¿Quién de nosotros no siente
nostalgia de cosas y costumbres hermosas que se perdieron y no han sido
suplantadas por algo que las mejorara, sino que, por el contrario, fueron
desapareciendo y hemos entrado en otra dinámica en la que nos sentimos
desbordados y en la que no funciona más valor que el dinero y el vicio,
renunciando a nuestras raíces y a nuestra cultura?
Esto es muy común en
nuestras fiestas populares que en su inicio tuvieron un sentido profundo de
agradecimiento, de fraternidad, de solidaridad entre todos los vecinos y
terminaron en un auténtico desmadre. Es cuestión de que cada uno analice lo que
conoce.
A raíz de esta experiencia me remito a la situación de una aldea
preciosa en la que veneran a S. Roque, pero todo comenzó por algo muy sencillo:
Uno de los vecinos de la aldea lo
llamaban familiarmente “El abuelo Roque”; este hombre era una institución en la
aldea: un hombre que jamás se le oyó hablar mal de nadie, sino todo lo
contrario: estaba atento siempre a las necesidades de los demás, muy cercano al
sufrimiento de todos sus vecinos, de tal forma que se convirtió en el “abuelo”
de todos: un apoyo sentimental a quien acudían ante cualquier situación adversa
para conversar con él y siempre salían consolados y animados a tomar decisiones
que casi siempre eran acertadas.
Justamente en el mes de agosto, por
el día de su santo, él invitaba a todos los vecinos a una merienda compartiendo
el vino que él mismo cosechaba; en las
afueras del pueblo, se encontraban las eras donde se trillaban los cereales que se recogían
durante el verano; a estas alturas del mes de agosto ya se habían terminado
todas las tareas del verano y todo el pueblo se reunía, barrían las eras y allí
encendían una hoguera con todas las brozas recogidas, y cosas que estorbaban en
la casa.
Cada vecino hacía una comida y “El
abuelo Roque” traía su vino y, en torno a la hoguera, compartían la comida
familiar que habían preparado.
“El
abuelo Roque” concluía el encuentro invitando a un momento de silencio en el
que él oraba a Dios pidiéndole que cuidara aquellas familias, que bendijera su
trabajo, sus hogares y sus personas con la salud, con la amistad, con la
alegría y con la paz entre todos.
Aquel gesto lo venían repitiendo
cada año y los vecinos de la aldea sentían que Dios se estaba feliz con el
gesto de aquel hombre a quien escuchaba en su oración por todos sus vecinos y
las cosas marchaban cada vez mejor entre ellos.
Llegó el día triste en que murió
Roque y todos sintieron que quedaban como huérfanos, como que habían perdido el
engranaje de toda la aldea y el intercesor de todos ante Dios. Como homenaje a
su persona y a su vida, cuando llegó el día 16 de agosto se reunieron todos
como una piña y repitieron al pie de la letra todo lo que hacía el “Abuelo
Roque” y aquel encuentro anual quedó como una tradición inquebrantable, pues
aquello reforzaba los lazos de amistad y de solidaridad entre todos los vecinos
que sentían que “El Abuelo” desde el cielo los apoyaba consiguiendo que Dios
los bendijera.
Hubo alguien que en un momento se
detuvo a pensar: ¿Qué oración era la que Roque rezaba a Dios para que lo
escuchara? Y resultaba que nadie la había escuchado jamás, entonces ellos
optaron por hacer cada uno la suya poniéndose de acuerdo en dedicar un momento
de la fiesta para encontrarse con Dios y con D. Roque, en el silencio de su
corazón y, cuando alguien invitó a compartir lo que habían dicho a Dios, muchos
dijeron que habían sentido que Dios les decía que se estaba feliz de
encontrarse con ellos en aquella reunión.
Y el
día de S. Roque fue establecido como fiesta de la aldea en la que todos
compartían lo que tenían y juntos le pedían a Dios que los conservara con vida
y con la amistad que los hacía sentirse en familia.
Pero pasaron los años y murieron los
que conocieron al “Abuelo Roque” y habían vivido la experiencia de fraternidad
de la aldea y la del encuentro anual y comenzaron a criticar aquellas
costumbres ancestrales y a llamarlas retrógradas y primitivas; arreglaron las
casas que habían comprado de la aldea y
las adecuaron a los nuevos tiempos, se pusieron al día en todas las nuevas
tecnologías y nadie más quiso saber de tradiciones ni de gestos de solidaridad,
menos aún de reunirse para ir a barrer la era que la convirtieron en un
escenario para conciertos de música y la fiesta de S. Roque la convirtieron en
un encuentro anual de música, de “botellón”, de droga y de desmadre.
Nadie recuerda hoy las raíces tan
hermosas de aquella fecha de encuentro, que significaba fraternidad, amistad,
solidaridad y necesidad de vivir en familia.