lunes, 23 de enero de 2017

SIGNOS SIN SENTIDO


    Melitón Bruque

 

No hay cosa peor que mantener una cosa sin saber el sentido que tiene ni el porqué de su existencia ni para qué sirve; es algo así como aquel que tiene la manía de ir recogiendo cosas y guardándolas, por si en algún momento puede necesitar de algo y, cuando quiere acordar,  su casa es un mercadillo donde  no cabe un alfiler y no sabe para qué lo quiere ni para qué sirve nada de lo que allí se amontona.

En esa onda nos encontramos a veces con cosas que se mantienen en la vida sin saber por qué ni para qué, pero que están ahí y que en ciertos momentos son un engorro inútil que nos impide hacer otras cosas importantes.

            Estoy pensando en aquella señora que era amante de los animales y de los niños con problemas, ¡Una gran persona!!

            Esta mujer tenía verdadera pasión por los animales; vivía en una casa con un gran huerto y unas hectáreas de terreno baldío en donde podía tener todos los animales que quería y donde, con frecuencia, se veían niños jugando.

La señora tenía un perro dálmata bellísimo, un animal que atraía la atención cada vez que salía con él a darle un paseo.

            Entre las amigas, con las que se encontraba a diario paseando sus perros, empezaron a hablar proyectando hacer una fundación para ayudar a niños desprotegidos y quedaron de acuerdo, poniendo cada una parte de su capital en dicha fundación que llegó a consolidarse y hacer un bien enorme.

Con el tiempo, la fundación se convirtió en una congregación con sus estatutos aprobados por Roma y extendida en todo el mundo.

            En cada casa que se fundaba lo primero que se instalaba era un perro dálmata, era como el signo identificativo de la congregación, de manera que empezaron a hacerse estudios dentro de la congregación sobre el significado y la importancia de la presencia del perro, que en la gran mayoría de casas era un verdadero engorro, pues muchas de ellas no poseían las condiciones que gozaba la de la gran señora fundadora, sino que eran pisos pequeñitos en los que había que preparar una habitación exclusivamente para el perro, de forma que lo que en su inicio no fue más que un pequeño capricho sin importancia alguna de una persona, llegó a convertirse en un signo casi sagrado de una congregación, hasta el punto que, cuando en alguna casa se le ocurrió a la comunidad que la habitaba prescindir del perro, se la acusó de haber perdido el espíritu y el carisma de la congregación.

 

 
            Efectivamente, esto es una caricatura, una exageración y una estupidez… pero no está tan lejos de muchas posturas que se mantienen con cosas secundarias y ridículas y que llegan a hacerse más relevantes que aquello que es fundamental en la vida y en una institución.