jueves, 10 de abril de 2014

EL VALOR DE LAS COSAS


En un mundo en el que vivimos en el que el dinero ha llegado a establecerse como el único canon de valoración de las cosas, el gran peligro que tenemos es el de perder la capacidad de valora el sentido, el significado, la grandeza y la belleza de las cosas y hacemos reducciones a lo estrictamente pragmático. Es cuestión de que observemos cómo  ante cualquier cosa que se nos presenta: el aprendizaje de algo, una conferencia,  ciertas asignaturas en el curriculum escolar, incluso la misma catequesis que damos en las parroquias hay mucha gente que inmediatamente se pregunta: ¿Y para qué vale eso? O traducido en otras palabras: ¿Qué ventajas económicas me va a reportar eso?

         Y es una pena, porque cuando perdemos esa capacidad de valorar lo grande, lo bello, lo simbólico… estamos perdiendo  la alegría y la belleza de más de la mitad de la vida.

         Estoy recordando una historia muy sencilla, pero muy bonita, de alguien que escribió por ahí en las redes  y que expresa de una  forma muy  clara lo que estamos tratando: 

         Cuentan que la señora de un gran magnate tenía que asistir a una de esas cenas y fiestas de gala  en las que las grandes señoras lucen sus mejores joyas y vestidos de las mejores firmas; se había comprado un vestido especialmente diseñado en exclusiva  para ella por el  mejor modista del país; esperaba dar la nota en el encuentro y deslumbrar a toda la concurrencia, pero le faltaba un complemento importantísimo: el tocado de la cabeza con un sombrero adecuado al vestido que llevaba; visitó todas las casas de modas buscando el sombrero que hiciera juego con su vestido y no lo encontró por ningún sitio.
         Por fin decidió ir a consultar con uno de los modistas más importantes del momento y le expuso su problema. El modista la examinó, vio las fotos que le llevó del vestido y después de un breve análisis cogió un trozo de tela, le envolvió la cabeza y le hizo un lazo quedándole un tocado precioso combinando con el peinado.
         La señora se miró al espejo y se quedó sorprendida ante la belleza y el estilo con el que el artista había adornado su cabeza. Efectivamente, eso es lo que yo andaba buscando –exclamó llena de alegría-
         Después de alabar la maestría y el buen gusto del artista llegó el momento de tasar el tocado: “Bueno señor, usted dirá cuánto le debo por el lazo que me ha hecho”
         -No, es poca cosa: el estudio que le he hecho más el lazo se lo dejo todo solo en  100 €
         -¿Cómo? ¿Solo en  100 €? ¿Usted cree que un trozo de tela como el que me ha atado a la cabeza puede valer  100 €?
         - No se preocupe, señora, esto está resuelto inmediatamente.
         El modista cogió el lazo, lo deshizo, lo envolvió cuidadosamente y se lo entregó a la señora  diciendo:
         -Tome usted la tela, se la regalo, pues es verdad: esto no vale para nada, pero desgraciadamente es lo único que usted valora.

         Si nos damos cuenta, es exactamente lo mismo que nos pasa a todos cuando perdemos  el sentido profundo de las cosas que nos rodean: los detalles en casa, lo que nos hacen los amigos o los vecinos; el trabajo que realizamos… Hay cosas que el material no vale nada y lo que realmente tiene un valor incalculable no es material;  si no estamos capacitados para verlo  y valorarlo, nos perdemos la gran alegría y la belleza de más de la mitad de la vida.

         Afortunadamente para unos y desgraciadamente para otros, las cosas más grandes de la vida y las más entrañables de la persona no es el dinero el que puede determinar su valor