EL
NIÑO DE LA AVENIDA AMAZONAS
Navidad 1981
Estaba un poco agobiado pues se
me juntaron muchas cosas y el tiempo lo tenía muy escaso; me habían pedido un informe
que tenía que entregar en el Ministerio
de Educación para que me concedieran un profesor para el colegio. Estábamos ya
en los días próximos a la Navidad y urgía entregar toda la documentación.
Con el fin de estar a primera hora de la tarde en el Ministerio, me
fui a comer algo ligero en un
restaurante de la Avda. Amazonas .
Me
senté en la mesa y cogí mi cuaderno para ir anotando lo que tenía que preparar
mientras me atendía el camarero; cuando estaba
tomando algunas notas, siento que
algo me toca el hombro, vuelvo la cabeza y
veo a un niño descalzo, con una camisa muy sucia que me dice despacito:
-
Señor, regáleme
usted un "pansito" con un poco de queso…”
Me quedo mirándolo y le digo, como para excusarme: “No tengo…” pero su
cara me desarmó, pues no me dejó terminar la frase, que hubiera sido una
mentira flagrante.
-
“Es que tengo mucha
hambre…”
-
“Vale, -le
contesté- Pero hagamos un trato ¿Sí?: dime qué quieres comer, te sientas aquí conmigo,
te lo comes calladito y te marchas ¿de acuerdo?
-
¡Gracias, patrón!
¿Pero me regalará el "pansito" con queso que le pedí?
-
OK. Ya se lo aviso
al mesero.
Inmediatamente se acercó el camarero y lo cogió de un brazo para
sacarlo por la fuerza mientras lo insultaba.
-
No, déjelo. – le dije-
Va a comer conmigo en mi mesa; sírvale
una pizza con un buen vaso de jugo de naranja y a mí, sírvame otra pizza con
una cerveza helada.
Yo seguí escribiendo algunas
notas urgentes ensimismado en mi cuaderno; el camarero trajo la comida y el se
lanzó sobre ella como un depredador sobre su presa. Creo que disfrutaba con la
vista y el olfato más que con la misma boca. Como vio que yo seguía con mi
cuaderno sin hacer aprecio de la comida,
me interrumpió con la boca llena:
-
Señor, ¿Es que no
le gusta la comida? Está muy buena.
-
Sí que me gusta,
pero es que tengo que hacer un trabajo
muy urgente.
-
Y por qué no lo
hace más lueguito?
-
Es que tengo que
entregarlo inmediatamente después de comer
-
¡Ya!
-
¿Y qué va a hacer
cuando entregue ese trabajo?
-
Me voy a mi tierra
para abrir una escuela para niños como tú.
-
¿Y en su tierra van
los niños a la escuela?
-
¡¡Claro!! Tú también vas ¿No?
-
No. Yo no puedo ir
a la escuela
-
¿Cómo así? ¿Nunca
has ido a la escuela?
-
No. ¿Y por qué?
-
Yo no tengo padre;
bueno, no sé si tengo; yo no lo conozco.
Mi madre se fue de casa y nos dejó a mi hermana menor y a mí con mi abuelita;
vino el año pasado con un señor que decía que era su enamorado y al poco tiempo
volvió con otro que decía que era su marido. Ninguno de los dos era mi padre.
Yo no puedo ir a la escuela, porque mi abuelita está enferma y es muy mayor; ya
no puede trabajar, entonces yo, tengo que salir todos los días a pedir, a
buscar papeles o lo que sea para poder llevar algo para que coman mi hermana y mi abuelita.
-
¿Cuántos años tiene
tu hermana?
-
Cuatro años, señor.
Por eso le pedí que me regale un "pansito" con queso, es para que ellas coman
algo.
-
Pero bueno, tú deberías ir a la escuela para que puedas
prepararte y seas un hombre capaz de
salir adelante en la vida…
-
Yo llevo todos los
días la comida a casa y cuido de mi hermanita y de mi abuela… yo soy un hombre
así como usted dice.
-
Pero a ti te debe
gustar ser un hombre grande, capaz de hacer cosas grandes en la vida y para eso
hay que prepararse…
-
Sí, a mí me
gustaría ir a la escuela y ser maestro
para enseñarle a los niños a ser trabajadores y a cuidar de sus padres y de sus hermanos, yo pienso muchas veces en esas cosas, pero eso
es imaginaciones que uno se hace,
como cuando me acuesto por la noche, o muchas veces
cuando estoy con mi abuelita y mi hermana… Mi abuelita calienta una olla de
agua, le pone un poco de sal y nos dice: “Ahora vamos a cerrar los ojos, y
vamos a imaginar que metemos en la olla… que cada uno meta lo que quiera y cada
uno vamos diciendo lo que imaginamos que metemos… un pollo, un pescado, fideos,
ternera, arroz… cada uno mete lo que más le gusta y cuando nos pone la sopa calentita, parece que sabe
mejor.
Yo vivo siempre imaginando que mi papá quiere mucho
a mi mamá y vive en casa con ella, que juega con mi hermanita y conmigo, que
nos llevan al colegio y cuando volvemos a casa nos esperan y nos abrazan…
Ahora, cuando
llega la Navidad, yo imagino siempre cómo sería si en casa estuviéramos todos
juntos: mi mamá podría cuidar a mi abuelita y todos juntos podríamos arreglar
el pesebre y cantarle villancicos al Niñito Dios… Pero eso no puede ser, eso es
la imaginación.
Yo
ya no podía aguantar el seguir escuchando
el relato del niño; me sentí el hombre más ridículo del mundo, que no
merezco que Dios me tenga en la vida.
Llamé
al camarero, le pedí que preparara un pollo asado de los más grandes que
tuviera, que pusiera tres buenas raciones de arroz y las preparase para llevar.
Cuando
el niño cogió la bolsa con la comida que había preparado el camarero, se quedó
mirándome y se dibujó en su rostro un gesto de felicidad que solo Dios es capaz
de dibujar en una persona y con una lágrima de alegría cruzándole la car me
dijo:
-
“Gracias, señor,
usted es muy bueno; mi abuelita, que sabe muchas oraciones, esta noche rezará
una a Taita Diosito para que lo bendiga”