jueves, 17 de diciembre de 2015

SEMBRAR SOLEDADES -Meliton Bruque-



Hoy me encontré con un amigo y lo vi que se alegró mucho de verme, más de lo acostumbrado, hasta el punto que me sorprendió bastante y quise rascar un poco en su corazón para que me dijera qué le ocurría; no tuve que insistir mucho y rápidamente abrió su alma para contarme sus pesares: “Murió Leli, como sabes, y ya nada es igual; quisiera cerrar los ojos y amanecer al final del mes de enero; me siento fuera de tiempo, fuera de contexto y fuera completamente de la vida que vivimos; no soporto la mentira en la que nos están obligando a vivir, la prisa con la que vivimos, la indiferencia en la que nos hemos instalado… Leli era para mí mis pies, mis manos, mi vida, mi horizonte; no entendía la vida sin ella y me he quedado completamente desconcertado, como quien llega a un sitio donde no conoce a nadie y te encuentras sin casa, sin dinero y sin tener a qué echar mano. ¿Cómo quieres que esté con alegría en esta navidad?

         Es muy posible que haya entre los que nos escuchan alguien que se encuentre así, que haya llegado a esta situación, pero también es posible que haya muchos otros que vienen andando en un camino que les puede abocar a este mismo sitio y es muy bueno que nos detengamos a examinar nuestra postura, ya que con frecuencia esperamos que nos lo den todo hecho y no nos damos cuenta que cada uno debemos ser constructores de alegría, de felicidad para todo el que nos rodee y de forma especial para aquellos que tenemos más cercanos.

         Invito para nuestra tertulia a escuchar tranquilamente lo que un escritor genial,  Khalil Gibran, en un libro precioso que tiene titulado “El Profeta” en el que le cuenta a sus vecinos sus ideas sobre el matrimonio:

 

         “Vosotros nacisteis juntos, y juntos estaréis también cuando las alas blancas de la muerte pongan fin a vuestros días, pues continuaréis unidos en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejad que haya espacio entre los dos. Que pueda el cielo pasar entre vuestros cuerpos. Amad, pero no transforméis el amor en una atadura. Que el uno llene el cuerpo del otro, pero jamás bebáis los dos del mismo vaso. Cantad y danzad, estad alegres, pero que cada uno mantenga su independencia: las cuerdas de un laúd están solas, aunque vibren todas con la misma música. Entregad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo posea, pues sólo la mano de la vida puede contener corazones enteros. Permaneced unidos, pero no muy juntos, pues los pilares de un templo están separados. El roble no crece a la sombra del ciprés, ni el ciprés puede crecer a la sombra del roble”.

        
Ciertamente, cuando llegan momentos como éste que se nos avecina, nos puede invadir de forma concentrada, toda la soledad y el aislamiento en el que nos venimos refugiando en nuestra vida y, en consecuencia, de golpe nos encontramos completamente solos e incapacitados para abrirnos a los demás, incluso a los más cercanos que tenemos, como pueden ser los hijos o los hermanos.

EL SAPO Y EL ROSAL


            Con frecuencia funcionamos a base de prejuicios que nos hacemos,  basados en  algo que alguien vino y nos contó, que a su vez le habían contado, pero sin haber sido contrastado jamás en la realidad… Es el caso que justamente en estos días me acaba de ocurrir con alguien que vino a presentarme su problema por el que atraviesa, ante la crisis que nos amordaza.

            Inmediatamente que se enteraron que le había ayudado, alguien vino para contarme un montón de cosas sobre la familia; yo no quise hacerme ningún juicio previo mientras no lo constatase por mi propio ojo: me fui a la casa y después de ver la situación, sentí ganas de irme a la de la persona informante para decirle que no deseo que la vida le haga pasar por la misma situación…

            Esto que ocurre con tanta frecuencia, y que hace que la vida se vuelva una tragedia, ya que a los problemas que vienen por sí solos, se unen los que se fabrican con nuestros chismes y nuestros prejuicios, es exactamente  lo mismo que, constantemente escucho por todas partes, sobre las riquezas de la iglesia y sobre el fallo que cometió tal o cual cura… cosa que podemos trasladar a cualquier otro estamento de nuestra sociedad: maestro, alcalde, policía, artesano, comerciante… y, cuando queremos acordar, ponemos marcos a las personas que luego resulta imposible quitárselos, pues antes de que nos acerquemos a alguien, ya lo estamos juzgando por el marco que le han puesto, sin valorar todo lo bueno que tiene y todo el bien que está haciendo y las posibilidades que tiene.

            Quizás nos puede ayudar a escenificar el hecho una historia muy bonita que anda por ahí por las redes:

 

            Cuenta que había en un jardín un rosal que era la atracción de todo el que paseaba; sus rosas eran las más hermosas y fotografiadas, pero había algo raro: nadie se acercaba a tocar las rosas ni a olerlas, a pesar de que su fragancia era una maravilla.

            El rosal estaba preocupado y sus rosas empezaron a protestarle y pedirle explicaciones. Una de ellas estuvo observando el gesto de la gente cuando intentaba acercarse y veía que todos miraban al suelo y hacían un gesto de asco y de miedo y se retiraban, se lo contó al rosal y todos se dieron cuenta que a su sombra había un enorme sapo, verdoso, pegajoso y feo que repugnaba a la gente.

            El rosal, con todas sus rosas, se indignaron contra el sapo y lo expulsaron de sus alrededores, pues desdecía de su belleza. El pobre sapo avergonzado se retiró pidiendo perdón por las molestias que les había causado.

            Al poco tiempo, las hojas del rosal empezaron a arrugarse con un purgón que las invadió y se pusieron amarillas. Las rosas, antes que abrieran sus capullos, las hormigas los invadían y se secaban y aquel purgón dejó el rosal hecho una verdadera lástima.

            Un día se le ocurrió al sapo pasar por delante del rosal y se paró para mirarlo en la situación lamentable en la que se encontraba y le preguntó qué era lo que pasaba, a lo que el rosal le contestó: hay unas hormigas que me dejan un líquido en mis hojas y en mis flores que nos seca y nos resulta imposible florecer ni vivir.

            El sapo le contestó: “Claro está, tú no quisiste reconocer el servicio que yo te hacía, pues era yo el que se comía esas hormigas, impidiéndoles que te invadieran, pero tú preferiste hacerme desaparecer de tu presencia para que solo brillara la belleza de tus flores, sin darte cuenta que para mantener esa  belleza, tiene que haber otros que han de aguantar la dureza de la vida”.

 

            Y yo no puedo dejar de pensar en toda esa gente que durante mucho tiempo brilló y alardeó de grandeza a costillas del sudor de los demás y del desprecio, haciendo todo lo posible por retirarlos de su presencia y teniendo por un ultraje el sentirlos a su lado. Cuando estos pobres desaparecieron, se le apagó la luz a estos que se creían astros, cuando en realidad nunca lucieron con luz propia y todos sus honores fueron a costillas del sudor de los demás.