Estos días
discutíamos en la clase de historia de las religiones con los muchachos y, la
gran mayoría de ellos, gritaban y decían barbaridades, porque –según ellos- “Si es verdad que existe Dios, no puede
permitir que dejen en la calle a todos esos que los bancos echan fuera de sus
casas y los dejan sin nada… y Dios se queda tan tranquilo”.
Yo les decía
que estas cosas ocurren, porque nosotros damos lugar a que los legisladores,
que nosotros mismos ponemos en el poder, los dejamos que hagan esas leyes que
permiten que todo eso ocurra…
Pero ellos se
cerraban y decían que “Dios tiene que
hacer un milagro y no permitir que eso ocurra, si es que es verdad que existe y
es todo amor, como dicen los curas”. Si no lo hace, es que eso es un rollo
En plena discusión se me agolpaban muchas ideas, pero
ellos hablaban todos a la vez y no había cómo reconducir un razonamiento;
cuando ya pudimos serenar el ambiente, pude contarles aquella historia del
joven inquieto que –como ellos- deseaba encontrar a Dios y seguir sus huellas;
alguien le había dicho que, cuando llegara a encontrar a Jesús, sería tan
grande y poderoso como él, que podría hacer los mismos milagros y hasta cambiar
el mundo, si es que se lo proponía.
El joven,
entusiasmado, se dedicó a buscar a Dios en todas las iglesias, a leer todos los
libros que caían en sus manos, intentando dar con la clave que lo hiciese
parecido a Jesús.
Un día se
acercó a un sacerdote anciano y le preguntó dónde podría encontrar a Jesús,
pues quería seguirlo hasta las últimas consecuencias. El sacerdote le aconsejó:
-“Date una vuelta por la ciudad y observa
todo lo que encuentres a tu alrededor, ahí te vas a encontrar a Jesús a cada
paso”.
El joven se
marchó e hizo caso al anciano sacerdote: estuvo varios días dando vueltas por
la ciudad, observando detenidamente todo lo que veía, pero cada día volvía a su
casa más indignado y asustado.
A la semana
volvió a encontrarse con el sacerdote que le preguntó:
-“¿qué encontraste en tus paseos por la ciudad?”
-La verdad es
que lo que vi fue un infierno, en lugar de encontrarme a Jesucristo
-A ver: Cuéntame lo que has visto.
- Vi cómo dos
niños hambrientos y harapientos pedían limosna, mientras su madre, una
extranjera, los vigilaba en una esquina. Yo pensaba: estos niños deberían estar
en la escuela… pero sus mismos padres los están explotando.
Un poco más
adelante vi cómo a una anciana, un joven se acercó por detrás, le dio un
empujón, la tiró al suelo, le robó el bolso que llevaba y salió corriendo… yo
me sentí lleno de rabia al ver el atropello, y me dio mucho coraje ver la
maldad de aquel joven y la pobre anciana rodando por el suelo sin ayuda de
nadie, por un momento pensé que podría ser mi abuelita o mi misma madre.
Vi también
cómo un hombre lo había atropellado un coche que salió huyendo y, el pobre se
quedó tirado en la calle, chorreando sangre por la pierna, sin poder andar… ¡y
nadie se acercó a ver lo que le había ocurrido!, mientras tanto, el pobre
hombre daba gritos de dolor; el conductor del coche es un chuleras que yo
conozco.
Entonces el
sacerdote anciano preguntó al joven inquieto:
-¿Y qué hiciste con esos niños que pedían limosna y que te diste cuenta
que eran explotados?
-¿Y qué quiere
usted que hiciera?
-Hombre, podías haberte acercado a un policía y denunciar lo que estaban
haciendo con esos niños…
-Sí, ¿Qué
quiere, que luego me cojan los de la mafia y me hagan algo?
-¿Y qué hiciste con la anciana que le empujaron y le robaron?
-Yo esperé que
viniera algún policía, pues no iba a meterme yo por medio, para que creyeran
que era yo quien la había robado.
-¿Y con el que atropellaron y daba gritos de dolor?… ¡denunciarías a la
policía al tipo que lo atropelló, pues dices que lo conocías!, o, ¿tampoco?
-¡Pues no!
-¿Entonces?
-Entonces…
usted ya sabe: luego hay que ir al juicio, esto te complica la vida, quedas mal
con la familia del que lo atropelló, que es una gente peligrosa…
- Es decir: te dejaste tirado en la cuneta tres veces a Jesús, mientras tanto,
andas buscándolo de iglesia en iglesia, esperando que vaya haciendo de policía
que persigue a maleantes y tú, esperando un milagro del cielo, que te arregle
las cosas, te deje satisfecho y te diga que eres un santo. ¿No es eso?
Desgraciadamente
este es el sistema que hemos montado, esta es la actitud que se ha establecido:
nadie quiere saber nada de nada, todo el mundo escurre el bulto, todos cargan
la responsabilidad a la autoridad competente y en último término, culpamos a
Dios de que la misma autoridad competente escurra el hombro ante los atropellos
y las injusticias realizadas en plena calle a vista de todos; podemos ver que,
incluso, nada es real y evidente, ahora todo es “presunto” y esperamos que venga Dios a arreglarnos las
cosas; que haga algo raro para que nos deje desconcertados y nos demos cuenta
que estamos equivocados; pero la verdad es que nuestra equivocación es
justamente esta: buscar a un Dios que no existe, esperar que él haga lo que nos
toca a nosotros, exigirle que arregle nuestros entuertos y, encima, culparle de
ellos, esperar que él arregle el mundo que nosotros hemos desbaratado y que
tampoco estamos dispuestos a mover un dedo para arreglarlo.
En todo caso,
con Él podemos contar para que nos dé toda la fuerza, la ilusión y el coraje
que necesitamos para hacer frente y solucionar los problemas que tenemos.