martes, 13 de octubre de 2015

MI ÁRBOL DE CAQUI -Melitón Bruque-


   En este mundo que vivimos  en el que  todo ha de tener su respuesta inmediata: tú das el dinero e inmediatamente tienes lo que has comprado aunque esté en el otro lado del mundo; donde el ritmo de la vida es tan acelerado que no se deja tiempo a crecer ni a madurar las actitudes ni las decisiones y, menos aún, a tomar conciencia de las cosas y rectificar.

            Esta forma de ser es muy típica de la juventud actual: las cosas, “Ya y ahora”, pero en sea dinámica vamos entrando todos y no queremos aceptar que, por mucho que corramos la vida tiene su ritmo que es inalterable y cuando lo rompemos queriendo sacar las cosas de su contexto.

La vida es como el árbol de Caqui que tiene mi hermano en su huerto, si no dejas que maduren los frutos, es muy probable que te Aarruguen@ el alma y el entendimiento cuando los muerdes y, es más fácil todavía que las experiencias negativas que te pueden venir hagan que miremos la vida con decepción y desconfianza, pues al final, concluimos que no podemos fiarnos de nadie. Esto es muy normal en el terreno del dinero, del sexo, del trabajo... queremos los resultados inmediatamente y con frecuencia, si no se ha madurado, nos puede resultar amarga la experiencia.

 

Mi amigo Alfonso es un hombre amante de la naturaleza; toda su vida ha vivido en contacto con el campo y es un entendido en árboles y en los ciclos de la naturaleza. Siempre nos dice que no hay mejor universidad que la del campo, solo hay que ser buen alumno y observarlo, pues éste nos enseña a vivir.

Alfonso hablaba con frecuencia a su hijo Juan de todo lo que él sabía, pero el joven había optado por otra forma de vida más pragmática y prefería la inmediatez de las cosas.

Alfonso había plantado un árbol de Caqui en su huerto, pues es una planta de origen japonés que le fascinaba por su estructura y por el fruto y también por las características del árbol.

Juan, su hijo, lo estuvo viendo crecer varios años hasta que, el primero que aparecieron las flores y después el fruto, aquello fue una fiesta para el chaval  y cada mañana iba a observarlo.

Llegó el momento que los caquis estaban gordos como naranjas con un color verde precioso y Juan se mordía las uñas de nerviosismo por meterles mano, a pesar de las advertencias de su padre: “No los toques hasta que estén bien maduros, pues te arrepentirás de morderlos”. Pero el joven  los miraba, los tocaba, los apretaba para que madurasen, hasta que llegó el momento que de tanto estrujarlos habían perdido la tersura y comenzaban a ponerse blandos y hasta caerse del árbol.

Alfonso le había explicado a su hijo todo el proceso y la necesidad de que madurasen y cogieran otro color rosado, pero no pudiendo esperar más, en cuanto comenzaron a coger un color amarillento Juan, con un grupo de amigos, se lanzaron una tarde dispuestos a devorarlos.

La sorpresa fue tremenda: la boca se les arrugó y los trozos que tragaron les produjeron unos vómitos y una diarrea terribles. Se fueron decepcionados del árbol y comenzaron a decir que era el peor de los árboles del huerto y que era un disparate tener un árbol de esos ocupando un espacio en cualquier jardín o huerto de una casa..

 
Y es que es así: la vida no se vive en un día, hay que dejar que vaya madurando cada etapa, pues en ella nos vamos preparando para afrontar la siguiente, si salimos mal parado de una etapa, la siguiente se nos hará tremendamente difícil y hasta insuperable pues no habremos podido encajar los golpes de la anterior, dando por resultado una vida llena de fracasos, de tristeza y de sentido.

“EL ABUELO ROQUE” -Melitón Bruque-


                  ¿Quién de nosotros no siente nostalgia de cosas y costumbres hermosas que se perdieron y no han sido suplantadas por algo que las mejorara, sino que, por el contrario, fueron desapareciendo y hemos entrado en otra dinámica en la que nos sentimos desbordados y en la que no funciona más valor que el dinero y el vicio, renunciando a nuestras raíces y a nuestra cultura?

            Esto es muy común en nuestras fiestas populares que en su inicio tuvieron un sentido profundo de agradecimiento, de fraternidad, de solidaridad entre todos los vecinos y terminaron en un auténtico desmadre. Es cuestión de que cada uno analice lo que conoce.

 

            A raíz de esta experiencia me remito a la situación de una aldea preciosa en la que veneran a S. Roque, pero todo comenzó por algo muy sencillo:

            Uno de los vecinos de la aldea lo llamaban familiarmente “El abuelo Roque”; este hombre era una institución en la aldea: un hombre que jamás se le oyó hablar mal de nadie, sino todo lo contrario: estaba atento siempre a las necesidades de los demás, muy cercano al sufrimiento de todos sus vecinos, de tal forma que se convirtió en el “abuelo” de todos: un apoyo sentimental a quien acudían ante cualquier situación adversa para conversar con él y siempre salían consolados y animados a tomar decisiones que casi siempre eran acertadas.

            Justamente en el mes de agosto, por el día de su santo, él invitaba a todos los vecinos a una merienda compartiendo el vino que él mismo cosechaba; en las  afueras del pueblo, se encontraban las eras  donde se trillaban los cereales que se recogían durante el verano; a estas alturas del mes de agosto ya se habían terminado todas las tareas del verano y todo el pueblo se reunía, barrían las eras y allí encendían una hoguera con todas las brozas recogidas, y cosas que estorbaban en la casa.

            Cada vecino hacía una comida y “El abuelo Roque” traía su vino y, en torno a la hoguera, compartían la comida familiar que habían preparado.

“El abuelo Roque” concluía el encuentro invitando a un momento de silencio en el que él oraba a Dios pidiéndole que cuidara aquellas familias, que bendijera su trabajo, sus hogares y sus personas con la salud, con la amistad, con la alegría y con la paz entre todos.

            Aquel gesto lo venían repitiendo cada año y los vecinos de la aldea sentían que Dios se estaba feliz con el gesto de aquel hombre a quien escuchaba en su oración por todos sus vecinos y las cosas marchaban cada vez mejor entre ellos.

            Llegó el día triste en que murió Roque y todos sintieron que quedaban como huérfanos, como que habían perdido el engranaje de toda la aldea y el intercesor de todos ante Dios. Como homenaje a su persona y a su vida, cuando llegó el día 16 de agosto se reunieron todos como una piña y repitieron al pie de la letra todo lo que hacía el “Abuelo Roque” y aquel encuentro anual quedó como una tradición inquebrantable, pues aquello reforzaba los lazos de amistad y de solidaridad entre todos los vecinos que sentían que “El Abuelo” desde el cielo los apoyaba consiguiendo que Dios los bendijera.

            Hubo alguien que en un momento se detuvo a pensar: ¿Qué oración era la que Roque rezaba a Dios para que lo escuchara? Y resultaba que nadie la había escuchado jamás, entonces ellos optaron por hacer cada uno la suya poniéndose de acuerdo en dedicar un momento de la fiesta para encontrarse con Dios y con D. Roque, en el silencio de su corazón y, cuando alguien invitó a compartir lo que habían dicho a Dios, muchos dijeron que habían sentido que Dios les decía que se estaba feliz de encontrarse con ellos en aquella reunión.

Y el día de S. Roque fue establecido como fiesta de la aldea en la que todos compartían lo que tenían y juntos le pedían a Dios que los conservara con vida y con la amistad que los hacía sentirse en familia.

            Pero pasaron los años y murieron los que conocieron al “Abuelo Roque” y habían vivido la experiencia de fraternidad de la aldea y la del encuentro anual y comenzaron a criticar aquellas costumbres ancestrales y a llamarlas retrógradas y primitivas; arreglaron las casas que  habían comprado de la aldea y las adecuaron a los nuevos tiempos, se pusieron al día en todas las nuevas tecnologías y nadie más quiso saber de tradiciones ni de gestos de solidaridad, menos aún de reunirse para ir a barrer la era que la convirtieron en un escenario para conciertos de música y la fiesta de S. Roque la convirtieron en un encuentro anual de música, de “botellón”, de droga  y de desmadre.

            Nadie recuerda hoy las raíces tan hermosas de aquella fecha de encuentro, que significaba fraternidad, amistad, solidaridad y necesidad de vivir en familia.

 
            Y así sucede en un montón de cosas que con el paso del tiempo añoramos y que hace que sintamos que otros tiempos pasados fueron mejores; y no es que sea así, sino que es triste que vaciemos el contenido de las cosas que nacieron con un sentido y las llenemos de otro que no tiene nada que ver con el original y que hasta se opone por completo. Es cuestión de que analicemos muchas de los acontecimientos que hoy celebramos y veamos en qué han quedado y en qué se parecen al sentido que les dio origen

CAPACIDAD DE ADAPTACIÓN -Melitón Bruque-


 

 

Todos los días se sienta en el mismo sitio y no permite que nadie se lo quite; esta tarde, cuando llegó y vio que otra mujer se había sentado en su lugar se puso furiosa.

Ver la tontería por la que montamos un problema me ha hecho que me detenga a pensar en algo que hago a diario y me doy cuenta que siempre repito los mismos movimientos y los hago de forma totalmente inconsciente, por ejemplo: siempre me acuesto por el mismo lado de la cama y hago el mismo movimiento para levantarme;  me siento en el mismo sitio de la mesa, me cepillo los dientes de la misma manera; me peino de la misma manera; entro por la misma puerta de las dos que tiene la iglesia y ocupo el mismo sitio… hasta cuando voy al bar con los amigos, siempre nos ponemos en el mismo sitio, si es que está libre,  claro está.

Al caer en la cuenta de esta realidad me ha venido al recuerdo un camino lleno de curvas, vueltas y revueltas que hacía con mucha frecuencia y cada vez que pasaba por allí, siempre protestaba, porque cada vez le veía menos sentido a todas aquellas revueltas y curvas inútiles, de forma que el camino se alargaba enormemente y sin sentido; pero el caso es que, toda la gente que pasaba por allí, siempre la oí protestar por lo mismo y dar las mismas explicaciones: que si el dueño del terreno no había querido que el camino pasara por un lugar determinado, que si es que en cierto recoveco habían matado a alguien y decían que se aparecía el espíritu, que en un barranco se habían oído voces extrañas… otros decían que habían echado un burro por delante para que él viera  lo que le venía más cómodo… el caso es que un trayecto que tranquilamente se podría hacer en media hora, empleábamos más de dos horas, pues se hacía veinte veces más largo.

Pero lo increíble es que nadie abría el sendero por otro lado para acortar el camino y todos seguíamos, como por inercia, recorriendo todos los días las curvas y las revueltas protestando y aguantando el sin sentido; había llegado a crearse una especie de miedo o tabú al que nadie se atrevía a hacer frente y seguíamos recorriéndolo porque desde siempre ese había sido el camino que llevaba a “Rincón Alto”, que así se llamaba la aldea a donde conducía.

Años después, llegaron unos jóvenes dispuestos a enderezar las curvas, hacer una calzada más ancha y transitable  y hacer  algunos espacios de descanso, desde los que se podría divisar un hermoso paisaje  y la aldea entera se levantó oponiéndose al proyecto y diciendo que ese camino se había tenido así desde siempre y que eso había pasado a ser parte del paisaje y elemento básico de su cultura, pues por allí habían transitado sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos  y no permitían que nadie cambiara  algo que estaba tan enraizado en la historia del pueblo… y los vecinos de “Rincón  Alto” siguen haciendo tres horas de camino para andar  los dos  kilómetros que los separan de “Rincón Bajo”

Y es que no falla: el ser humano es una especie de animal de costumbres que tiende a repetir y hacer tradición hasta los mismos movimientos que hace y que llega a repetir de forma mecánica, como autómatas, sin detenernos a preguntar por qué lo hacemos o la posibilidad que habría de hacerlo de otra manera, llegando así a pensar que, cambiar alguna de esas rutinas que repetimos a diario, pueden crear un problema que se convierte en tragedia.

Esta actitud, que a simple vista aparece como un absurdo y una estupidez, es exactamente lo mismo que podemos trasplantar a otros campos, por ejemplo: estoy pensando en aquellos que, viendo lo que está ocurriendo con nuestros políticos, la forma que tienen de hacer las cosas y la corrupción a la que han llegado, te encuentras a gente que dice: “mi padre, mi abuelo, y mi bisabuelo… votaron siempre a… (lo que sea) y yo seguiré votando aunque  eso me cueste la vida”; la misma cosa ocurre con la religión: cualquier cosa la hacen dogma inamovible y si alguien se le ocurre cambiar un jarrón de flores, puede armarse una crisis espantosa.

 ¡Con lo fácil, sencilla y bonita que es la vida que nace cada mañana y va cambiando de color a medida que el sol hace su recorrido, hasta que se esconde por la tarde en el horizonte!

Sería lindo que nosotros fuéramos capaces de ir adaptándonos a cada momento de luz de la vida, desde que nacemos hasta que morimos, de forma que fuéramos un regalo para quien le toque estar a nuestro lado en el momento que sea.

EL BOOMERANG DE LA VIDA Melitón Bruque


  
Lo peor que nos puede ocurrir en la vida es llegar a sentirnos los poseedores absolutos de la verdad y de la razón y creer que lo que pensamos, lo que decimos o lo que hacemos es irrefutable, hasta el punto que tratamos como imbéciles a todos aquellos que no piensan como nosotros y ni siquiera creemos que vale la pena escucharlos y no nos damos cuenta que las consecuencias que esa actitud genera en la vida son nefastas, pues llega un momento en que nadie nos soporta y poco a poco la gente se va apartando y relegándonos como alguien con quien no se puede tratar ni vale la pena dedicarle un momento de nuestro tiempo.

Quizás nos sirva este ejemplo que es absolutamente real, aunque el nombre de la protagonista sea ficticio, pero es la historia de alguien que comentaban en un grupo de diálogo entre varias personas, ya que la implicada era conocida por todo el pueblo.

 

Hipólita es la señora típica del pueblo sencillo que se creía la reina, a la que –según ella- todos debían estar muy agradecidos porque en la época del hambre había dado de comer a mucha gente, claro, nunca decía a cambio de qué, ni la forma que había tenido de tratar a los que daba de comer, pero creía que con lo que había dado le daba derecho a seguir sometiendo a la gente sencilla y pobre del pueblo.

Como su “ego” lo tenía tan exaltado, no permitía que nadie le hiciera la más mínima crítica, ni que le llevaran la contraria, era capaz de fulminar a cualquiera, convencida de que esa era la forma en que se debía tratar a gente analfabeta y sin luces, que era como ella consideraba a todos sus vecinos.

Los tiempos fueron cambiando y veía cómo cada vez era menos escuchada, la gente iba dejando de visitarla; es más, a la hora de llamar a las vecinas para que le limpiaran la casa, cada vez tenía más dificultad en encontrar a gente para que le trabajara el campo o le limpiara la casa y es que la Hipólita había decidido no “rebajarse” a nadie; decía que a los pobres “no se les puede dar rienda suelta, pues llegan a creerse algo y faltan al respeto”; sostenía que el que da primero da dos veces y por eso ella entraba siempre atacando, su relación era siempre agresiva; ella no medía las consecuencias de lo que decía porque partía del principio de que llevaba siempre la razón y los demás eran unos estúpidos;  en sus conversaciones hablaba y sacaba temas que no venían a cuento a tiempo y a destiempo, de tal forma que era ella la que dirigía el tema de la conversación según le convenía, de tal forma que  su conversación se hacía odiosa, pues siempre quería llevar el agua a su molino.

Cuando quiso acordar la Hipólita, le hicieron un cerco total, de forma que se quedó completamente sola, sin tener con quién hablar ni quién le ayudara y a su vejez murió sola y abandonada, sus familiares, que nadie conocía, asomaron para ver qué había quedado de herencia, pero como había sido tan cerrada, nunca jamás quiso hacer partícipe a nadie de nada y toda su fortuna se la llevaron entre la Hacienda pública y los abogados.

 

Y es que nos cuesta aceptar que la vida es una especie de boomerang que, a la larga, todos los golpes que hemos ido propiciando a los demás revierten contra nosotros.