miércoles, 25 de junio de 2014

EL VALOR DE LA SINCERIDAD -Melitón Bruque-

   
           Estoy seguro que la gran mayoría ha experimentado algo que es de  mucha actualidad y que nos cierra y nos indispone para continuar aportando ideas: es el caso que a diario nos encontramos de hechos y palabras que constantemente estamos viendo y oyendo, que no tienen sentido y que muchas veces crean auténticos problemas; cuando nos acercamos a la persona que los realiza y le decimos que tenga cuidado, pues se está haciendo un daño a si mismo y está haciéndolo a su alrededor, vemos con tristeza cómo se indispone contra nosotros y hasta deja de dirigirnos la palabra.
            Otras veces expresamos nuestra idea en un grupo y de pronto vemos que hay unos cuantos que se molestan tremendamente por lo que hemos dicho y empiezan a buscarle el doble sentido a las palabras y a decir lo que jamás hemos dicho ni hemos querido decir… de forma que terminamos por encerrarnos y dejamos de expresar nuestra opinión, para evitar problemas con la gente.

 

            Cuando constato estas cosas, me acuerdo de una realidad que se vivió en un monasterio en el que el abad era un hombre de una calidad humana y moral excepcional, de tal forma que todos los monjes lo respetaban y le tenían un cariño verdaderamente paternal.

            Sus palabras eran tenidas como verdaderos tesoros que los monjes guardaban con veneración.

Como suele ocurrir siempre, uno de los monjes le buscaba siempre  el “pero” a todo lo que decía rompiendo  la armonía; siempre le sacaba punta a todo lo que decía el abad, pero tenía una cualidad: lo que sentía y lo que veía, lo expresaba con toda espontaneidad y, en cada reunión era siempre el que ponía la nota discordante, hasta el punto que la comunidad entera estaba molesta con él y hasta le hacían el cerco.

No obstante, él guardaba hacia el padre abad el mismo cariño, estima  y respeto que los demás, pero justamente por eso le advertía a cada momento de muchas cosas que no debía hacer.

            En un invierno frio y duro el monje “rebelde” (así le llamaban los compañeros) cogió un enfriamiento que se le complicó con una pulmonía y se murió.

            El padre abad se sintió profundamente triste y no pudo contener las lágrimas el día de su entierro y durante mucho tiempo se le veía la tristeza en su rostro, pues no podía soportar el dolor que le producía la separación de aquel hermano.

            En uno de aquellos encuentros comunitarios de oración, un monje le reprochó que lo estaban viendo muy triste y que eso estaba mermando fuerza en su entrega a la comunidad… Para consolarlo le dijeron: “El hermano era bueno, no lo negamos, pero también era el punto de discordia en la comunidad, a todo le ponía “peros”, todas sus interpretaciones y visiones él  las cuestionaba, realmente era un incordio para la comunidad…”

            A lo que el abad respondió: “Mi dolor no está en haber perdido a un hermano a quien yo quería y en quien no había doblez, pues su vida y su persona eran un libro abierto. Gracias a él, a sus advertencias, yo he podido caminar con rectitud; Yo sé con certeza que está gozando de la presencia de Dios, porque era sincero y leal; eso es una gran alegría. Mi dolor y mi tristeza, por tanto, no es por su partida, sino por la soledad en la que me encuentro, pues no sé qué es lo que hay en el corazón y en la cabeza de ninguno de ustedes; por otro lado, estoy triste por mi mismo, porque ya no encontraré a nadie que me incite a ser mejor, a superarme cada día, ni me avise cuando me equivoco”.

 

            Pienso cómo cambiarían las cosas si muchas situaciones y formas de mirar las viéramos desde uno y otro lado de distinta forma a como lo hacemos de forma que no nos sintiéramos agredidos ni tampoco fuéramos agresores, sino que entendiéramos que también los demás tienen una forma de ver las cosas que puede ser tan interesante como la nuestra y que, por tanto, merece la pena ser escuchada y dialogada.
            Por otro lado, no hay peor traición que aquella que te acogen con una sonrisa y por dentro están maquinando la muerte.

 

miércoles, 18 de junio de 2014

SIGNOS SIN SENTIDO Melitón Bruque


No hay cosa más inútil y absurda que mantener una cosa sin saber el sentido que tiene ni el por qué de su existencia ni para qué sirve; es algo así como aquel que tiene la manía de ir recogiendo cosas y guardándolas, por si en algún momento  puede necesitar de algo y, cuando quiere acordar,  su casa es un mercadillo donde  no cabe un alfiler y no sabe para qué lo quiere ni para qué sirve nada de lo que allí se amontona.

En esa onda nos encontramos a veces con cosas que se mantienen en la vida sin saber por qué ni para qué, pero que están ahí y que en ciertos momentos son un engorro inútil que nos impide hacer otras cosas importantes.

            Estoy pensando en aquella señora que era amante de los animales y de los niños con problemas, ¡¡Una gran persona!!

            Esta mujer tenía verdadera pasión por los animales;  vivía en una casa con un gran huerto y unas hectáreas de terreno baldío en donde podía tener todos los animales que quería y donde, con frecuencia, se veían niños jugando.

La señora  tenía un perro dálmata bellísimo, un animal que atraía la atención cada vez que salía con él a darle un paseo.

            Entre las amigas, con las que se encontraba a diario paseando  sus perros, empezaron a hablar proyectando hacer una fundación para ayudar a niños desprotegidos y quedaron de acuerdo, poniendo cada una parte de su capital en dicha fundación que llegó a consolidarse y hacer un bien enorme.

Con el tiempo, la fundación se convirtió en una congregación con sus estatutos aprobados por Roma y extendida en todo el mundo.

            En cada casa que se fundaba lo primero que se instalaba era un perro dálmata, era como el signo identificativo de la congregación, de manera que empezaron a hacerse estudios dentro de la congregación sobre el significado y la importancia de la presencia del perro, que en la gran mayoría de casas era un verdadero engorro, pues muchas de ellas no poseían las condiciones que gozaba la de la gran señora fundadora, sino que eran pisos pequeñitos en los que había que preparar una habitación exclusivamente para el perro, de forma que lo que en su inicio no fue más que un pequeño capricho sin importancia alguna de una persona, llegó a convertirse en un signo casi sagrado de una congregación, hasta el punto que, cuando en alguna casa se le ocurrió a la comunidad que la habitaba prescindir del perro, se la acusó de haber perdido el espíritu y el carisma de la congregación.

 

            Efectivamente, esto es una caricatura, una exageración y una estupidez… pero no está tan lejos de muchas posturas que se mantienen con cosas secundarias y ridículas  y que llegan a hacerse más relevantes que aquello que es fundamental en la vida y en una institución.

miércoles, 11 de junio de 2014

EL MIEDO A PRESENTAR NUESTRA PERSONA - Melitón Bruque-


            Es interesante detenerse a examinar  cuando alguien nos cuenta un relato de alguna discusión o un encuentro  violento que se haya tenido con alguien… ¿Se dan cuenta de la cantidad de detalles que se cuentan y que nunca se hicieron? Por ejemplo: empezamos a contar lo que le respondimos o lo que le dijimos, a alguien con quien tuvimos un encuentro un poco subido de tono. Pero si alguien estuvo en el debate, podría decir que más de la mitad de las cosas y expresiones que contamos, ni se hicieron ni se dijeron, sino que quedaron ahí calladas por miedo a muchas cosas, entre ellas, posiblemente a provocar un problema mayor y, cuando le decimos al que nos cuenta la trifulca: ¡Eso no se lo dijiste!, se nos queda parado y nos responde: “Hombre, ya te imaginas, no le iba a decir eso, pues ¡menuda se hubiera armado…!”

            Y lo mismo que ocurre en esos momentos, nos vamos guardando en nuestra vida un montón de cosas que, después, cuando las recordamos, muchas veces hasta nos arrepentimos de no haberlas dicho o hecho, pues nos hubieran evitado problemas mucho mayores que los que en un momento quisimos evitar.

 

            Me viene al recuerdo aquella reunión de directivos de una empresa en la que fueron convocados todos los gerentes de las sucursales de una gran multinacional.

            El jefe supremo estuvo hablándoles de tácticas de mercado, de la situación económica tan delicada por la que se atravesaba y, por lo tanto del cuidado con que debían tratar a los clientes, de forma que todos debían esmerarse para adquirir un equilibrio emocional y una delicadeza extrema; para ello, incluso iba a programar cursos de autocontrol y de relaciones humanas, pues entendía que en la situación por la que se atravesaba, eran tan importantes como la calidad del producto que vendían.

            En la mesa donde estaban sentados para la conferencia, habían servido unas bandejas con unos pastelitos y unos aperitivos que llamaban la atención, para que los participantes fueran cogiendo a gusto mientras escuchaban el discurso y compartían ideas.

            Pero ante el tema que se venía tratando y la insistencia del jefe supremo de la empresa, todos se mantenían muy “educados” y modosos, mientras los jugos gástricos se les revolvían a cada momento. Pero nadie alargaba a coger algún pastelito de la bandeja pues nadie quería distinguirse, de modo que pudiera levantar sospechas de que él no fuera capaz de contenerse, hasta el punto que muchos pensaron que aquellas bandejas estaban puestas allí como una especie de anzuelo para que el jefe pudiera constatar quienes no eran aptos para lo que se les estaba pidiendo al ver que no eran capaces de contenerse.

            Terminó la reunión y las bandejas estaban intactas, entonces el jefe medio decepcionado les dijo: siento el no haber acertado con lo que les puse en la mesa; yo quería que estuvieran a gusto el rato que estuvimos tratando el tema, pero me atrevo a pensar dos cosas: 1ª no buscándole ninguna malinterpretación, que no les gustó lo que les ofrecí y la 2ª que no han querido distinguirse para no quedar mal delante de mi y, en ese caso lo han hecho horrible, porque no se han manifestado con naturalidad, porque han estado haciendo juicios malintencionados y porque han estado aguantando un deseo que no han satisfecho y ahora se van a ir a un bar para satisfacerlo hasta con ira.

            A mi me hubiera hecho feliz el que ustedes se sintieran satisfechos y contentos, con esos aperitivos en sus estómagos, que los recuerden con gusto y alegría, antes que se vayan con la mente desorientada, con el deseo insatisfecho, con ideas retorcidas, con juicios incorrectos, con intenciones maliciosas… pues eso no puede generar nada bueno y se van a sentir indispuestos para lo que hagan, esa no es la mejor forma de presentarse en la vida.

 

            ¡Y esto es cierto! Pues ¡cuántas veces le buscamos las cinco patas al gato, cuando no tiene más que cuatro y decimos lo que nunca se dijo!, pero que creíamos que se debía haber dicho y hacemos problemas donde no los hubo jamás.

            Al final, se trata de un  deseo de venganza insatisfecho, de un momento de ira que no pudimos desfogar, de una palabra que callamos y que creíamos necesaria para aclarar algo, también un querer guardar ciertos modales que mantengan la imagen que deseamos… y dejamos de ser nosotros mismos que es la mejor carta de presentación que podemos hacer en la vida.

 

sábado, 31 de mayo de 2014

HACERSE NOTAR

Es curioso ver algo que se va generalizando y que se está convirtiendo en monotema por todas partes donde nos acercamos: ahora, cuando no tenemos de qué hablar ya no echamos mano al recurso del tiempo, ahora todo el mundo habla de sus dolores o de los políticos y esto es señal bien clara de que ni la salud ni la política funciona bien, pues cuando en el cuerpo todos sus órganos están perfectamente, ni nos damos cuenta que existen,; empezamos a aprender su nombre y su ubicación el momento que se dañan y empiezan a crear trastorno, entonces empezamos a quejarnos y a hablar de ellos.

            En la política ocurre exactamente igual: cuando alguien se corrompe o deja de realizar la función para la que se presentó y se le dio la confianza, empieza a crear malestar e irritación pues, como ocurre en el cuerpo, lo estamos alimentando para que realice su trabajo y no para que se corrompa o se meta en lo que no es suyo.

            Hoy estamos viendo que ambos temas se han convertido en obsesión y es porque ambos están tremendamente enfermos y necesitarían entrar en la UCI.

            Al hilo del tema me recuerda una historia muy sencilla que cuenta Paulo Coelho de un monasterio en el que el padre abad, en una de sus charlas a los monjes, les decía:

 

                        -“Queridos hermanos, les invito a no decaer en el esfuerzo por ser honrados, humildes y sencillos  de tal manera que nunca tengan que ser recordados por nadie”

            Alguien del grupo muy extrañado por la expresión del padre abad le contestó: “Me sorprende que nos diga que no debemos ser recordados, cuando precisamente el honor más grande es el haber pasado por la vida haciendo el bien  y ser recordados por esto, de la misma manera como hizo nuestro Señor Jesucristo…”

            Entonces el abad  puntualizó: “En los tiempos en que todo el mundo era justo, honrado, sencillo y humilde, cada uno entendía que su mayor honra era cumplir con su obligación a la perfección y en hacer las cosas bien hechas, estaba su gozo más grande, pues veía que contribuía al bienestar de todos.

            Cada uno entendía que su mayor realización era dar lo mejor que tenía para el engrandecimiento del resto, pues el amor a su prójimo era la mayor alegría y satisfacción que producía la felicidad, con lo cual, nadie pensaba que estaba haciendo algo especial que mereciera el reconocimiento de los demás, pues estaba haciendo lo normal, lo natural.

            Todos vivían para todos, compartían el trabajo, los bienes y la alegría de vivir y a nadie se le ocurría acumular inútilmente cosas y bienes mientras otros estaban necesitados, pues entendían que en esta vida estamos de paso y es de tontos ir arrastrando lo que no te vas a poder llevar.

            Vivían juntos en libertad, compartiendo lo  que tenían, sin necesidad de cobrar nada, pues todos tenían lo necesario para vivir y la seguridad de que nadie iba a hacer daño a su hermano, o permitir que se sintiera mal, porque se amaban.

Por eso, nadie estaba preocupado de que sus hechos fueran recordados por nadie, pues consideraba que eso significaría que había dejado de hacer lo que era natural. No se entendía que la vida pudiera ser de otra manera.

            Cuando alguien no funcionaba así, se encendían todas las alarmas, pues se desequilibraba todo y no se podía entender que alguien no hiciera las cosas bien hechas, con lo cual, todos se fijaban en él y era recordado como el destructor de la felicidad, por eso, le pido todos los días a Dios que ninguno de nosotros tenga que ser recordado jamás por nada”.

 

            Sí, ya sé. Esto es soñar despiertos, pero no porque sea imposible, sino porque somos tan complicados que parece que no fuéramos capaces de vivir como no sea complicando la vida y haciéndola insoportable.

            Por otro lado, hemos llegado a tal extremo que, precisamente las alarmas se encienden cuando  nos encontramos con alguien que funciona en esos esquemas del cuento, pues lo normal se ha establecido  como todo lo contrario.
            La pregunta que yo me hago es la siguiente: ¿Es posible que hayamos llegado a tal punto de degradación de la persona que el BIEN sea considerado como una utopía o como algo nocivo para la vida y la convivencia del hombre?

LA PIEDRA EN EL ZAPATO -Meliton Bruque-


Con frecuencia nos encontramos  a gente que vive  dolida, resentida, amargada y deprimida y su único punto de consuelo es ir a desahogarse con “su” sicólogo, pues allí sueltan sus decepciones y sus recuerdos tristes y nefastos  en los que viven envueltos constantemente, como quien se levanta por la mañana, se mete en la bañera llena de agua calentita y allí se revuelca sin ganas de salir fuera, al mundo exterior, porque lo considera cruel y malvado.

En los tiempos que vivimos, estas actitudes proliferan hasta el punto que, cuando nos encontramos a alguien que mira la vida de otra manera, con optimismo, con alegría y con esperanza, con frecuencia se le llama idealista y fuera de la realidad.

Es bueno que seamos capaces de encontrar el equilibrio, pues tan nociva puede ser una postura como otra ya que ninguna es objetiva, pues ni todo lo que nos rodea es tan malo que no tiene algo aprovechable con lo que nos podamos sentir bien, ni es tan bueno que todo pasa con la misma alegría.

La vida es lo mejor y lo más hermoso que tenemos; el montaje que hemos hecho no es mejor ni peor, sino el escenario que hemos montado para vivir este regalo que tenemos que es la vida; todo va a depender de cómo seamos capaces de desarrollar el papel que nos ha tocado.

Lo que sí es cierto, es  que va a depender mucho para el desarrollo del papel, las condiciones que nos construyamos.

            Me viene al recuerdo la anécdota de aquella persona que, cansada de la vida, decide marcharse al campo, abandonarlo todo y cambiar radicalmente, pues no soporta lo que la rodea y quiere vivir otra vida…

 

            Se va a hablar con un ermitaño que vive en el monte y le plantea todas sus inquietudes pidiéndole un consejo para ver qué tiene que hacer para enfrentarse a este nuevo cambio de vida.

            El ermitaño le contesta: “si realmente estás decidido, se valiente, anda, vende todo lo que tienes, repártelo a los pobres y déjate en las manos de Dios: vente, cógete aquella cueva, cultiva el terrenito que tienes al lado y goza de la vida que Dios te regala cada mañana…”

            El aspirante a ermitaño fue a ver el lugar y le pareció lindísimo y bucólico, allí sembraría sus patatas, sus hortalizas y se dedicaría a la contemplación de la naturaleza y a la alabanza a Dios.

            Se volvió a su casa e hizo lo que le había aconsejado el ermitaño; a los pocos meses volvió con dos maletas llenas de cosas dispuesto a emprender su nueva vida.

            Cuando el ermitaño lo vio llegar le dijo: “Pero hombre de Dios, ¿A dónde vas con todo eso?... anda, vuelve y vendes todo eso y lo conviertes en joyas, te las cuelgas  y te vienes…”

            Extrañado por la respuesta del ermitaño, el aspirante se fue, hizo lo que le dijo y, cuando volvía, por el camino lo asaltaron, le quitaron las joyas, le dieron una paliza y lo dejaron medio muerto.

Llegó ante el ermitaño destrozado y, muy dolido, le dijo: ¿Por qué me pidió que hiciera esto? ¿Es que no se dio cuenta de que eso es un peligro mortal?

            -Claro que lo sabía, pero quiero que te des cuenta tú, que no puedes emprender un camino nuevo con toda la carga de tu pasado. Eso que te han hecho los ladrones es lo que te harán todos tus recuerdos, tus decepciones, tus caprichos, tus orgullos, tus ideas, tus egoísmos… ¿Por qué quieres guardarlos y esconderte en ellos? Si no te liberas de tu pasado, si no arrancas las raíces de tu dolor, si no barres de tu vida el resentimiento. No podrás gozar de la alegría que amanece cada día con la vida que Dios te da.

 

            Este mundo en que vivimos lo hemos cargado de demasiadas experiencias negativas y violentas, si es que no somos capaces de deshacernos de ellas, es muy posible que se conviertan en nuestro constante tema de dolor, algo así como cuando se nos mete una piedra en el zapato que no nos deja caminar tranquilos.

Quizás sea bueno que cada día que nos levantamos, seamos capaces de abrir los ojos, mirar con alegría, decirnos: “vamos a ver a quien hago feliz hoy y le arranco una sonrisa” y por la noche, cuando nos acostamos, quitar la “piedra” que se nos ha metido en el alma y nos tiene doloridos.

martes, 6 de mayo de 2014

ARBOLES PARA UNA GRAN OBRA DE ARTE Melitón Bruque


Eran dos árboles enormes plantados cada uno en un lugar de la montaña; ambos eran fuertes, de la misma especie, robustos, sanos, esbeltos, con una savia viva que les
pronosticaba largos años de existencia.

            Sus ramas y  sus hojas estaban completamente verdes y limpias de cualquier parásito de los árboles que se pudiera pegar en ellas y dañarlas, pero su limpieza no era debida a cualquier insecticida, sino que su limpieza se debía al agua pura y fresca de lluvia que con frecuencia caía en el bosque.

            Un día llegó un experto en maderas buscando  árboles que reunieran las condiciones que  necesitaba un artista, para un proyecto que tenía: hacer una piedad (conjunto  escultórico en el que irían Jesús muerto en los brazos de su madre y a su lado S. Juan y la Magdalena ayudándole a sostenerlo) Para esto necesitaba un bloque de madera de varios metros cúbicos.

            Mandó cortar  aquellos dos árboles enormes; podó sus ramas, y los fue cortando de acuerdo a las medidas que necesitaba para hacer el bloque.

            Se llevó los árboles a un secadero, con una temperatura especial, donde los tuvo un tiempo determinado; después los fue sometiendo a una serie de procesos de secado y esterilización contra todos los gérmenes y polillas que suelen atacar a la madera y contra todos los procesos de degradación que suelen pudrirla o deteriorarla como pueden ser la humedad, el sol, el agua, la erosión del tiempo, la sal… de esta forma los fue haciendo resistentes a todos los avatares que pudieran presentarse,  hasta el punto de coger una consistencia tal, que podrían competir con  el acero y, al mismo tiempo, coger una textura que pudieran ser labrados sin dificultad y sin romperse o cuartearse

            Todo este proceso duró muchos años hasta que la madera estuvo preparada para  poder entrar en el taller del artista, quien cogió todos aquellos troncos rústicos y empezó a ensamblarlos, convirtiéndolo en un enorme bloque de madera de varios metros cúbicos.

            Después, el artista preparó sus herramientas para el tallado: cuchilla devastadora, cincel, afiló sus gubias, sus escoplos, su azuela…  y se decidió a preparar el material para su obra.

            Cuando ya tenía todo el material preparado, se sentó y se puso a programar el proyecto que tenía en su mente, haciendo el boceto y perfilando todos los detalles que  quería  darle a su obra.

            Una vez que tenía claros todos  los detalles, se puso frente a su enorme bloque de madera, que tanto tiempo había estado preparando y con tanto mimo, cogió su azuela y empezó a desbastar y a limpiar todas las astillas y todo lo que no servía para nada y comenzó a dar forma a su proyecto en  todo el bloque  de madera, de forma que pudiera empezar a  poner una base para la imaginación.

            Aquellos troncos enormes tuvieron que aprender a  estar juntos, a sostenerse unos con otros, a aguantar juntos, a sufrir juntos, a dejar a un lado los sueños que individualmente habían tenido y construir un sueño común y a sentir que eran un solo bloque para que de allí pudiera salir una verdadera obra de arte.

            Y el artista comenzó su trabajo: golpeaba, cortaba, mordía, lijaba, serraba… era todo una verdadera sangría, era todo dolorosísimo, pues le iba arrancando al bloque las tiras de madera… se acabaron los sueños, las ilusiones… aquellos troncos  no sabían qué ocurriría con ellos pues cada día que amanecía, el plan que se seguía era el del escultor, que cada día sorprendía con algo nuevo, inesperado, pero siempre doloroso.

            Fueron pasando los meses y los años y cada día iba tomando forma la obra y apareciendo  detalles que permitían  imaginar algo grande y hermoso, pero había que tener un cuidado enorme y estudiar cada golpe o corte que se hacía, pues  después de  lo hecho, no había vuelta atrás y cada pequeño detalle llevaba a otro y todo estaba en conexión.

            Después  de mucho dolor, cuando la obra estaba terminada, vino el momento de suavizarla a base de lija hasta dar brillo a todo  lo que se había hecho, de modo que aquel  bloque de madera no se parecía ya en nada a los troncos iniciales que se sometieron a  pruebas de secado, de curación y de endurecimiento de la madera, de unión entre ellos… ahora era algo impresionantemente hermoso, de una belleza sin igual, de un tacto semejante a la piel de un niño; pero para llegar a este estado, se necesitaron años de dolor, de esfuerzo, de espera, de someterse a pruebas increíblemente duras, de aguante y de confianza en el autor de la obra.
 

            Cuando miramos esta realidad, de algo tan simple como es la preparación de una madera para poder sacar de ella una obra de arte, automáticamente  nos lleva a trasladar el esquema a algo mucho más grande e importante como es la PERSONA y, en ella, LA EDUCACIÓN.

            Pensando en el proceso de la obra de arte: la madera es la PERSONA: para poder pensar en algo grande, no puedes dejarla que crezca y siga a su aire y a sus apetencias, sin prepararla para la vida, que va a ser el proceso de “esculpido”.

            El taller donde se talla la obra es la vida donde cada día es un reto nuevo que nos desafía y al que hay que responder intentando sacarle el máximo provecho, pues además de un reto es una oportunidad.

            La persona tendrá que  aprender a arrancarse de la situación de seguridad, dependencia e irresponsabilidad  en la que nace y vive en el hogar; tendrá que prepararse y hacerse fuerte para enfrentarse a la dureza de la vida, a los problemas que le han de venir, a mantenerse con criterios fuertes para no dejarse corromper; tendrá que aprender a vivir en sociedad y a trabajar en equipo y aguantar los criterios e inconveniencias  del que tiene a su lado; tendrá que aprender a escuchar y a colaborar, entendiendo que muchas veces su criterio ha de someterlo a otros criterios que tienen una amplitud mayor que la suya y a someter sus ideas en beneficio del bien común…

            Con estas cualidades no se nace, venimos con la aptitud para ello, pero hay que hacerlo funcionar e imponerse contra los instintos primarios que se rebelan y no  aceptan el someterse.

            Con estas aptitudes  nos sometemos a un proceso de aprendizaje para la vida y, cuando estamos en disposición, nos lanzamos a la construcción de nuestra obra personal que somos nosotros mismos y que acabará cuando ya estemos muy cerca de la muerte, que es cuando empieza a reconocerse todo lo que hemos hecho, el valor de lo que hemos hecho y la grandeza de lo que hemos alcanzado a construir… mientras tanto, la vida no es más que un camino de dolor, de lucha, de esfuerzo y, en rarísimas excepciones,  nos encontramos en momentos de gloria que, incluso nos cuesta aceptarla, porque vemos que siempre nos queda mucho por conseguir.

            La obra de nuestra personalidad termina de darle los últimos retoques  el  autor que  nos pensó: DIOS. De ahí los reconocimientos,  siempre después que hemos muerto.

            La obra  que realizamos como proyecto de vida, siempre se queda inacabada y si es que valió la pena, detrás vienen otros que la continúan y la van perfeccionando; si no valió la pena, desaparece con nosotros y podrá calificarse de fracaso todo el esfuerzo, la vida, la ilusión, la esperanza, los sueños que en ella empleamos… todo será paja que el tiempo quema con el fuego del olvido.

            No nacimos ni vinimos a este mundo para  pasar sin dejar huella, ni para terminar en el olvido; vinimos para ser artistas y hacer obras de arte que sean valoradas y conservadas por los siglos, porque en ellas mereció la pena emplear toda la riqueza de nuestra vida, el esfuerzo  y lo mejor que tuvimos, ya que de ellas seguirán bebiendo  los que vienen detrás y  deberán ser referente de ilusión, de esperanza, de sueños y de sentido de la vida.

            Cada uno de nosotros somos un árbol único, especial que nace y vive en un ambiente, que tiene capacidad para un sinfín de posibilidades, pero ha de prepararse para  realizarlas.

            En el taller de la vida donde  va realizándose  nuestra obra, el artista es Dios que se irá valiendo de todos los instrumentos que la vida presenta y con ellos nos tallando. Pero donde la “madera” no quiso someterse al proceso de preparación, será imposible  soñar con una obra de arte. Los latinos decían: “Quod natura non dat, Salmantica non prestat” (lo que no da la naturaleza, no lo da, la universidad  de Salamanca)

            De ahí la grave responsabilidad de los padres a la hora de enfrentarse a la educación de los hijos: si no los preparan para el taller de la vida, nunca dejarán de ser unos “ceporros” (troncos inútiles, amorfos, incapaces de otra cosa que no sea atizar un fuego)

 

 

jueves, 10 de abril de 2014

EL VALOR DE LAS COSAS


En un mundo en el que vivimos en el que el dinero ha llegado a establecerse como el único canon de valoración de las cosas, el gran peligro que tenemos es el de perder la capacidad de valora el sentido, el significado, la grandeza y la belleza de las cosas y hacemos reducciones a lo estrictamente pragmático. Es cuestión de que observemos cómo  ante cualquier cosa que se nos presenta: el aprendizaje de algo, una conferencia,  ciertas asignaturas en el curriculum escolar, incluso la misma catequesis que damos en las parroquias hay mucha gente que inmediatamente se pregunta: ¿Y para qué vale eso? O traducido en otras palabras: ¿Qué ventajas económicas me va a reportar eso?

         Y es una pena, porque cuando perdemos esa capacidad de valorar lo grande, lo bello, lo simbólico… estamos perdiendo  la alegría y la belleza de más de la mitad de la vida.

         Estoy recordando una historia muy sencilla, pero muy bonita, de alguien que escribió por ahí en las redes  y que expresa de una  forma muy  clara lo que estamos tratando: 

         Cuentan que la señora de un gran magnate tenía que asistir a una de esas cenas y fiestas de gala  en las que las grandes señoras lucen sus mejores joyas y vestidos de las mejores firmas; se había comprado un vestido especialmente diseñado en exclusiva  para ella por el  mejor modista del país; esperaba dar la nota en el encuentro y deslumbrar a toda la concurrencia, pero le faltaba un complemento importantísimo: el tocado de la cabeza con un sombrero adecuado al vestido que llevaba; visitó todas las casas de modas buscando el sombrero que hiciera juego con su vestido y no lo encontró por ningún sitio.
         Por fin decidió ir a consultar con uno de los modistas más importantes del momento y le expuso su problema. El modista la examinó, vio las fotos que le llevó del vestido y después de un breve análisis cogió un trozo de tela, le envolvió la cabeza y le hizo un lazo quedándole un tocado precioso combinando con el peinado.
         La señora se miró al espejo y se quedó sorprendida ante la belleza y el estilo con el que el artista había adornado su cabeza. Efectivamente, eso es lo que yo andaba buscando –exclamó llena de alegría-
         Después de alabar la maestría y el buen gusto del artista llegó el momento de tasar el tocado: “Bueno señor, usted dirá cuánto le debo por el lazo que me ha hecho”
         -No, es poca cosa: el estudio que le he hecho más el lazo se lo dejo todo solo en  100 €
         -¿Cómo? ¿Solo en  100 €? ¿Usted cree que un trozo de tela como el que me ha atado a la cabeza puede valer  100 €?
         - No se preocupe, señora, esto está resuelto inmediatamente.
         El modista cogió el lazo, lo deshizo, lo envolvió cuidadosamente y se lo entregó a la señora  diciendo:
         -Tome usted la tela, se la regalo, pues es verdad: esto no vale para nada, pero desgraciadamente es lo único que usted valora.

         Si nos damos cuenta, es exactamente lo mismo que nos pasa a todos cuando perdemos  el sentido profundo de las cosas que nos rodean: los detalles en casa, lo que nos hacen los amigos o los vecinos; el trabajo que realizamos… Hay cosas que el material no vale nada y lo que realmente tiene un valor incalculable no es material;  si no estamos capacitados para verlo  y valorarlo, nos perdemos la gran alegría y la belleza de más de la mitad de la vida.

         Afortunadamente para unos y desgraciadamente para otros, las cosas más grandes de la vida y las más entrañables de la persona no es el dinero el que puede determinar su valor

sábado, 1 de marzo de 2014

DIFERENTES PUNTOS DE VISTA


 
Estamos viendo una realidad que ocurre en todos nuestros pueblos y ciudades: en todos nos encontramos un  lugar donde todas las tardes se reúnen los hombres ya mayores y los que están parados y allí hablan de todo y dan sus opiniones; en muchos lugares a este lugar  le llaman “Parlamento”, en otros “lavadero”, en otros “mercadillo” y en alguno he oído que le llaman “gallinero”, de todas formas todos tienen una cosa en común, allí se habla sin orden ni concierto, se critica y se sacan todos los chismes del pueblo,  nadie escucha las razones del otro y nunca se saca nada en claro, pues en todos hay una cosa en común: la voz cantante la lleva siempre el que da más voces, no el que expone con sensatez los argumentos. Esto suele ocurrir también en algunos bares.

         En estos tiempos es muy común escuchar los análisis políticos que hace la gente sobre la realidad: concretamente el otro día en el bar, tres hombres hablaban de la situación que estamos atravesando y cada uno miraba desde un ángulo y defendía su teoría desde su punto de vista político:

         -Uno hablaba de España y decía que aquí no podemos tener miedo a nada, puesto que teníamos “aceite para freír  a todo el mundo” y con la agricultura que tenemos en Almería  nos reímos del mundo, y con nuestras playas que son la envidia del mundo entero… “El miedo nos lo está metiendo la derecha que teme que le quiten el poder”

         -El otro le discutía diciendo que Europa le teme a España “porque tiene universidades en todas las capitales y hay posibilidad de que todos los jóvenes tengan una formación superior a ningún país de Europa y es por eso por lo que Europa le hace la vida imposible…”

         El otro dogmatizaba diciendo que España desde siempre ha sido el país que más hombres sabios había dado al mundo y ponía como ejemplo a Cervantes, a Calderón de la Barca y al cantante Raphael, que es el gran fenómeno admirado por Rusia, pero la izquierda no lo quiere porque lo promocionó Franco…

         Allí se quedaron discutiendo y dando voces arreglando el país y yo, mientras me tomaba el café los escuchaba, me daba risa y sentía pena, porque desgraciadamente así es como arreglamos  nuestra situación; parecido a la discusión de montaron aquellos tres ciegos que,  animados por la propaganda de un circo que llegó al pueblo, uno de ellos fue a observar  del atractivo del circo: un enorme elefante que se dejaba hacer lo que el público quería.

         Subió el ciego al escenario porque quería saber qué era un elefante y lo pusieron delante; el ciego extendió sus manos y le tocó la cabeza con sus enormes orejas y sus dos colmillos que le salía cerca de una boca pequeñita. Quedó impresionado de lo que había conocido y fue a contárselo a sus otros  dos amigos ciegos que les hizo sentir la curiosidad y al día siguiente fueron al circo a palpar ellos el elefante. Cuando llegó el momento, los subieron y a uno lo pusieron a un lado del elefante y al otro en la cola; El que estaba al lado tocó al animal y sintió que la mano se hundía en una piel, le dio unos golpes con el puño y sentía que los pelos se le envolvían entre los dedos. El que estaba detrás se cogió a la cola del animal y comenzó a balancearse con ella.

         Los tres volvieron al día siguiente y empezaron en el “parlamento” a contar a los amigos lo que era un elefante: uno decía que era un árbol del que salían dos ramas y del que colgaban mantas para que se secaran.

         El que se puso al lado y estuvo dándole golpes en la panza decía que un elefante era un enorme tambor cuya piel tenía los pelos hacia afuera.

         El tercero decía que un elefante era una cuerda gruesa y muy fuerte que colgaba de un andamio con una brocha de pintar en la punta que sirve para balancearse y la brocha imaginaba que sería para embadurnarla de pintura y subirla con la cuerda el pintor que estaba sobre el andamio.

         Allí se montó una fuerte bronca y casi llegan a pelearse, pues se insultaban llamándose imbéciles, mientras el resto de gente se reía, hasta que alguien les dijo lo que había pasado: cada uno había tocado una parte de la realidad, pero el elefante entero era otra cosa, pero ni aun así se quedaron convencidos.

 

miércoles, 5 de febrero de 2014

NOSTALGIA DEL PASADO (Melitón Bruque)


            Ocurre con mucha frecuencia, cuando nos encontramos un grupo de gente mayor, que alguien sale recordando tiempos pasados y, automáticamente, todos se enganchan en el tema contando lo que se hacía en otros tiempos y que ahora resulta imposible; ahora todos añoran muchas cosas de las que se perdieron y ven que hemos renunciado a algo importante, sin poner otra cosa mejor en su puesto,  y lo que está resultando de este cambio, es tristeza y desánimo, pues no le llena a nadie y estamos viendo que lo que perdimos ya no volverá, por ejemplo: aquellos momentos en que en torno al fuego se contaban cuentos e historias de lobos, o de bandoleros que se habían echado al monte… o en otros tiempos más cercanos, cuando era considerado una falta de educación levantarse de la mesa antes de que lo hicieran todos y en torno a la mesa se charlaba de todo y en la sobremesa se comentaban todos los problemas; o cuando los vecinos se sentaban a la puerta de la casa y se pasaban largas horas charlando, contando chistes, compartiendo… de tal forma que se sentía el calor de la vecindad hecha familia.

            Todos concuerdan en que aquel ambiente nos hacía sentirnos más humanos, más cercanos, más solidarios y, sobre todo, menos solitarios… y mucha gente dice: “Ahora que lo tenemos todo, nos sentimos más solos, más tristes, menos felices…”

            Y uno se pregunta: ¿Se puede considerar progreso a algo que nos lleva a aislarnos, a considerar a los demás como extraños y hasta como enemigos de los que no nos podemos fiar, a sentirnos solos, insatisfechos e infelices?

            Todo esto, estamos viendo cómo se ha venido perdiendo poco a poco y dando paso a un sistema de vida estresado, que te impide tomar conciencia de la vida que se desarrolla a nuestro lado y de la que formamos parte: hay tal cantidad de cosas que acontecen al mismo tiempo, tal velocidad a la que se suceden las cosas… que es imposible sentirte parte del entorno. Las cosas ocurren y pasan sin que seamos conscientes, la vida va pasando y atropellándonos, sin que nosotros podamos dejar nuestra huella, ni la vida pueda dejar la suya en nosotros y, todo es por el sistema que hemos montado,  sin darnos cuenta y, por establecer ciertos valores materiales que no tienen que ver nada con la vida que nos envuelve.  

Estoy pensando en Edmundo, un hombre que yo conocí; no se había casado pues decía que no quería complicarle la vida a nadie y no soportaba que alguien sufriera por su culpa; tenía un huerto donde criaba sus hortalizas y todo lo que necesitaba para vivir; tenía también unos animales: gallinas, conejos, un cerdo y una cabra que le daba la leche y de la que hacía cada semana un pequeño queso, suficiente para él, la alimentaba con la hierba que se criaba en el huerto.

            Edmundo cogía cada mañana, después que hacía sus cosas, su burro, lo arreglaba y se iba al pueblo, que estaba a tres kilómetros, para tomarse su cerveza con los amigos; de paso, la gente de la aldea que tenía alguna urgencia, le hacía los recados y volvía a la hora de comer a su casa.

            Poco a poco fueron aumentándole los encargos y la gente le pedía  que se los hiciera, pagándole alguna propina; para hacerlo más rápido dejó el burro y se compró una motillo; como la cosa se hacía más rápida, le puso un equipaje a la moto con dos maletas a los lados y, como le sobraba espacio,  se pasaba de camino por otra aldea que había al lado recogiendo encargos.

            Edmundo hacía todo esto de forma completamente gratuita, simplemente por hacer un servicio a la gente, pero pronto empezaron a aconsejarle: “¡Pero hombre, no hagas el tonto de esa manera!, cobra como mínimo la gasolina;  más adelante otros le decían: tu tiempo vale también dinero y la responsabilidad que tienes…

Total, Edmundo empezó a incorporar cosas y, cuando quiso acordar, su libertad estaba limitada; cuando empezaron a encargarle cosas más voluminosas y pesadas, ya no podía llevarlas en la moto y se buscó una furgoneta de segunda mano y empezó a pensar que ya que hacía esto, podía hacer el servicio a otras aldeas un poco más lejanas… Poco a poco se convirtió en una pequeñita empresa de mensajería y Edmundo dejó de disfrutar del campo cuando iba montado en su burro, dejó de conversar con sus amigos mientras se tomaba la cerveza, dejó de ir a encontrarse con sus vecinos cuando iba a recoger los encargos, tuvo que declarar su trabajo en Hacienda, a quien tuvo que presentar la declaración cada tres meses, ya no tenía tiempo para nada ni para nadie, siempre andaba agobiado y preocupado y había muchos días que no comía,  pues la exigencias eran mayores que la capacidad de respuesta que tenía. Edmundo se fue aislando, empezó a sentirse solo y terminó con un infarto que le llevó a vender la furgoneta, la moto, y a volver a sentarse a charlar tranquilamente con sus vecinos y a observar las flores de su huerto que hacía mucho tiempo no les había dedicado unos minutos de atención.
 

            ¿a cuántos de nosotros no nos puede estar ocurriendo la historia de Edmundo? Sin darnos cuenta nos vamos embrollando en un montón de cosas y cuando queremos acordar perdemos la alegría de la vida y el poder disfrutar de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestro trabajo… y cuando miramos y vemos los resultados, lo único que constatamos es tristeza y soledad en nuestro entorno: no somos mejores que antes ni más felices.