martes, 13 de octubre de 2015

EL BOOMERANG DE LA VIDA Melitón Bruque


  
Lo peor que nos puede ocurrir en la vida es llegar a sentirnos los poseedores absolutos de la verdad y de la razón y creer que lo que pensamos, lo que decimos o lo que hacemos es irrefutable, hasta el punto que tratamos como imbéciles a todos aquellos que no piensan como nosotros y ni siquiera creemos que vale la pena escucharlos y no nos damos cuenta que las consecuencias que esa actitud genera en la vida son nefastas, pues llega un momento en que nadie nos soporta y poco a poco la gente se va apartando y relegándonos como alguien con quien no se puede tratar ni vale la pena dedicarle un momento de nuestro tiempo.

Quizás nos sirva este ejemplo que es absolutamente real, aunque el nombre de la protagonista sea ficticio, pero es la historia de alguien que comentaban en un grupo de diálogo entre varias personas, ya que la implicada era conocida por todo el pueblo.

 

Hipólita es la señora típica del pueblo sencillo que se creía la reina, a la que –según ella- todos debían estar muy agradecidos porque en la época del hambre había dado de comer a mucha gente, claro, nunca decía a cambio de qué, ni la forma que había tenido de tratar a los que daba de comer, pero creía que con lo que había dado le daba derecho a seguir sometiendo a la gente sencilla y pobre del pueblo.

Como su “ego” lo tenía tan exaltado, no permitía que nadie le hiciera la más mínima crítica, ni que le llevaran la contraria, era capaz de fulminar a cualquiera, convencida de que esa era la forma en que se debía tratar a gente analfabeta y sin luces, que era como ella consideraba a todos sus vecinos.

Los tiempos fueron cambiando y veía cómo cada vez era menos escuchada, la gente iba dejando de visitarla; es más, a la hora de llamar a las vecinas para que le limpiaran la casa, cada vez tenía más dificultad en encontrar a gente para que le trabajara el campo o le limpiara la casa y es que la Hipólita había decidido no “rebajarse” a nadie; decía que a los pobres “no se les puede dar rienda suelta, pues llegan a creerse algo y faltan al respeto”; sostenía que el que da primero da dos veces y por eso ella entraba siempre atacando, su relación era siempre agresiva; ella no medía las consecuencias de lo que decía porque partía del principio de que llevaba siempre la razón y los demás eran unos estúpidos;  en sus conversaciones hablaba y sacaba temas que no venían a cuento a tiempo y a destiempo, de tal forma que era ella la que dirigía el tema de la conversación según le convenía, de tal forma que  su conversación se hacía odiosa, pues siempre quería llevar el agua a su molino.

Cuando quiso acordar la Hipólita, le hicieron un cerco total, de forma que se quedó completamente sola, sin tener con quién hablar ni quién le ayudara y a su vejez murió sola y abandonada, sus familiares, que nadie conocía, asomaron para ver qué había quedado de herencia, pero como había sido tan cerrada, nunca jamás quiso hacer partícipe a nadie de nada y toda su fortuna se la llevaron entre la Hacienda pública y los abogados.

 

Y es que nos cuesta aceptar que la vida es una especie de boomerang que, a la larga, todos los golpes que hemos ido propiciando a los demás revierten contra nosotros.