miércoles, 25 de junio de 2014

EL VALOR DE LA SINCERIDAD -Melitón Bruque-

   
           Estoy seguro que la gran mayoría ha experimentado algo que es de  mucha actualidad y que nos cierra y nos indispone para continuar aportando ideas: es el caso que a diario nos encontramos de hechos y palabras que constantemente estamos viendo y oyendo, que no tienen sentido y que muchas veces crean auténticos problemas; cuando nos acercamos a la persona que los realiza y le decimos que tenga cuidado, pues se está haciendo un daño a si mismo y está haciéndolo a su alrededor, vemos con tristeza cómo se indispone contra nosotros y hasta deja de dirigirnos la palabra.
            Otras veces expresamos nuestra idea en un grupo y de pronto vemos que hay unos cuantos que se molestan tremendamente por lo que hemos dicho y empiezan a buscarle el doble sentido a las palabras y a decir lo que jamás hemos dicho ni hemos querido decir… de forma que terminamos por encerrarnos y dejamos de expresar nuestra opinión, para evitar problemas con la gente.

 

            Cuando constato estas cosas, me acuerdo de una realidad que se vivió en un monasterio en el que el abad era un hombre de una calidad humana y moral excepcional, de tal forma que todos los monjes lo respetaban y le tenían un cariño verdaderamente paternal.

            Sus palabras eran tenidas como verdaderos tesoros que los monjes guardaban con veneración.

Como suele ocurrir siempre, uno de los monjes le buscaba siempre  el “pero” a todo lo que decía rompiendo  la armonía; siempre le sacaba punta a todo lo que decía el abad, pero tenía una cualidad: lo que sentía y lo que veía, lo expresaba con toda espontaneidad y, en cada reunión era siempre el que ponía la nota discordante, hasta el punto que la comunidad entera estaba molesta con él y hasta le hacían el cerco.

No obstante, él guardaba hacia el padre abad el mismo cariño, estima  y respeto que los demás, pero justamente por eso le advertía a cada momento de muchas cosas que no debía hacer.

            En un invierno frio y duro el monje “rebelde” (así le llamaban los compañeros) cogió un enfriamiento que se le complicó con una pulmonía y se murió.

            El padre abad se sintió profundamente triste y no pudo contener las lágrimas el día de su entierro y durante mucho tiempo se le veía la tristeza en su rostro, pues no podía soportar el dolor que le producía la separación de aquel hermano.

            En uno de aquellos encuentros comunitarios de oración, un monje le reprochó que lo estaban viendo muy triste y que eso estaba mermando fuerza en su entrega a la comunidad… Para consolarlo le dijeron: “El hermano era bueno, no lo negamos, pero también era el punto de discordia en la comunidad, a todo le ponía “peros”, todas sus interpretaciones y visiones él  las cuestionaba, realmente era un incordio para la comunidad…”

            A lo que el abad respondió: “Mi dolor no está en haber perdido a un hermano a quien yo quería y en quien no había doblez, pues su vida y su persona eran un libro abierto. Gracias a él, a sus advertencias, yo he podido caminar con rectitud; Yo sé con certeza que está gozando de la presencia de Dios, porque era sincero y leal; eso es una gran alegría. Mi dolor y mi tristeza, por tanto, no es por su partida, sino por la soledad en la que me encuentro, pues no sé qué es lo que hay en el corazón y en la cabeza de ninguno de ustedes; por otro lado, estoy triste por mi mismo, porque ya no encontraré a nadie que me incite a ser mejor, a superarme cada día, ni me avise cuando me equivoco”.

 

            Pienso cómo cambiarían las cosas si muchas situaciones y formas de mirar las viéramos desde uno y otro lado de distinta forma a como lo hacemos de forma que no nos sintiéramos agredidos ni tampoco fuéramos agresores, sino que entendiéramos que también los demás tienen una forma de ver las cosas que puede ser tan interesante como la nuestra y que, por tanto, merece la pena ser escuchada y dialogada.
            Por otro lado, no hay peor traición que aquella que te acogen con una sonrisa y por dentro están maquinando la muerte.

 

miércoles, 18 de junio de 2014

SIGNOS SIN SENTIDO Melitón Bruque


No hay cosa más inútil y absurda que mantener una cosa sin saber el sentido que tiene ni el por qué de su existencia ni para qué sirve; es algo así como aquel que tiene la manía de ir recogiendo cosas y guardándolas, por si en algún momento  puede necesitar de algo y, cuando quiere acordar,  su casa es un mercadillo donde  no cabe un alfiler y no sabe para qué lo quiere ni para qué sirve nada de lo que allí se amontona.

En esa onda nos encontramos a veces con cosas que se mantienen en la vida sin saber por qué ni para qué, pero que están ahí y que en ciertos momentos son un engorro inútil que nos impide hacer otras cosas importantes.

            Estoy pensando en aquella señora que era amante de los animales y de los niños con problemas, ¡¡Una gran persona!!

            Esta mujer tenía verdadera pasión por los animales;  vivía en una casa con un gran huerto y unas hectáreas de terreno baldío en donde podía tener todos los animales que quería y donde, con frecuencia, se veían niños jugando.

La señora  tenía un perro dálmata bellísimo, un animal que atraía la atención cada vez que salía con él a darle un paseo.

            Entre las amigas, con las que se encontraba a diario paseando  sus perros, empezaron a hablar proyectando hacer una fundación para ayudar a niños desprotegidos y quedaron de acuerdo, poniendo cada una parte de su capital en dicha fundación que llegó a consolidarse y hacer un bien enorme.

Con el tiempo, la fundación se convirtió en una congregación con sus estatutos aprobados por Roma y extendida en todo el mundo.

            En cada casa que se fundaba lo primero que se instalaba era un perro dálmata, era como el signo identificativo de la congregación, de manera que empezaron a hacerse estudios dentro de la congregación sobre el significado y la importancia de la presencia del perro, que en la gran mayoría de casas era un verdadero engorro, pues muchas de ellas no poseían las condiciones que gozaba la de la gran señora fundadora, sino que eran pisos pequeñitos en los que había que preparar una habitación exclusivamente para el perro, de forma que lo que en su inicio no fue más que un pequeño capricho sin importancia alguna de una persona, llegó a convertirse en un signo casi sagrado de una congregación, hasta el punto que, cuando en alguna casa se le ocurrió a la comunidad que la habitaba prescindir del perro, se la acusó de haber perdido el espíritu y el carisma de la congregación.

 

            Efectivamente, esto es una caricatura, una exageración y una estupidez… pero no está tan lejos de muchas posturas que se mantienen con cosas secundarias y ridículas  y que llegan a hacerse más relevantes que aquello que es fundamental en la vida y en una institución.

miércoles, 11 de junio de 2014

EL MIEDO A PRESENTAR NUESTRA PERSONA - Melitón Bruque-


            Es interesante detenerse a examinar  cuando alguien nos cuenta un relato de alguna discusión o un encuentro  violento que se haya tenido con alguien… ¿Se dan cuenta de la cantidad de detalles que se cuentan y que nunca se hicieron? Por ejemplo: empezamos a contar lo que le respondimos o lo que le dijimos, a alguien con quien tuvimos un encuentro un poco subido de tono. Pero si alguien estuvo en el debate, podría decir que más de la mitad de las cosas y expresiones que contamos, ni se hicieron ni se dijeron, sino que quedaron ahí calladas por miedo a muchas cosas, entre ellas, posiblemente a provocar un problema mayor y, cuando le decimos al que nos cuenta la trifulca: ¡Eso no se lo dijiste!, se nos queda parado y nos responde: “Hombre, ya te imaginas, no le iba a decir eso, pues ¡menuda se hubiera armado…!”

            Y lo mismo que ocurre en esos momentos, nos vamos guardando en nuestra vida un montón de cosas que, después, cuando las recordamos, muchas veces hasta nos arrepentimos de no haberlas dicho o hecho, pues nos hubieran evitado problemas mucho mayores que los que en un momento quisimos evitar.

 

            Me viene al recuerdo aquella reunión de directivos de una empresa en la que fueron convocados todos los gerentes de las sucursales de una gran multinacional.

            El jefe supremo estuvo hablándoles de tácticas de mercado, de la situación económica tan delicada por la que se atravesaba y, por lo tanto del cuidado con que debían tratar a los clientes, de forma que todos debían esmerarse para adquirir un equilibrio emocional y una delicadeza extrema; para ello, incluso iba a programar cursos de autocontrol y de relaciones humanas, pues entendía que en la situación por la que se atravesaba, eran tan importantes como la calidad del producto que vendían.

            En la mesa donde estaban sentados para la conferencia, habían servido unas bandejas con unos pastelitos y unos aperitivos que llamaban la atención, para que los participantes fueran cogiendo a gusto mientras escuchaban el discurso y compartían ideas.

            Pero ante el tema que se venía tratando y la insistencia del jefe supremo de la empresa, todos se mantenían muy “educados” y modosos, mientras los jugos gástricos se les revolvían a cada momento. Pero nadie alargaba a coger algún pastelito de la bandeja pues nadie quería distinguirse, de modo que pudiera levantar sospechas de que él no fuera capaz de contenerse, hasta el punto que muchos pensaron que aquellas bandejas estaban puestas allí como una especie de anzuelo para que el jefe pudiera constatar quienes no eran aptos para lo que se les estaba pidiendo al ver que no eran capaces de contenerse.

            Terminó la reunión y las bandejas estaban intactas, entonces el jefe medio decepcionado les dijo: siento el no haber acertado con lo que les puse en la mesa; yo quería que estuvieran a gusto el rato que estuvimos tratando el tema, pero me atrevo a pensar dos cosas: 1ª no buscándole ninguna malinterpretación, que no les gustó lo que les ofrecí y la 2ª que no han querido distinguirse para no quedar mal delante de mi y, en ese caso lo han hecho horrible, porque no se han manifestado con naturalidad, porque han estado haciendo juicios malintencionados y porque han estado aguantando un deseo que no han satisfecho y ahora se van a ir a un bar para satisfacerlo hasta con ira.

            A mi me hubiera hecho feliz el que ustedes se sintieran satisfechos y contentos, con esos aperitivos en sus estómagos, que los recuerden con gusto y alegría, antes que se vayan con la mente desorientada, con el deseo insatisfecho, con ideas retorcidas, con juicios incorrectos, con intenciones maliciosas… pues eso no puede generar nada bueno y se van a sentir indispuestos para lo que hagan, esa no es la mejor forma de presentarse en la vida.

 

            ¡Y esto es cierto! Pues ¡cuántas veces le buscamos las cinco patas al gato, cuando no tiene más que cuatro y decimos lo que nunca se dijo!, pero que creíamos que se debía haber dicho y hacemos problemas donde no los hubo jamás.

            Al final, se trata de un  deseo de venganza insatisfecho, de un momento de ira que no pudimos desfogar, de una palabra que callamos y que creíamos necesaria para aclarar algo, también un querer guardar ciertos modales que mantengan la imagen que deseamos… y dejamos de ser nosotros mismos que es la mejor carta de presentación que podemos hacer en la vida.