En la
política ocurre exactamente igual: cuando alguien se corrompe o deja de
realizar la función para la que se presentó y se le dio la confianza, empieza a
crear malestar e irritación pues, como ocurre en el cuerpo, lo estamos
alimentando para que realice su trabajo y no para que se corrompa o se meta en
lo que no es suyo.
Hoy
estamos viendo que ambos temas se han convertido en obsesión y es porque ambos
están tremendamente enfermos y necesitarían entrar en la UCI.
Al
hilo del tema me recuerda una historia muy sencilla que cuenta Paulo Coelho de
un monasterio en el que el padre abad, en una de sus charlas a los monjes, les
decía:
-“Queridos hermanos, les invito a no decaer
en el esfuerzo por ser honrados, humildes y sencillos de tal manera que nunca tengan que ser
recordados por nadie”
Alguien del grupo muy
extrañado por la expresión del padre abad le contestó: “Me sorprende que nos
diga que no debemos ser recordados, cuando precisamente el honor más grande es
el haber pasado por la vida haciendo el bien y ser recordados por esto, de la misma manera
como hizo nuestro Señor Jesucristo…”
Entonces el abad puntualizó: “En los tiempos en que todo el
mundo era justo, honrado, sencillo y humilde, cada uno entendía que su mayor
honra era cumplir con su obligación a la perfección y en hacer las cosas bien
hechas, estaba su gozo más grande, pues veía que contribuía al bienestar de
todos.
Cada uno entendía que
su mayor realización era dar lo mejor que tenía para el engrandecimiento del
resto, pues el amor a su prójimo era la mayor alegría y satisfacción que
producía la felicidad, con lo cual, nadie pensaba que estaba haciendo algo
especial que mereciera el reconocimiento de los demás, pues estaba haciendo lo
normal, lo natural.
Todos vivían para
todos, compartían el trabajo, los bienes y la alegría de vivir y a nadie se le
ocurría acumular inútilmente cosas y bienes mientras otros estaban necesitados, pues entendían
que en esta vida estamos de paso y es de tontos ir arrastrando lo que no te vas
a poder llevar.
Vivían juntos en
libertad, compartiendo lo que tenían,
sin necesidad de cobrar nada, pues todos tenían lo necesario para vivir y la
seguridad de que nadie iba a hacer daño a su hermano, o permitir que se sintiera
mal, porque se amaban.
Por eso, nadie estaba preocupado de que sus hechos
fueran recordados por nadie, pues consideraba que eso significaría que había
dejado de hacer lo que era natural. No se entendía que la vida pudiera ser de
otra manera.
Cuando alguien no
funcionaba así, se encendían todas las alarmas, pues se desequilibraba todo y
no se podía entender que alguien no hiciera las cosas bien hechas, con lo cual,
todos se fijaban en él y era recordado como el destructor de la felicidad, por
eso, le pido todos los días a Dios que ninguno de nosotros tenga que ser recordado jamás por nada”.
Sí, ya
sé. Esto es soñar despiertos, pero no porque sea imposible, sino porque somos
tan complicados que parece que no fuéramos capaces de vivir como no sea
complicando la vida y haciéndola insoportable.
Por
otro lado, hemos llegado a tal extremo que, precisamente las alarmas se encienden
cuando nos encontramos con alguien que
funciona en esos esquemas del cuento, pues lo normal se ha establecido como todo lo contrario.
La pregunta que yo me hago es la
siguiente: ¿Es posible que hayamos llegado a tal punto de degradación de la
persona que el BIEN sea considerado como una utopía o como algo nocivo para la vida y la
convivencia del hombre?