Volvimos a
encontrarnos en la clase y quise retomar el tema que dejamos el otro día en el
aire
Hoy fui yo
quien abrió el tema y les conté la historia real que acababa de compartirme una
persona amiga.
Me contaba que
se sentía triste y preocupada. Quise contarles
el caso para que fueran los mismos chavales los que me dieran la respuesta a lo
que el otro día me planteaban.
Me cuenta esta
persona amiga que, lleva observando a una familia muy pobre, de esas que
existen escondidas en los pueblos, que no aparecen por ningún sitio, que no
aparentan ni dejan traslucir la tragedia por la que atraviesan... De esa gente
que, a pesar de llorar por dentro, sonríe por fuera y es afable y servicial con
todo el mundo.
La esposa
llegó a su tienda y le pidió un pan y unos tomates; era lo único a lo que
alcanzaban los 1´20 € que tenía, para poder comer ella, su esposo y los tres
hijos que tienen.
Al verla, con
la tristeza que le marcaba el rostro le preguntó:
-¿Qué te pasa?
-“Me encuentro
muy mal, ya no nos queda nada, nos hemos comido todo lo que teníamos, mi marido
no encuentra trabajo, lleva así cuatro años, ya no tenemos derecho al paro, a mí
me da vergüenza pedir más en Caritas, ya no sabemos qué hacer, debemos dos
meses de alquiler y ya nos ha venido la orden de salida de la casa vieja donde
vivimos, que tú conoces… Tenemos que salir esta tarde y no sabemos dónde vamos
a dormir esta noche”.
-“Le he llenado el cesto –me contaba la dueña del
establecimiento- y le he dicho que vuelva
mañana a llevarse lo que necesite…”
Pasado el
mediodía vuelve a llamarme para contarme el episodio completo:
-“Mira –me dice- cuando la vi salir de la tienda llorando, con su cesto en la mano, se
me partió el alma. Después de comer me he ido a su casa, he visto la situación
de desamparo en la que se encuentran, todos llorando, sin saber qué hacer, en
una absoluta indefensión y sin encontrar un trabajo para poder vivir
dignamente… Me he ido al dueño de la casa que, malhumorado, me ha dicho que él
no está para sostener a vagos; le he dicho que le dé un trabajo para que puedan
pagar siquiera el alquiler y, como no he podido hacerle entrar en razón, eché
mano a mi cartera y pagué los 500 € que deben de los dos meses. Me he ido
después a la casa y les he dicho: No se os ocurra sacar nada de aquí. Ya está
el alquiler pagado.
Se me han colgado todos, llorando, abrazándome, y allí me los he dejado
llorando. ¿Tú qué opinas, Meli?”
No me ha
quedado más que una palabra como respuesta: ¡Que Dios te bendiga!
Ese es el
único testimonio válido y comprensible que entiende el ser humano y que nos
hace creíbles. Lo que dice sabiamente el refrán popular: “Obras son amores y no buenas razones”.
Ahora,
pensando despacio, veo en estas dos personas: la que se ve entre la espada y la
pared y la que se le remueven sus entrañas de misericordia y sale al paso, esa
cantidad inmensa de gente que sufre en silencio y no da a conocer su dolor y,
la otra cantidad enorme de gente que comparte su vida sin estridencias y sin
bombo ni platillos y, gracias a ellos, más de medio mundo puede subsistir.
Pero junto a
estos dos casos, que muestro de primera mano, que son un reflejo del dolor de
Cristo, que vive su viacrucis y, del amor de Dios que se hace presente, en
tanta gente buena como ésta de la narración, nos encontramos en el otro extremo
la imagen de los cínicos, de los epulones, de los asaltantes, de los ladrones,
de los que no tienen conciencia y se burlan del pueblo, avasallan al pobre,
prefieren dejar vacía y hundiéndose una vivienda, antes de que otro la pueda
usar, no les importa el dejar en la calle a una familia, se roban el dinero de
los pobres, destruyen los puestos de trabajo y dejan hecho un solar en ruina
una nación… mientras se llevan los millones y dejan en la miseria a un país y
ellos, con grandes sueldos sacados del pueblo, ocupan portadas de periódicos y
primeros titulares de noticias en todos los medios de comunicación…
Estos mismos son
los que incitan al pueblo a que pierda, incluso, su confianza en Dios, a que le vuelva la
espalda, para que, el único consuelo y la única fuerza que le queda para
levantarse, también lo pierda y se sienta hundido y sin remedio.
El
gesto de esta persona es una especie de grito de esperanza y de alegría: en
esta persona quedan retratadas los millones de personas que están haciendo
posible la vida en este mundo, y su gesto se convierte en una denuncia de los
otros millones que son la vergüenza de este mundo.