viernes, 6 de diciembre de 2013

LO QUE VIVE DETRÁS DE LAS APARIENCIAS (Melitón Bruque)

            Con frecuencia hago un ejercicio de observación: salgo a dar una vuelta sin otro objetivo que mirar el rostro de la gente que va pasando por la calle; es un ejercicio muy sano y nos puede ayudar a descubrir muchas cosas, sobre todo, si es que nuestra vida está relacionada con el vivir diario de la gente, como puede ser la vida de un sacerdote, de un médico, de un maestro o de cualquier servidor público.

            Hemos de estar muy atentos, porque detrás del rostro de cada persona se esconden historias impresionantes, y nadie va por la vida dando patadas y proclamándose el grande y el interesante, arrollando a los que encuentra, a no ser que sea un pobre hombre o mujer, lleno de complejos, que lo que da en realidad es lástima, porque es lo único que produce quien se plantea ir de esa manera por la vida.

            En realidad, tendríamos que darnos cuenta que toda nuestra vida no es sino el eslabón de una cadena y todos vivimos y estamos interconectados y deberíamos darnos cuenta que lo que ocurre a uno afecta a todos.

            Esta reflexión me surge a raíz de una discusión con un grupo de personas en donde una sostenía a ultranza que ella no necesitaba nada de nadie, ni quería saber de la vida de nadie; que se sentía autónoma  y no le importaba nada que se refiriera a los vecinos en ningún sentido.

No valieron todas las razones que se dieron para que se convenciera y yo me estaba acordando de un detalle que leí por ahí en alguna revista donde se contaba que

 
            Antonio, un padre de familia, cierto día, cuando regresaba del trabajo, a  esas horas punta donde cualquier cosa  forma a veces unos atascos impresionantes, se encontró con un embotellamiento de tránsito infernal; no valía ponerse nerviosos y en medio de todo el desorden por ahí le aparece un joven con una moto sorteando coches y metiéndose por los huecos que quedaban. Estuvo a punto de insultarlo al ver cómo estuvo a punto de golpearle el espejo de su coche; el que iba delante le llamó chuleras, baboso,  y otros insultos más, pero el chaval seguía sorteando coches y afrontando los insultos...

            Cuando Antonio estaba aparcando el coche delante de su casa recibe una llamada de su esposa diciendo que su hijo de dos años había tragado algo y estaba muy grave en el hospital.

            Cogió de nuevo el coche y salió disparado hacia el hospital. Cuando llegó, su esposa se abrazó a él llorando y diciendo: “No te preocupes, ya pasó todo, dios hizo el milagro que llegara a tiempo el médico, pues el niño estaba ya con el conocimiento perdido, completamente asfixiado” 

             Antonio se sintió aliviado y después de besar a su hijo y estrecharlo fuertemente contra su pecho, pidió hablar con el médico para agradecerle por lo que había hecho. Casi no alcanzó a darle las gracias pues no salía del estupor: el médico era el joven que hacía una hora iba sorteando coches y aguantando insultos para llegar a tiempo y poder salvar a su hijo. Él había estado a punto de insultarlo de la misma manera que había hecho el conductor que iba delante.

            No pudo contener las lágrimas y abrazó al médico dándole las gracias por haber salvado a su hijo y pidiéndole perdón por la ligereza con la que juzgamos la vida de los demás.

 

            Así ocurre con una frecuencia enorme, y pasamos por la vida sin darnos cuenta de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Por eso, cuando miras los rostros de la gente, cada uno es un cuadro conmovedor de una historia que merecería la pena ser escuchada y que  la inmensa mayoría se entierran sin haber visto jamás la luz de unos oídos que las escuchen.