martes, 13 de octubre de 2015

“EL ABUELO ROQUE” -Melitón Bruque-


                  ¿Quién de nosotros no siente nostalgia de cosas y costumbres hermosas que se perdieron y no han sido suplantadas por algo que las mejorara, sino que, por el contrario, fueron desapareciendo y hemos entrado en otra dinámica en la que nos sentimos desbordados y en la que no funciona más valor que el dinero y el vicio, renunciando a nuestras raíces y a nuestra cultura?

            Esto es muy común en nuestras fiestas populares que en su inicio tuvieron un sentido profundo de agradecimiento, de fraternidad, de solidaridad entre todos los vecinos y terminaron en un auténtico desmadre. Es cuestión de que cada uno analice lo que conoce.

 

            A raíz de esta experiencia me remito a la situación de una aldea preciosa en la que veneran a S. Roque, pero todo comenzó por algo muy sencillo:

            Uno de los vecinos de la aldea lo llamaban familiarmente “El abuelo Roque”; este hombre era una institución en la aldea: un hombre que jamás se le oyó hablar mal de nadie, sino todo lo contrario: estaba atento siempre a las necesidades de los demás, muy cercano al sufrimiento de todos sus vecinos, de tal forma que se convirtió en el “abuelo” de todos: un apoyo sentimental a quien acudían ante cualquier situación adversa para conversar con él y siempre salían consolados y animados a tomar decisiones que casi siempre eran acertadas.

            Justamente en el mes de agosto, por el día de su santo, él invitaba a todos los vecinos a una merienda compartiendo el vino que él mismo cosechaba; en las  afueras del pueblo, se encontraban las eras  donde se trillaban los cereales que se recogían durante el verano; a estas alturas del mes de agosto ya se habían terminado todas las tareas del verano y todo el pueblo se reunía, barrían las eras y allí encendían una hoguera con todas las brozas recogidas, y cosas que estorbaban en la casa.

            Cada vecino hacía una comida y “El abuelo Roque” traía su vino y, en torno a la hoguera, compartían la comida familiar que habían preparado.

“El abuelo Roque” concluía el encuentro invitando a un momento de silencio en el que él oraba a Dios pidiéndole que cuidara aquellas familias, que bendijera su trabajo, sus hogares y sus personas con la salud, con la amistad, con la alegría y con la paz entre todos.

            Aquel gesto lo venían repitiendo cada año y los vecinos de la aldea sentían que Dios se estaba feliz con el gesto de aquel hombre a quien escuchaba en su oración por todos sus vecinos y las cosas marchaban cada vez mejor entre ellos.

            Llegó el día triste en que murió Roque y todos sintieron que quedaban como huérfanos, como que habían perdido el engranaje de toda la aldea y el intercesor de todos ante Dios. Como homenaje a su persona y a su vida, cuando llegó el día 16 de agosto se reunieron todos como una piña y repitieron al pie de la letra todo lo que hacía el “Abuelo Roque” y aquel encuentro anual quedó como una tradición inquebrantable, pues aquello reforzaba los lazos de amistad y de solidaridad entre todos los vecinos que sentían que “El Abuelo” desde el cielo los apoyaba consiguiendo que Dios los bendijera.

            Hubo alguien que en un momento se detuvo a pensar: ¿Qué oración era la que Roque rezaba a Dios para que lo escuchara? Y resultaba que nadie la había escuchado jamás, entonces ellos optaron por hacer cada uno la suya poniéndose de acuerdo en dedicar un momento de la fiesta para encontrarse con Dios y con D. Roque, en el silencio de su corazón y, cuando alguien invitó a compartir lo que habían dicho a Dios, muchos dijeron que habían sentido que Dios les decía que se estaba feliz de encontrarse con ellos en aquella reunión.

Y el día de S. Roque fue establecido como fiesta de la aldea en la que todos compartían lo que tenían y juntos le pedían a Dios que los conservara con vida y con la amistad que los hacía sentirse en familia.

            Pero pasaron los años y murieron los que conocieron al “Abuelo Roque” y habían vivido la experiencia de fraternidad de la aldea y la del encuentro anual y comenzaron a criticar aquellas costumbres ancestrales y a llamarlas retrógradas y primitivas; arreglaron las casas que  habían comprado de la aldea y las adecuaron a los nuevos tiempos, se pusieron al día en todas las nuevas tecnologías y nadie más quiso saber de tradiciones ni de gestos de solidaridad, menos aún de reunirse para ir a barrer la era que la convirtieron en un escenario para conciertos de música y la fiesta de S. Roque la convirtieron en un encuentro anual de música, de “botellón”, de droga  y de desmadre.

            Nadie recuerda hoy las raíces tan hermosas de aquella fecha de encuentro, que significaba fraternidad, amistad, solidaridad y necesidad de vivir en familia.

 
            Y así sucede en un montón de cosas que con el paso del tiempo añoramos y que hace que sintamos que otros tiempos pasados fueron mejores; y no es que sea así, sino que es triste que vaciemos el contenido de las cosas que nacieron con un sentido y las llenemos de otro que no tiene nada que ver con el original y que hasta se opone por completo. Es cuestión de que analicemos muchas de los acontecimientos que hoy celebramos y veamos en qué han quedado y en qué se parecen al sentido que les dio origen