sábado, 31 de mayo de 2014

HACERSE NOTAR

Es curioso ver algo que se va generalizando y que se está convirtiendo en monotema por todas partes donde nos acercamos: ahora, cuando no tenemos de qué hablar ya no echamos mano al recurso del tiempo, ahora todo el mundo habla de sus dolores o de los políticos y esto es señal bien clara de que ni la salud ni la política funciona bien, pues cuando en el cuerpo todos sus órganos están perfectamente, ni nos damos cuenta que existen,; empezamos a aprender su nombre y su ubicación el momento que se dañan y empiezan a crear trastorno, entonces empezamos a quejarnos y a hablar de ellos.

            En la política ocurre exactamente igual: cuando alguien se corrompe o deja de realizar la función para la que se presentó y se le dio la confianza, empieza a crear malestar e irritación pues, como ocurre en el cuerpo, lo estamos alimentando para que realice su trabajo y no para que se corrompa o se meta en lo que no es suyo.

            Hoy estamos viendo que ambos temas se han convertido en obsesión y es porque ambos están tremendamente enfermos y necesitarían entrar en la UCI.

            Al hilo del tema me recuerda una historia muy sencilla que cuenta Paulo Coelho de un monasterio en el que el padre abad, en una de sus charlas a los monjes, les decía:

 

                        -“Queridos hermanos, les invito a no decaer en el esfuerzo por ser honrados, humildes y sencillos  de tal manera que nunca tengan que ser recordados por nadie”

            Alguien del grupo muy extrañado por la expresión del padre abad le contestó: “Me sorprende que nos diga que no debemos ser recordados, cuando precisamente el honor más grande es el haber pasado por la vida haciendo el bien  y ser recordados por esto, de la misma manera como hizo nuestro Señor Jesucristo…”

            Entonces el abad  puntualizó: “En los tiempos en que todo el mundo era justo, honrado, sencillo y humilde, cada uno entendía que su mayor honra era cumplir con su obligación a la perfección y en hacer las cosas bien hechas, estaba su gozo más grande, pues veía que contribuía al bienestar de todos.

            Cada uno entendía que su mayor realización era dar lo mejor que tenía para el engrandecimiento del resto, pues el amor a su prójimo era la mayor alegría y satisfacción que producía la felicidad, con lo cual, nadie pensaba que estaba haciendo algo especial que mereciera el reconocimiento de los demás, pues estaba haciendo lo normal, lo natural.

            Todos vivían para todos, compartían el trabajo, los bienes y la alegría de vivir y a nadie se le ocurría acumular inútilmente cosas y bienes mientras otros estaban necesitados, pues entendían que en esta vida estamos de paso y es de tontos ir arrastrando lo que no te vas a poder llevar.

            Vivían juntos en libertad, compartiendo lo  que tenían, sin necesidad de cobrar nada, pues todos tenían lo necesario para vivir y la seguridad de que nadie iba a hacer daño a su hermano, o permitir que se sintiera mal, porque se amaban.

Por eso, nadie estaba preocupado de que sus hechos fueran recordados por nadie, pues consideraba que eso significaría que había dejado de hacer lo que era natural. No se entendía que la vida pudiera ser de otra manera.

            Cuando alguien no funcionaba así, se encendían todas las alarmas, pues se desequilibraba todo y no se podía entender que alguien no hiciera las cosas bien hechas, con lo cual, todos se fijaban en él y era recordado como el destructor de la felicidad, por eso, le pido todos los días a Dios que ninguno de nosotros tenga que ser recordado jamás por nada”.

 

            Sí, ya sé. Esto es soñar despiertos, pero no porque sea imposible, sino porque somos tan complicados que parece que no fuéramos capaces de vivir como no sea complicando la vida y haciéndola insoportable.

            Por otro lado, hemos llegado a tal extremo que, precisamente las alarmas se encienden cuando  nos encontramos con alguien que funciona en esos esquemas del cuento, pues lo normal se ha establecido  como todo lo contrario.
            La pregunta que yo me hago es la siguiente: ¿Es posible que hayamos llegado a tal punto de degradación de la persona que el BIEN sea considerado como una utopía o como algo nocivo para la vida y la convivencia del hombre?

LA PIEDRA EN EL ZAPATO -Meliton Bruque-


Con frecuencia nos encontramos  a gente que vive  dolida, resentida, amargada y deprimida y su único punto de consuelo es ir a desahogarse con “su” sicólogo, pues allí sueltan sus decepciones y sus recuerdos tristes y nefastos  en los que viven envueltos constantemente, como quien se levanta por la mañana, se mete en la bañera llena de agua calentita y allí se revuelca sin ganas de salir fuera, al mundo exterior, porque lo considera cruel y malvado.

En los tiempos que vivimos, estas actitudes proliferan hasta el punto que, cuando nos encontramos a alguien que mira la vida de otra manera, con optimismo, con alegría y con esperanza, con frecuencia se le llama idealista y fuera de la realidad.

Es bueno que seamos capaces de encontrar el equilibrio, pues tan nociva puede ser una postura como otra ya que ninguna es objetiva, pues ni todo lo que nos rodea es tan malo que no tiene algo aprovechable con lo que nos podamos sentir bien, ni es tan bueno que todo pasa con la misma alegría.

La vida es lo mejor y lo más hermoso que tenemos; el montaje que hemos hecho no es mejor ni peor, sino el escenario que hemos montado para vivir este regalo que tenemos que es la vida; todo va a depender de cómo seamos capaces de desarrollar el papel que nos ha tocado.

Lo que sí es cierto, es  que va a depender mucho para el desarrollo del papel, las condiciones que nos construyamos.

            Me viene al recuerdo la anécdota de aquella persona que, cansada de la vida, decide marcharse al campo, abandonarlo todo y cambiar radicalmente, pues no soporta lo que la rodea y quiere vivir otra vida…

 

            Se va a hablar con un ermitaño que vive en el monte y le plantea todas sus inquietudes pidiéndole un consejo para ver qué tiene que hacer para enfrentarse a este nuevo cambio de vida.

            El ermitaño le contesta: “si realmente estás decidido, se valiente, anda, vende todo lo que tienes, repártelo a los pobres y déjate en las manos de Dios: vente, cógete aquella cueva, cultiva el terrenito que tienes al lado y goza de la vida que Dios te regala cada mañana…”

            El aspirante a ermitaño fue a ver el lugar y le pareció lindísimo y bucólico, allí sembraría sus patatas, sus hortalizas y se dedicaría a la contemplación de la naturaleza y a la alabanza a Dios.

            Se volvió a su casa e hizo lo que le había aconsejado el ermitaño; a los pocos meses volvió con dos maletas llenas de cosas dispuesto a emprender su nueva vida.

            Cuando el ermitaño lo vio llegar le dijo: “Pero hombre de Dios, ¿A dónde vas con todo eso?... anda, vuelve y vendes todo eso y lo conviertes en joyas, te las cuelgas  y te vienes…”

            Extrañado por la respuesta del ermitaño, el aspirante se fue, hizo lo que le dijo y, cuando volvía, por el camino lo asaltaron, le quitaron las joyas, le dieron una paliza y lo dejaron medio muerto.

Llegó ante el ermitaño destrozado y, muy dolido, le dijo: ¿Por qué me pidió que hiciera esto? ¿Es que no se dio cuenta de que eso es un peligro mortal?

            -Claro que lo sabía, pero quiero que te des cuenta tú, que no puedes emprender un camino nuevo con toda la carga de tu pasado. Eso que te han hecho los ladrones es lo que te harán todos tus recuerdos, tus decepciones, tus caprichos, tus orgullos, tus ideas, tus egoísmos… ¿Por qué quieres guardarlos y esconderte en ellos? Si no te liberas de tu pasado, si no arrancas las raíces de tu dolor, si no barres de tu vida el resentimiento. No podrás gozar de la alegría que amanece cada día con la vida que Dios te da.

 

            Este mundo en que vivimos lo hemos cargado de demasiadas experiencias negativas y violentas, si es que no somos capaces de deshacernos de ellas, es muy posible que se conviertan en nuestro constante tema de dolor, algo así como cuando se nos mete una piedra en el zapato que no nos deja caminar tranquilos.

Quizás sea bueno que cada día que nos levantamos, seamos capaces de abrir los ojos, mirar con alegría, decirnos: “vamos a ver a quien hago feliz hoy y le arranco una sonrisa” y por la noche, cuando nos acostamos, quitar la “piedra” que se nos ha metido en el alma y nos tiene doloridos.

martes, 6 de mayo de 2014

ARBOLES PARA UNA GRAN OBRA DE ARTE Melitón Bruque


Eran dos árboles enormes plantados cada uno en un lugar de la montaña; ambos eran fuertes, de la misma especie, robustos, sanos, esbeltos, con una savia viva que les
pronosticaba largos años de existencia.

            Sus ramas y  sus hojas estaban completamente verdes y limpias de cualquier parásito de los árboles que se pudiera pegar en ellas y dañarlas, pero su limpieza no era debida a cualquier insecticida, sino que su limpieza se debía al agua pura y fresca de lluvia que con frecuencia caía en el bosque.

            Un día llegó un experto en maderas buscando  árboles que reunieran las condiciones que  necesitaba un artista, para un proyecto que tenía: hacer una piedad (conjunto  escultórico en el que irían Jesús muerto en los brazos de su madre y a su lado S. Juan y la Magdalena ayudándole a sostenerlo) Para esto necesitaba un bloque de madera de varios metros cúbicos.

            Mandó cortar  aquellos dos árboles enormes; podó sus ramas, y los fue cortando de acuerdo a las medidas que necesitaba para hacer el bloque.

            Se llevó los árboles a un secadero, con una temperatura especial, donde los tuvo un tiempo determinado; después los fue sometiendo a una serie de procesos de secado y esterilización contra todos los gérmenes y polillas que suelen atacar a la madera y contra todos los procesos de degradación que suelen pudrirla o deteriorarla como pueden ser la humedad, el sol, el agua, la erosión del tiempo, la sal… de esta forma los fue haciendo resistentes a todos los avatares que pudieran presentarse,  hasta el punto de coger una consistencia tal, que podrían competir con  el acero y, al mismo tiempo, coger una textura que pudieran ser labrados sin dificultad y sin romperse o cuartearse

            Todo este proceso duró muchos años hasta que la madera estuvo preparada para  poder entrar en el taller del artista, quien cogió todos aquellos troncos rústicos y empezó a ensamblarlos, convirtiéndolo en un enorme bloque de madera de varios metros cúbicos.

            Después, el artista preparó sus herramientas para el tallado: cuchilla devastadora, cincel, afiló sus gubias, sus escoplos, su azuela…  y se decidió a preparar el material para su obra.

            Cuando ya tenía todo el material preparado, se sentó y se puso a programar el proyecto que tenía en su mente, haciendo el boceto y perfilando todos los detalles que  quería  darle a su obra.

            Una vez que tenía claros todos  los detalles, se puso frente a su enorme bloque de madera, que tanto tiempo había estado preparando y con tanto mimo, cogió su azuela y empezó a desbastar y a limpiar todas las astillas y todo lo que no servía para nada y comenzó a dar forma a su proyecto en  todo el bloque  de madera, de forma que pudiera empezar a  poner una base para la imaginación.

            Aquellos troncos enormes tuvieron que aprender a  estar juntos, a sostenerse unos con otros, a aguantar juntos, a sufrir juntos, a dejar a un lado los sueños que individualmente habían tenido y construir un sueño común y a sentir que eran un solo bloque para que de allí pudiera salir una verdadera obra de arte.

            Y el artista comenzó su trabajo: golpeaba, cortaba, mordía, lijaba, serraba… era todo una verdadera sangría, era todo dolorosísimo, pues le iba arrancando al bloque las tiras de madera… se acabaron los sueños, las ilusiones… aquellos troncos  no sabían qué ocurriría con ellos pues cada día que amanecía, el plan que se seguía era el del escultor, que cada día sorprendía con algo nuevo, inesperado, pero siempre doloroso.

            Fueron pasando los meses y los años y cada día iba tomando forma la obra y apareciendo  detalles que permitían  imaginar algo grande y hermoso, pero había que tener un cuidado enorme y estudiar cada golpe o corte que se hacía, pues  después de  lo hecho, no había vuelta atrás y cada pequeño detalle llevaba a otro y todo estaba en conexión.

            Después  de mucho dolor, cuando la obra estaba terminada, vino el momento de suavizarla a base de lija hasta dar brillo a todo  lo que se había hecho, de modo que aquel  bloque de madera no se parecía ya en nada a los troncos iniciales que se sometieron a  pruebas de secado, de curación y de endurecimiento de la madera, de unión entre ellos… ahora era algo impresionantemente hermoso, de una belleza sin igual, de un tacto semejante a la piel de un niño; pero para llegar a este estado, se necesitaron años de dolor, de esfuerzo, de espera, de someterse a pruebas increíblemente duras, de aguante y de confianza en el autor de la obra.
 

            Cuando miramos esta realidad, de algo tan simple como es la preparación de una madera para poder sacar de ella una obra de arte, automáticamente  nos lleva a trasladar el esquema a algo mucho más grande e importante como es la PERSONA y, en ella, LA EDUCACIÓN.

            Pensando en el proceso de la obra de arte: la madera es la PERSONA: para poder pensar en algo grande, no puedes dejarla que crezca y siga a su aire y a sus apetencias, sin prepararla para la vida, que va a ser el proceso de “esculpido”.

            El taller donde se talla la obra es la vida donde cada día es un reto nuevo que nos desafía y al que hay que responder intentando sacarle el máximo provecho, pues además de un reto es una oportunidad.

            La persona tendrá que  aprender a arrancarse de la situación de seguridad, dependencia e irresponsabilidad  en la que nace y vive en el hogar; tendrá que prepararse y hacerse fuerte para enfrentarse a la dureza de la vida, a los problemas que le han de venir, a mantenerse con criterios fuertes para no dejarse corromper; tendrá que aprender a vivir en sociedad y a trabajar en equipo y aguantar los criterios e inconveniencias  del que tiene a su lado; tendrá que aprender a escuchar y a colaborar, entendiendo que muchas veces su criterio ha de someterlo a otros criterios que tienen una amplitud mayor que la suya y a someter sus ideas en beneficio del bien común…

            Con estas cualidades no se nace, venimos con la aptitud para ello, pero hay que hacerlo funcionar e imponerse contra los instintos primarios que se rebelan y no  aceptan el someterse.

            Con estas aptitudes  nos sometemos a un proceso de aprendizaje para la vida y, cuando estamos en disposición, nos lanzamos a la construcción de nuestra obra personal que somos nosotros mismos y que acabará cuando ya estemos muy cerca de la muerte, que es cuando empieza a reconocerse todo lo que hemos hecho, el valor de lo que hemos hecho y la grandeza de lo que hemos alcanzado a construir… mientras tanto, la vida no es más que un camino de dolor, de lucha, de esfuerzo y, en rarísimas excepciones,  nos encontramos en momentos de gloria que, incluso nos cuesta aceptarla, porque vemos que siempre nos queda mucho por conseguir.

            La obra de nuestra personalidad termina de darle los últimos retoques  el  autor que  nos pensó: DIOS. De ahí los reconocimientos,  siempre después que hemos muerto.

            La obra  que realizamos como proyecto de vida, siempre se queda inacabada y si es que valió la pena, detrás vienen otros que la continúan y la van perfeccionando; si no valió la pena, desaparece con nosotros y podrá calificarse de fracaso todo el esfuerzo, la vida, la ilusión, la esperanza, los sueños que en ella empleamos… todo será paja que el tiempo quema con el fuego del olvido.

            No nacimos ni vinimos a este mundo para  pasar sin dejar huella, ni para terminar en el olvido; vinimos para ser artistas y hacer obras de arte que sean valoradas y conservadas por los siglos, porque en ellas mereció la pena emplear toda la riqueza de nuestra vida, el esfuerzo  y lo mejor que tuvimos, ya que de ellas seguirán bebiendo  los que vienen detrás y  deberán ser referente de ilusión, de esperanza, de sueños y de sentido de la vida.

            Cada uno de nosotros somos un árbol único, especial que nace y vive en un ambiente, que tiene capacidad para un sinfín de posibilidades, pero ha de prepararse para  realizarlas.

            En el taller de la vida donde  va realizándose  nuestra obra, el artista es Dios que se irá valiendo de todos los instrumentos que la vida presenta y con ellos nos tallando. Pero donde la “madera” no quiso someterse al proceso de preparación, será imposible  soñar con una obra de arte. Los latinos decían: “Quod natura non dat, Salmantica non prestat” (lo que no da la naturaleza, no lo da, la universidad  de Salamanca)

            De ahí la grave responsabilidad de los padres a la hora de enfrentarse a la educación de los hijos: si no los preparan para el taller de la vida, nunca dejarán de ser unos “ceporros” (troncos inútiles, amorfos, incapaces de otra cosa que no sea atizar un fuego)