martes, 6 de mayo de 2014

ARBOLES PARA UNA GRAN OBRA DE ARTE Melitón Bruque


Eran dos árboles enormes plantados cada uno en un lugar de la montaña; ambos eran fuertes, de la misma especie, robustos, sanos, esbeltos, con una savia viva que les
pronosticaba largos años de existencia.

            Sus ramas y  sus hojas estaban completamente verdes y limpias de cualquier parásito de los árboles que se pudiera pegar en ellas y dañarlas, pero su limpieza no era debida a cualquier insecticida, sino que su limpieza se debía al agua pura y fresca de lluvia que con frecuencia caía en el bosque.

            Un día llegó un experto en maderas buscando  árboles que reunieran las condiciones que  necesitaba un artista, para un proyecto que tenía: hacer una piedad (conjunto  escultórico en el que irían Jesús muerto en los brazos de su madre y a su lado S. Juan y la Magdalena ayudándole a sostenerlo) Para esto necesitaba un bloque de madera de varios metros cúbicos.

            Mandó cortar  aquellos dos árboles enormes; podó sus ramas, y los fue cortando de acuerdo a las medidas que necesitaba para hacer el bloque.

            Se llevó los árboles a un secadero, con una temperatura especial, donde los tuvo un tiempo determinado; después los fue sometiendo a una serie de procesos de secado y esterilización contra todos los gérmenes y polillas que suelen atacar a la madera y contra todos los procesos de degradación que suelen pudrirla o deteriorarla como pueden ser la humedad, el sol, el agua, la erosión del tiempo, la sal… de esta forma los fue haciendo resistentes a todos los avatares que pudieran presentarse,  hasta el punto de coger una consistencia tal, que podrían competir con  el acero y, al mismo tiempo, coger una textura que pudieran ser labrados sin dificultad y sin romperse o cuartearse

            Todo este proceso duró muchos años hasta que la madera estuvo preparada para  poder entrar en el taller del artista, quien cogió todos aquellos troncos rústicos y empezó a ensamblarlos, convirtiéndolo en un enorme bloque de madera de varios metros cúbicos.

            Después, el artista preparó sus herramientas para el tallado: cuchilla devastadora, cincel, afiló sus gubias, sus escoplos, su azuela…  y se decidió a preparar el material para su obra.

            Cuando ya tenía todo el material preparado, se sentó y se puso a programar el proyecto que tenía en su mente, haciendo el boceto y perfilando todos los detalles que  quería  darle a su obra.

            Una vez que tenía claros todos  los detalles, se puso frente a su enorme bloque de madera, que tanto tiempo había estado preparando y con tanto mimo, cogió su azuela y empezó a desbastar y a limpiar todas las astillas y todo lo que no servía para nada y comenzó a dar forma a su proyecto en  todo el bloque  de madera, de forma que pudiera empezar a  poner una base para la imaginación.

            Aquellos troncos enormes tuvieron que aprender a  estar juntos, a sostenerse unos con otros, a aguantar juntos, a sufrir juntos, a dejar a un lado los sueños que individualmente habían tenido y construir un sueño común y a sentir que eran un solo bloque para que de allí pudiera salir una verdadera obra de arte.

            Y el artista comenzó su trabajo: golpeaba, cortaba, mordía, lijaba, serraba… era todo una verdadera sangría, era todo dolorosísimo, pues le iba arrancando al bloque las tiras de madera… se acabaron los sueños, las ilusiones… aquellos troncos  no sabían qué ocurriría con ellos pues cada día que amanecía, el plan que se seguía era el del escultor, que cada día sorprendía con algo nuevo, inesperado, pero siempre doloroso.

            Fueron pasando los meses y los años y cada día iba tomando forma la obra y apareciendo  detalles que permitían  imaginar algo grande y hermoso, pero había que tener un cuidado enorme y estudiar cada golpe o corte que se hacía, pues  después de  lo hecho, no había vuelta atrás y cada pequeño detalle llevaba a otro y todo estaba en conexión.

            Después  de mucho dolor, cuando la obra estaba terminada, vino el momento de suavizarla a base de lija hasta dar brillo a todo  lo que se había hecho, de modo que aquel  bloque de madera no se parecía ya en nada a los troncos iniciales que se sometieron a  pruebas de secado, de curación y de endurecimiento de la madera, de unión entre ellos… ahora era algo impresionantemente hermoso, de una belleza sin igual, de un tacto semejante a la piel de un niño; pero para llegar a este estado, se necesitaron años de dolor, de esfuerzo, de espera, de someterse a pruebas increíblemente duras, de aguante y de confianza en el autor de la obra.
 

            Cuando miramos esta realidad, de algo tan simple como es la preparación de una madera para poder sacar de ella una obra de arte, automáticamente  nos lleva a trasladar el esquema a algo mucho más grande e importante como es la PERSONA y, en ella, LA EDUCACIÓN.

            Pensando en el proceso de la obra de arte: la madera es la PERSONA: para poder pensar en algo grande, no puedes dejarla que crezca y siga a su aire y a sus apetencias, sin prepararla para la vida, que va a ser el proceso de “esculpido”.

            El taller donde se talla la obra es la vida donde cada día es un reto nuevo que nos desafía y al que hay que responder intentando sacarle el máximo provecho, pues además de un reto es una oportunidad.

            La persona tendrá que  aprender a arrancarse de la situación de seguridad, dependencia e irresponsabilidad  en la que nace y vive en el hogar; tendrá que prepararse y hacerse fuerte para enfrentarse a la dureza de la vida, a los problemas que le han de venir, a mantenerse con criterios fuertes para no dejarse corromper; tendrá que aprender a vivir en sociedad y a trabajar en equipo y aguantar los criterios e inconveniencias  del que tiene a su lado; tendrá que aprender a escuchar y a colaborar, entendiendo que muchas veces su criterio ha de someterlo a otros criterios que tienen una amplitud mayor que la suya y a someter sus ideas en beneficio del bien común…

            Con estas cualidades no se nace, venimos con la aptitud para ello, pero hay que hacerlo funcionar e imponerse contra los instintos primarios que se rebelan y no  aceptan el someterse.

            Con estas aptitudes  nos sometemos a un proceso de aprendizaje para la vida y, cuando estamos en disposición, nos lanzamos a la construcción de nuestra obra personal que somos nosotros mismos y que acabará cuando ya estemos muy cerca de la muerte, que es cuando empieza a reconocerse todo lo que hemos hecho, el valor de lo que hemos hecho y la grandeza de lo que hemos alcanzado a construir… mientras tanto, la vida no es más que un camino de dolor, de lucha, de esfuerzo y, en rarísimas excepciones,  nos encontramos en momentos de gloria que, incluso nos cuesta aceptarla, porque vemos que siempre nos queda mucho por conseguir.

            La obra de nuestra personalidad termina de darle los últimos retoques  el  autor que  nos pensó: DIOS. De ahí los reconocimientos,  siempre después que hemos muerto.

            La obra  que realizamos como proyecto de vida, siempre se queda inacabada y si es que valió la pena, detrás vienen otros que la continúan y la van perfeccionando; si no valió la pena, desaparece con nosotros y podrá calificarse de fracaso todo el esfuerzo, la vida, la ilusión, la esperanza, los sueños que en ella empleamos… todo será paja que el tiempo quema con el fuego del olvido.

            No nacimos ni vinimos a este mundo para  pasar sin dejar huella, ni para terminar en el olvido; vinimos para ser artistas y hacer obras de arte que sean valoradas y conservadas por los siglos, porque en ellas mereció la pena emplear toda la riqueza de nuestra vida, el esfuerzo  y lo mejor que tuvimos, ya que de ellas seguirán bebiendo  los que vienen detrás y  deberán ser referente de ilusión, de esperanza, de sueños y de sentido de la vida.

            Cada uno de nosotros somos un árbol único, especial que nace y vive en un ambiente, que tiene capacidad para un sinfín de posibilidades, pero ha de prepararse para  realizarlas.

            En el taller de la vida donde  va realizándose  nuestra obra, el artista es Dios que se irá valiendo de todos los instrumentos que la vida presenta y con ellos nos tallando. Pero donde la “madera” no quiso someterse al proceso de preparación, será imposible  soñar con una obra de arte. Los latinos decían: “Quod natura non dat, Salmantica non prestat” (lo que no da la naturaleza, no lo da, la universidad  de Salamanca)

            De ahí la grave responsabilidad de los padres a la hora de enfrentarse a la educación de los hijos: si no los preparan para el taller de la vida, nunca dejarán de ser unos “ceporros” (troncos inútiles, amorfos, incapaces de otra cosa que no sea atizar un fuego)