En
este mundo que vivimos en el que todo ha de tener su respuesta inmediata: tú
das el dinero e inmediatamente tienes lo que has comprado aunque esté en el
otro lado del mundo; donde el ritmo de la vida es tan acelerado que no se deja
tiempo a crecer ni a madurar las actitudes ni las decisiones y, menos aún, a
tomar conciencia de las cosas y rectificar.
Esta
forma de ser es muy típica de la juventud actual: las cosas, “Ya y ahora”, pero
en sea dinámica vamos entrando todos y no queremos aceptar que, por mucho que
corramos la vida tiene su ritmo que es inalterable y cuando lo rompemos
queriendo sacar las cosas de su contexto.
La
vida es como el árbol de Caqui que tiene mi hermano en su huerto, si no dejas
que maduren los frutos, es muy probable que te Aarruguen@
el alma y el entendimiento cuando los muerdes y, es más fácil todavía que las
experiencias negativas que te pueden venir hagan que miremos la vida con
decepción y desconfianza, pues al final, concluimos que no podemos fiarnos de
nadie. Esto es muy normal en el terreno del dinero, del sexo, del trabajo...
queremos los resultados inmediatamente y con frecuencia, si no se ha madurado,
nos puede resultar amarga la experiencia.
Mi amigo Alfonso es un hombre amante de
la naturaleza; toda su vida ha vivido en contacto con el campo y es un
entendido en árboles y en los ciclos de la naturaleza. Siempre nos dice que no
hay mejor universidad que la del campo, solo hay que ser buen alumno y
observarlo, pues éste nos enseña a vivir.
Alfonso hablaba con frecuencia a su hijo
Juan de todo lo que él sabía, pero el joven había optado por otra forma de vida
más pragmática y prefería la inmediatez de las cosas.
Alfonso había plantado un árbol de Caqui
en su huerto, pues es una planta de origen japonés que le fascinaba por su estructura
y por el fruto y también por las características del árbol.
Juan, su hijo, lo estuvo viendo crecer
varios años hasta que, el primero que aparecieron las flores y después el
fruto, aquello fue una fiesta para el chaval
y cada mañana iba a observarlo.
Llegó el momento que los caquis estaban
gordos como naranjas con un color verde precioso y Juan se mordía las uñas de
nerviosismo por meterles mano, a pesar de las advertencias de su padre: “No los
toques hasta que estén bien maduros, pues te arrepentirás de morderlos”. Pero
el joven los miraba, los tocaba, los
apretaba para que madurasen, hasta que llegó el momento que de tanto
estrujarlos habían perdido la tersura y comenzaban a ponerse blandos y hasta
caerse del árbol.
Alfonso le había explicado a su hijo
todo el proceso y la necesidad de que madurasen y cogieran otro color rosado,
pero no pudiendo esperar más, en cuanto comenzaron a coger un color amarillento
Juan, con un grupo de amigos, se lanzaron una tarde dispuestos a devorarlos.
La sorpresa fue tremenda: la boca se les
arrugó y los trozos que tragaron les produjeron unos vómitos y una diarrea
terribles. Se fueron decepcionados del árbol y comenzaron a decir que era el
peor de los árboles del huerto y que era un disparate tener un árbol de esos
ocupando un espacio en cualquier jardín o huerto de una casa..