Cada vez que me encuentro con los
padres de los niños de la catequesis, con los que nos hemos propuesto hacer un
proyecto de acompañamiento a los niños, en su educación en la fe y hemos comenzado por
afianzar los valores humanos para poder fundamentar sobre ellos otros valores
espirituales, morales…
Cuando les pregunto cómo les va,
siempre obtengo la misma respuesta:
“¡¡Bueeeno, ahí vamos!!”
Todos coinciden en una cosa: es
durísimo el poder mantenerse firmes en la verdad, pues siempre hay algo que les
hace claudicar: el cansancio, la presión externa, el mismo corazón, que a veces
se quiere imponer sobre la razón…
Y es que el arte de educar no es cuestión de
métodos, sino de equilibrio entre razón y corazón, entre mente y capacidad de
expresar lo que se piensa y lo que se siente.
Hay por ahí una historia que se la
atribuyen a Confucio que se cree que vivió entre el 551 y 479 a.C. y en una de
sus obras llamada"Conversaciones familiares", existe un interesante
diálogo en torno al aprendizaje:
Cuenta
que Confucio, se sentó a descansar y sus discípulos lo rodearon para
preguntarle:
-Maestro,
¿Cómo se las arregla para explicar tan claro y hacer tan sencillo todo lo que
siente? Debería ir al emperador y hablarle a ver si él entiende ya de una vez
-El emperador también hace bellos
discursos –dijo Confucio- eso es cuestión de técnica, pero la virtud no
consiste en una ténica de expresión.
-Pues
entonces, envíele su libro de poemas…
-Esos tres cientos poemas de mi libro se
pueden resumir en una sola frase:”Piensa correctamente”, ahí está todo el
secreto.
-¿Y
qué es pensar correctamente?
-Es utilizar correctamente la mente y el
corazón, la disciplina y la emoción. Cuando se desea una cosa, la vida nos guia
hacia ella, muchas veces por caminos insospechados. Otras veces nos dejamos
confundir, porque esos caminos nos sorprenden y, entonces, creemos que vamos
por dirección equivocada; por eso yo dije: déjate llevar por la fuerza de la
emoción, pero no pierdas la disciplina de seguir adelante.
--)Y
usted hace eso?
-A los quince años, comencé a aprender.
A los treinta, pasé a tener la certeza delo que deseaba. A los cuarenta, las
dudas retornaron. A los cincuenta años,
descubrí que el Cielo tiene un proyecto
para mí y para cada hombre sobre la fazde la Tierra. A los sesenta, comprendí
este proyecto y encontré la tranquilidadpara seguirlo. Ahora, a los setenta
años, puedo escuchar mi corazón sin que él mehaga salir del camino.
-Entonces,
)qué es lo que le hace diferente de los
otros hombres que tambiénaceptan la voluntad del Cielo?
-Yo procuro dividirla con vosotros. Y
quien consigue discutir una verdad antigua
con una generación nueva, debe usar su
capacidad de enseñar. Esta es mi únicacualidad: ser un buen profesor.
-)Qué
es un buen profesor?
-El que examina todo lo que enseña. Las
ideas antiguas no pueden esclavizar alhombre porque ellas se adaptan y
adquieren nuevas formas. Entonces, tomemosla riqueza filosófica del pasado sin
olvidar los desafíos que el mundo presente nospropone.
-Entonces,
)Qué es un buen alumno?
-Aquel que escucha lo que yo le digo,
pero adapta mis enseñanzas a su vida y
nunca las sigue al pié de la letra.
Aquel que no busca un empleo, sino un trabajoque lo dignifica. Aquel que no
busca ser notado, sino hacer algo notable,
Pero
al hilo de lo que nos cuenta, alguien que es considerado un maestro en el arte
de enseñar, nos encontramos a quien es la fuente de la enseñanza y de la
virtud: JESÚS. Él no presenta al pueblo un método para dominar los instintos y
establecer una disciplina corporal, sino que invita a ser felices con algo que
esencial a todos: EL AMOR, algo que todos buscamos, algo con lo que todos nos
expresamos y deseamos se nos acoja.
Jesús tiene en común con Confucio la
teoría, pero le aventaja en otra cosa mucho más valiosa: la práctica: su vida
se convierte en la mejor explicación de todo lo que dice, de tal forma que
cuando queda alguna duda, basta mirarlo y todo queda aclarado.
Fue lo que le ocurrió con el pueblo:
había muchas cosas que sonaban fuertes, otras que no entendían, pero cuando lo
veían cómo las vivía, entendían todo y le encontraban pleno sentido.
Y es que no basta con saber mucho,
con tener todas las técnicas; hay que correr el riesgo de vivir y transmitir lo
que se vive antes que lo que se sabe. El resto ya impota poco, pues cuando
habla el interior, el resto queda iluminado. Esto lo decía Jesús de otra
manera:
“Nadie enciende una lámpara para
esconderla o taparla con un cajón, sino que la pone en un candelero para que los
que entren vean la claridad.
Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo.
Si tu ojo recibe la luz, toda tu persona tendrá luz; pero si tu ojo está
oscurecido, toda tu persona estará en oscuridad. Procura, pues, que la luz que
hay dentro de ti no se vuelva oscuridad. Si toda tu persona se abre a la luz y
no queda en ella ninguna parte oscura, llegará a ser radiante como bajo los
destellos de la lámpara.”(Lc
11,33-36)