Recojo
la parábola de un famoso escritor de la primera década del siglo XX . (Thomas C. Douglas 1904-1986)
en la que escenifica la situación con un país al que llama “Mauseland”, nosotros lo vamos a llamar “Ratibamba”, pero este es el circo que estamos
viviendo, sin darnos cuenta que no se trata de colores, sino de una “casta”
podrida que perdió la vergüenza hace mucho tiempo y que vive chupando la sangre
al pueblo, sobre el que se levanta proclamándose poseedora de su voluntad, como si eso fuera una caja de bombones
que se la dejan para que los cuide. La historia cuenta que:
Había
una ciudad enorme, donde vivían todos los ratones, que se llamaba RATIBAMBA.
Allí, como ocurre en todas partes, los ratones vivían, trabajaban, se
divertían, llevaban la vida como podían, se ponían enfermos y morían…
Habían montado, incluso, su parlamento y
tenían sus representantes, como hacemos todos los “civilizados” y cada cuatro
años acudían a sus urnas para votar a sus candidatos que se establecían
como los poseedores de la voluntad del pueblo y todo lo que hacían se llenaban
de orgullo al sentirse poseedores de dicha voluntad.
Cada vez que había elecciones, estos
representantes se gastaban enormes fortunas y empapelaban el país con grandes
anuncios y grandes promesas de convertir el país en un paraíso lleno de
felicidad, y la verdad que todos llevaban razón, pero había algo curioso: los
ratones iban cada vez a votar a unos gatos negros, enormes y gordotes que eran
los que formarían el gobierno. Sí, parece muy extraño pero deja de serlo cuando
lo comparamos con lo que hacemos los seres racionales “civilizados”.
Como he dicho antes, aquellos
enormes gatos negros, lo llenaban todo de promesas de bienestar y llevaban
razón, porque no dije para quién era el bienestar. Ellos conducían su gobierno
según su forma de ver las cosas y de acuerdo a lo que les interesaba; Entre ellos
eran buenos camaradas, se cubrían las espaldas y se ponían de acuerdo para
intercambiarse el poder y acordar leyes que los mantuvieran en su “bienestar”,
pero en cambio, eran leyes que machacaban a los ratones y les hacían la vida
imposible, por ejemplo: había leyes como ésta que prohibía que los ratones
corrieran a más de la velocidad determinada por los gatos, pues esto hacía que
tuvieran un gasto excesivo de energía para tomar su desayuno cada mañana; había
otra ley que no permitía hacer la entrada a la ratonera si no tenía unas
medidas lo suficientemente grandes como para que el gato pudiera meter su pata
sin ninguna dificultad dentro de ella.
Efectivamente, eran leyes muy
buenas, pues los gatos podían disfrutar de todos los privilegios, pero en
cambio, los pobres ratones no podían soportarlo y la vida se les hacía cada vez
más dura y difícil.
Cuando ya no podían soportar más la
situación, entonces las ratas que controlaban una gran masa de ratones los animaban a salir a la calle,
montaban manifestaciones y alborotos públicos animados por las grandes ratas
que también vivían colgadas del gobierno y celebraban elecciones.
Se ponían de
nuevo las urnas y todos los ratones enfurecidos iban a votar para quitar a los
gatos negros, eligiendo esta vez a los gatos blancos para que fueran ellos los
que formaran el nuevo gobierno.
Durante la campaña, los gatos blancos habían
convencido a los ratones de algo que sonaba muy bien, aunque no sabían de qué
se trataba: decían que la ciudad se encontraba de aquella forma porque
los gatos negros tenían una visión muy cerrada de la vida, tenían que ser mucho más
abiertos y el problema se demostraba en que las puertas de las ratoneras las
tenían redondas, cuando todas las puertas son cuadradas… “Si ustedes nos votan,
les prometemos cuadrar las puertas de las ratoneras” y todos los ratones
entusiasmados se alegraron por el gran paso de progreso que se iba a dar. Y así
ocurrió: las puertas de las ratoneras dejaron de ser redondas y se pusieron
cuadradas y espaciosas de forma que ya los gatos no solo podían meter una pata
dentro de la ratonera, sino que podían meter sin dificultad las cuatro patas.
Esto que le habían pintado como un
gran progreso, resultó ser una trampa mortal que no los dejaba vivir tranquilos,
pues los gatos lo controlaban todo. La cosa se hizo insoportable y los ratones
fueron de nuevo a las urnas para volver a poner a los gatos negros y así fueron
cambiando durante muchos años a los gatos blancos y negros hasta que pensaron
dar un cambio radical, ya que cada vez se iban poniendo las cosas peor:
decidieron poner gatos mitad blancos y mitad negros, pero el cambio fue peor,
pues aquellos gatos tenían todo lo malo de unos y de otros, entonces decidieron
poner gatos con manchas de diferentes colores, pues parecían más simpáticos y
se adaptaban mejor a los ratones, pero en realidad no dejaban de ser gatos y
pensaban, sentían y vivían como gatos aunque se camuflaban con mucha facilidad, pero luchaban como los
blancos , los negros y los blanquinegros
por los mismos intereses de los gatos y no por los de los ratones.
Por fin un día, apareció por allí un
ratoncito y, en un bar, comenzó una conversación con todos los vecinos que
estaban indignados, decidieron juntarse otro día para ver qué hacían y el
ratoncillo tomó la palabra y dijo: “Compañeros, disculpen mi humilde palabra,
pero yo no hago más que darle vueltas a
algo que no me cuadra: Yo veo que el problema no es el color de los gatos, sino
el que son gatos y ellos, gobiernan para los gatos… ¿Por qué seguimos eligiendo
siempre a un gobierno de gatos si los que vivimos aquí somos todos ratones?
¿Por qué no elegimos a un gobierno formado por ratones?
¡¡¡Oh, qué disparate está diciendo
el loco ese!!! -dijeron todos- Este es
un ratón facha, contrarrevolucionario, desestabilizador del orden, fascista y
dictador, que quiere volver de nuevo a tiempos antiguos…”
Cogieron al pobre ratón, le pegaron
una paliza, lo metieron en la cárcel y jamás le volvieron a dar la oportunidad
de decir ni una sola palabra.
Lo peor que le puede ocurrir a un pueblo es que pierda su capacidad de
reflexión, de hacer un análisis de la realidad que vive y tomar una decisión
exenta de intereses partidistas y particulares. El momento en que pierde esta
dimensión de la totalidad, es como si se metiera en un pozo y decidiera ahogarse
en él, dejando que los intereses particulares lo asfixiaran, pues llega a creer
que nadie tiene derecho a vivir nada más que él y los que piensan como él. El
problema se agrava cuando ni siquiera vive él, sino que es utilizado para
defender a quien lo está encerrando en el pozo.
A un hombre libre lo podrán meter en la cárcel y
hasta matarlo, pero no podrán encadenar la LIBERTAD.