Hemos de estar muy atentos,
porque detrás del rostro de cada persona se esconden historias impresionantes,
y nadie va por la vida dando patadas y proclamándose el grande y el interesante,
arrollando a los que encuentra, a no ser que sea un pobre hombre o mujer, lleno
de complejos, que lo que da en realidad es lástima, porque es lo único que
produce quien se plantea ir de esa manera por la vida.
En realidad, tendríamos
que darnos cuenta que toda nuestra vida no es sino el eslabón de una cadena y
todos vivimos y estamos interconectados y deberíamos darnos cuenta que lo que
ocurre a uno afecta a todos.
Esta reflexión me surge a
raíz de una discusión con un grupo de personas en donde una sostenía a ultranza
que ella no necesitaba nada de nadie, ni quería saber de la vida de nadie; que
se sentía autónoma y no le importaba nada
que se refiriera a los vecinos en ningún sentido.
No valieron todas las razones que se dieron para que se
convenciera y yo me estaba acordando de un detalle que leí por ahí en alguna
revista donde se contaba que
Antonio,
un padre de familia, cierto día, cuando regresaba del trabajo, a esas horas punta donde cualquier cosa forma a veces unos atascos impresionantes, se
encontró con un embotellamiento de tránsito infernal; no valía ponerse
nerviosos y en medio de todo el desorden por ahí le aparece un joven con una
moto sorteando coches y metiéndose por los huecos que quedaban. Estuvo a punto
de insultarlo al ver cómo estuvo a punto de golpearle el espejo de su coche; el
que iba delante le llamó chuleras, baboso,
y otros insultos más, pero el chaval seguía sorteando coches y
afrontando los insultos...
Cuando
Antonio estaba aparcando el coche delante de su casa recibe una llamada de su
esposa diciendo que su hijo de dos años había tragado algo y estaba muy grave
en el hospital.
Cogió
de nuevo el coche y salió disparado hacia el hospital. Cuando llegó, su esposa
se abrazó a él llorando y diciendo: “No te preocupes, ya pasó todo, dios hizo
el milagro que llegara a tiempo el médico, pues el niño estaba ya con el
conocimiento perdido, completamente asfixiado”
Antonio se sintió aliviado y después de besar
a su hijo y estrecharlo fuertemente contra su pecho, pidió hablar con el médico
para agradecerle por lo que había hecho. Casi no alcanzó a darle las gracias
pues no salía del estupor: el médico era el joven que hacía una hora iba
sorteando coches y aguantando insultos para llegar a tiempo y poder salvar a su
hijo. Él había estado a punto de insultarlo de la misma manera que había hecho
el conductor que iba delante.
No
pudo contener las lágrimas y abrazó al médico dándole las gracias por haber
salvado a su hijo y pidiéndole perdón por la ligereza con la que juzgamos la
vida de los demás.
Así ocurre con una frecuencia enorme,
y pasamos por la vida sin darnos cuenta de lo que está ocurriendo a nuestro
alrededor. Por eso, cuando miras los rostros de la gente, cada uno es un cuadro
conmovedor de una historia que merecería la pena ser escuchada y que la inmensa mayoría se entierran sin haber
visto jamás la luz de unos oídos que las escuchen.