En un mundo en el que vivimos en el que el dinero ha llegado a
establecerse como el único canon de valoración de las cosas, el gran peligro
que tenemos es el de perder la capacidad de valora el sentido, el significado,
la grandeza y la belleza de las cosas y hacemos reducciones a lo estrictamente
pragmático. Es cuestión de que observemos cómo
ante cualquier cosa que se nos presenta: el aprendizaje de algo, una
conferencia, ciertas asignaturas en el
curriculum escolar, incluso la misma catequesis que damos en las parroquias hay
mucha gente que inmediatamente se pregunta: ¿Y para qué vale eso? O traducido
en otras palabras: ¿Qué ventajas económicas me va a reportar eso?
Y es
una pena, porque cuando perdemos esa capacidad de valorar lo grande, lo bello,
lo simbólico… estamos perdiendo la
alegría y la belleza de más de la mitad de la vida.
Estoy
recordando una historia muy sencilla, pero muy bonita, de alguien que escribió
por ahí en las redes y que expresa de
una forma muy clara lo que estamos tratando:
“Cuentan que la señora de un gran magnate
tenía que asistir a una de esas cenas y fiestas de gala en las que las grandes señoras lucen sus
mejores joyas y vestidos de las mejores firmas; se había comprado un vestido
especialmente diseñado en exclusiva para
ella por el mejor modista del país;
esperaba dar la nota en el encuentro y deslumbrar a toda la concurrencia, pero
le faltaba un complemento importantísimo: el tocado de la cabeza con un
sombrero adecuado al vestido que llevaba; visitó todas las casas de modas
buscando el sombrero que hiciera juego con su vestido y no lo encontró por
ningún sitio.
Por fin decidió ir a
consultar con uno de los modistas más importantes del momento y le expuso su
problema. El modista la examinó, vio las fotos que le llevó del vestido y
después de un breve análisis cogió un trozo de tela, le envolvió la cabeza y le
hizo un lazo quedándole un tocado precioso combinando con el peinado.
La señora se miró al
espejo y se quedó sorprendida ante la belleza y el estilo con el que el artista
había adornado su cabeza. Efectivamente, eso es lo que yo andaba buscando
–exclamó llena de alegría-
Después de alabar la
maestría y el buen gusto del artista llegó el momento de tasar el tocado:
“Bueno señor, usted dirá cuánto le debo por el lazo que me ha hecho”
-No, es poca cosa: el
estudio que le he hecho más el lazo se lo dejo todo solo en 100 €
-¿Cómo? ¿Solo en 100 €? ¿Usted cree que un trozo de tela como
el que me ha atado a la cabeza puede valer
100 €?
- No se preocupe,
señora, esto está resuelto inmediatamente.
El modista cogió el
lazo, lo deshizo, lo envolvió cuidadosamente y se lo entregó a la señora diciendo:
-Tome usted la tela, se
la regalo, pues es verdad: esto no vale para nada, pero desgraciadamente es lo
único que usted valora.
Si nos
damos cuenta, es exactamente lo mismo que nos pasa a todos cuando perdemos el sentido profundo de las cosas que nos
rodean: los detalles en casa, lo que nos hacen los amigos o los vecinos; el
trabajo que realizamos… Hay cosas que el material no vale nada y lo que
realmente tiene un valor incalculable no es material; si no estamos capacitados para verlo y valorarlo, nos perdemos la gran alegría y
la belleza de más de la mitad de la vida.
Afortunadamente
para unos y desgraciadamente para otros, las cosas más grandes de la vida y las
más entrañables de la persona no es el dinero el que puede determinar su valor