Con frecuencia nos encontramos a
gente que vive dolida, resentida,
amargada y deprimida y su único punto de consuelo es ir a desahogarse con “su”
sicólogo, pues allí sueltan sus decepciones y sus recuerdos tristes y
nefastos en los que viven envueltos
constantemente, como quien se levanta por la mañana, se mete en la bañera llena
de agua calentita y allí se revuelca sin ganas de salir fuera, al mundo
exterior, porque lo considera cruel y malvado.
En los tiempos que vivimos, estas actitudes proliferan hasta el punto
que, cuando nos encontramos a alguien que mira la vida de otra manera, con
optimismo, con alegría y con esperanza, con frecuencia se le llama idealista y
fuera de la realidad.
Es bueno que seamos capaces de encontrar el equilibrio, pues tan nociva
puede ser una postura como otra ya que ninguna es objetiva, pues ni todo lo que
nos rodea es tan malo que no tiene algo aprovechable con lo que nos podamos
sentir bien, ni es tan bueno que todo pasa con la misma alegría.
La vida es lo mejor y lo más hermoso que tenemos; el montaje que hemos
hecho no es mejor ni peor, sino el escenario que hemos montado para vivir este
regalo que tenemos que es la vida; todo va a depender de cómo seamos capaces de
desarrollar el papel que nos ha tocado.
Lo que sí es cierto, es que va a
depender mucho para el desarrollo del papel, las condiciones que nos
construyamos.
Me
viene al recuerdo la anécdota de aquella persona que, cansada de la vida,
decide marcharse al campo, abandonarlo todo y cambiar radicalmente, pues no
soporta lo que la rodea y quiere vivir otra vida…
Se va a hablar con un ermitaño que vive en
el monte y le plantea todas sus inquietudes pidiéndole un consejo para ver qué
tiene que hacer para enfrentarse a este nuevo cambio de vida.
El ermitaño le
contesta: “si realmente estás decidido, se valiente, anda, vende todo lo que
tienes, repártelo a los pobres y déjate en las manos de Dios: vente, cógete
aquella cueva, cultiva el terrenito que tienes al lado y goza de la vida que
Dios te regala cada mañana…”
El aspirante a ermitaño
fue a ver el lugar y le pareció lindísimo y bucólico, allí sembraría sus
patatas, sus hortalizas y se dedicaría a la contemplación de la naturaleza y a
la alabanza a Dios.
Se volvió a su casa e
hizo lo que le había aconsejado el ermitaño; a los pocos meses volvió con dos
maletas llenas de cosas dispuesto a emprender su nueva vida.
Cuando el ermitaño lo
vio llegar le dijo: “Pero hombre de Dios, ¿A dónde vas con todo eso?... anda,
vuelve y vendes todo eso y lo conviertes en joyas, te las cuelgas y te vienes…”
Extrañado por la
respuesta del ermitaño, el aspirante se fue, hizo lo que le dijo y, cuando
volvía, por el camino lo asaltaron, le quitaron las joyas, le dieron una paliza
y lo dejaron medio muerto.
Llegó ante el ermitaño destrozado y, muy dolido, le
dijo: ¿Por qué me pidió que hiciera esto? ¿Es que no se dio cuenta de que eso
es un peligro mortal?
-Claro que lo sabía,
pero quiero que te des cuenta tú, que no puedes emprender un camino nuevo con
toda la carga de tu pasado. Eso que te han hecho los ladrones es lo que te
harán todos tus recuerdos, tus decepciones, tus caprichos, tus orgullos, tus
ideas, tus egoísmos… ¿Por qué quieres guardarlos y esconderte en ellos? Si no
te liberas de tu pasado, si no arrancas las raíces de tu dolor, si no barres de
tu vida el resentimiento. No podrás gozar de la alegría que amanece cada día
con la vida que Dios te da.
Este
mundo en que vivimos lo hemos cargado de demasiadas experiencias negativas y
violentas, si es que no somos capaces de deshacernos de ellas, es muy posible
que se conviertan en nuestro constante tema de dolor, algo así como cuando se
nos mete una piedra en el zapato que no nos deja caminar tranquilos.
Quizás sea bueno que cada día que nos levantamos, seamos capaces de abrir
los ojos, mirar con alegría, decirnos: “vamos a ver a quien hago feliz hoy y le
arranco una sonrisa” y por la noche, cuando nos acostamos, quitar la “piedra”
que se nos ha metido en el alma y nos tiene doloridos.