos para entendernos las personas, ponernos de acuerdo y compartir la vida y hasta ser felices.
Pensando un poco en la situación que vivimos, en la que todos estamos de acuerdo que no se puede continuar así, que no nos queda más remedio que cambiar, que  tenemos que tomar otras actitudes y emprender otro camino… Todos dicen querer lo mismo, todos buscan lo mismo, pero no todos entienden y plantean las cosas de igual forma.
Para escenificar el problema vamos a contar una historia sencillita que circula por ahí, como hacemos cada día, y que nos refleja perfectamente la idea que queremos exponer:
 

            Se cuenta que un rey tuvo un sueño muy desagradable en el que veía cómo tosía y se le caían los dientes, expulsándolos en cada golpe de tos.

            El rey había oído decir que cada sueño tenía su explicación y que muchos de ellos eran premoniciones; preocupado, llamó al jefe del gabinete de sicología del palacio real para hablar con él.

            El experto en sicología, escuchó atentamente al rey y después de escuchar el relato de su sueño, fue tomando notas y, por la tarde, le dio el resultado: “la caída de los dientes es un signo de muerte en el entorno familiar; es muy probable que ocurra alguna desgracia entre sus familiares más allegados”

            El rey, al leer el informe, se sintió molesto, pensó en sus hijos y en sus hermanos y se dijo a sí mismo: “Este tipo es un vividor y  un estafador que se gana la vida asustando a la gente, no va a durar aquí ni un día más”. Y lo expulsó del servicio sin darle opción a más explicaciones.

            Pero el rey seguía preocupado por el sueño y llamó a otro de los sicólogos del equipo; siguió el mismo protocolo que con el anterior y después de contar su sueño, el experto le contestó: “Con mucho gusto le haré un informe del significado de esas imágenes que ha tenido en el sueño”.

            Al día siguiente llegó el experto en interpretación de sueños con el siguiente informe: “El sueño que ha tenido es un augurio de felicidad para su majestad, pues ante la desgracia que se anuncia en su familia usted saldrá ileso de todo problema”

            El rey leyó el informe y se quedó tranquilo y satisfecho ordenando inmediatamente una subida de sueldo para el funcionario y la ubicación en la jefatura del departamento.

            A la semana siguiente, cuando se supo lo ocurrido, un compañero del equipo de sicología, que conocía el veredicto de los dos, se quedó maravillado al ver la respuesta del rey: ambos habían dicho la misma cosa, pero de diferente forma y a uno lo castigó mientras que al otro lo premió; no pudiendo contener la admiración le preguntó al compañero: ¿Qué explicación le das al hecho?

Ninguna –contestó- todo depende de la forma de decir las cosas. La verdad es siempre la misma, pero si la lanzas con odio a la cara de alguien lo lastimas y te responde con violencia, en cambio, si la envuelves en ternura y comprensión, se convierte en un regalo agradable.
 

            ¡Qué verdad más grande! Y ¡qué necesidad más urgente tenemos todos de aprender a dialogar y a escuchar con atención y, sobre todo, a ponernos en la situación del otro/a para entender lo que nos dice y por qué lo dice.

            Si nos damos cuenta, el porcentaje mayor de problemas que tenemos en la vida es justamente por no escuchar, por interpretar desde  nuestros prejuicios y no desde la realidad del otro/a y, así montamos argumentos dignos para una guerra, de aquello que no pasó de ser una símple anécdota que malinterpretamos, o que no tuvimos la suficiente paciencia para terminar de escuchar lo que nos decían.

miércoles, 12 de junio de 2013

LA PRUEBA DEL ALGODÓN (M. Bruque)


            En estos tiempos de crisis, cuando la falta de dinero se convierte en  una obsesión y, sobre todo, cuando el trabajo está tan difícil, los esquemas  tradicionales ya no bastan  ni ofrecen  seguridad; entonces, uno de los problemas más grandes que se presentan, es justamente el poder encontrar gente en la que se pueda confiar y en la que podamos  apoyar responsabilidades, pues llevamos mucho tiempo en  que, sistemáticamente, se han ido destruyendo todos los valores con los que las personas  nos podíamos presentar en la vida.
 Estamos viendo cómo el valor del trabajo se ha destruido  y se ha tirado por los suelos, hasta el punto que se ha devaluado de  tal forma, que nadie lo quiere.  Pero al devaluar el trabajo, que es una de las expresiones más grandes con las que el hombre expresa su dignidad y grandeza, todo se trastorna y se entra en  un mundo imprevisible, pues al degradar a la persona , han entrado en juego y se han venido abajo otros valores que se han convertido en especie rara y casi extinguida, como es el valor de la honradez, de la fidelidad, de la lealtad, de la dignidad, sin los cuales es imposible avanzar en ningún aspecto de la vida, pues sin ellos, las relaciones humanas se convierten en una auténtica jauría.
Metidos en esta onda, me cuenta un amigo que, hace poco, montó un negocio y me dijo cómo había cambiado el método que había utilizado para elegir a la gente, prescindiendo de la tradicional entrevista en la que se suele poner el acento, como es en la desenvoltura, en el curriculum, incluso en el aspecto físico…
 

“Sus empleados no lo conocían; puso a su hijo de encargado y a todos los puso en un periodo de prueba de un mes: pasado el mes, les haría el contrato, pero los valores que él había evaluado eran otros: durante ese primer mes, 4 personas habían pasado por la caja, por la que él pagó, haciéndose pasar  por un pobre hombre ignorante; tres de ellas le devolvieron un cambio inexacto cuando él  les dio un  billete mayor y se disculpó porque había creído  que era menor el precio, y les volvió a dar otro, preguntándoles si había bastante; tres de aquellas personas lo engañaron y se aprovecharon con toda la cara dura del “pobre ignorante”, jugándose el puesto de trabajo.

En el periodo de un mes pasaron cinco personas por la vitrina expositora de los productos; se les indicó que aquello debía mantener una limpieza absoluta, pero si no se les imponía, no se les ocurría pasarle un trapo, para limpiarla al final de la jornada, pues decían que no habían sido puestas para limpiar, sino para vender. Al final se quedó una persona mayor que sentía que aquellos productos, dedicados  a la alimentación, debían estar bien cuidados,  por respeto a la gente que los consumiera.

En la caja se quedó un joven que, habiéndome dejado la cartera con la tarjeta de crédito y bastante dinero en ella,  cerró la caja, y salió a la calle corriendo en busca mía para devolverme la cartera”.  

            La verdad es que,  contar esto como algo excepcional, resulta vergonzoso, pues debería ser algo tan normal que, lo contrario, debería ser la excepción que merecería un profundo análisis y, en último término un castigo.
            Pero  hemos dado lugar a que sea completamente al contrario: estamos viendo que actuar con honradez, con respeto, con fidelidad… es cosa de tontos, hasta el punto que, si en el trabajo practicas estas virtudes, los ismos compañeros te insultan y se burlan y, puestos a mirar el espectáculo que a diario estamos viendo, es triste ver cómo el ir por el camino legal y de la honradez, no te lleva a ningún sitio, en cambio el atropello y hasta la misma delincuencia,  encuentra siempre  la defensa, la disculpa y hasta la justificación; de todas formas, yo apuesto por la honradez, por la justicia, por la verdad, por el respeto, por la fidelidad, por la lealtad… que es lo único que engrandece a la persona y la identifica como alguien

“PONGÁMONOS DE ACUERDO”


Con frecuencia nos encontramos con personas que lo pasan mal, que los vemos que no pueden levantar cabeza y que cada vez les van las cosas peor  y parece que todo se  confabula para ponerse en su contra.

Estoy pensando en un joven que  tiene montada la bronca contra su padre y, por parte del padre está montada también la oposición contra su hijo: ambos se quieren mucho y, los dos quieren lo mejor para ambos: el joven es un chaval muy interesante, con grandes cualidades y con unos deseos de aprovechar la vida al máximo y ser un hombre de provecho, únicamente le ocurre que. algunas cosas no las tiene muy claras y anda con un grupo de amigos, que son la desgracia del barrio: en todos los asuntos oscuros aparecen como protagonistas; están fichados  por la policía y a cada momento los tienen  retenidos en la comisaría; él no quiere ver  la actitud de estos amigos, los defiende y todo se  lo justifica y lo apoya, incluso  muchas cosas las comparte: no está dispuesto  a dejarlos, a  cortar con ellos, ni a echar una mano en su casa; tiene unos modales inaceptables con sus padres y con la gente; no quiere estudiar ni trabajar… pero todo lo justifica diciendo que él no quiere entrar en el tema de la droga y que no lo va a hacer por nada, por lo tanto, sus padres  deben estar agradecidos.

            Lógicamente, el padre que conoce todas sus cualidades, quiere sacarlo de ahí y que tome otro camino. No desaprovecha el más mínimo detalle para aconsejarle y echarle en cara estas amistades y la influencia que están teniendo en él; le aconseja que debe dejarlos, sacarlos de su vida y orientarse por otro camino; Le advierte que mientras él siga así, que no cuente con él para nada.  Ambos se fastidian el uno al otro y se echan  en cara sus actitudes, cuando en el fondo ambos buscan y quieren lo mismo.

            Resulta imposible ponerlos de acuerdo o sentarlos a hablar tranquilamente, ambos tienen toda  una historia de prejuicios  para acusarse y echarse en cara.

 

            Les ocurre como aquel que llama a un vecino para que le ayude a sacar un sofá de una habitación para meterlo en la otra. Cada uno se coloca en un extremo  y ambos empiezan a darle vueltas de un lado y de otro pero el sofá no atravesaba la puerta  por ningún sitio.
            El dueño del sofá estaba  completamente extrañado pues, los que se lo trajeron, lo entraron en la habitación sin dificultad alguna y, aquella puerta no se le había tocado.
            Después de varias horas dándole vueltas,  intentando que atravesara el sofá por la puerta, se sentaron exhaustos, decididos a  desistir del intento. El dueño del sofá le dice: “Amigo, dejemos esto, porque vamos a terminar hechos polvo y no vamos a poder sacar esto de aquí.
            Al escuchar lo que decía, el vecino se quedó perplejo y le contesta:  “Pero…  ¿es que se trataba de “sacarlo”?
           

            Efectivamente, esta es la historia de muchas situaciones en la vida: en el hogar, en el trabajo, en la religión, en la política, en, en cualquier situación en donde las personas tienen que ponerse de acuerdo; con mucha frecuencia es fácil encontrarse a gente preocupada de lo mismo pero incapaces de ponerse a hablar y quedar de acuerdo para empujar en la misma dirección y resulta que: mientras unos quieren  meter el sofá, otros quieren sacarlo, al final, se hace imposible  el proyecto por más fácil que sea; esto lo estamos viendo en infinidad de situaciones en donde la cosa es tan sencilla como sentarse a hablar, escucharse y ponerse todos de acuerdo para empujar todos en la misma dirección.