No hay cosa más inútil y absurda que mantener una cosa sin saber el sentido que tiene ni
el por qué de su existencia ni para qué sirve; es algo así como aquel que tiene
la manía de ir recogiendo cosas y guardándolas, por si en algún momento puede necesitar de algo y, cuando quiere
acordar, su casa es un mercadillo
donde no cabe un alfiler y no sabe para
qué lo quiere ni para qué sirve nada de lo que allí se amontona.
En esa onda nos encontramos a veces con cosas que se mantienen en la
vida sin saber por qué ni para qué, pero que están ahí y que en ciertos
momentos son un engorro inútil que nos impide hacer otras cosas importantes.
Estoy pensando en aquella señora que era
amante de los animales y de los niños con problemas, ¡¡Una gran persona!!
Esta mujer tenía
verdadera pasión por los animales; vivía
en una casa con un gran huerto y unas hectáreas de terreno baldío en donde
podía tener todos los animales que quería y donde, con frecuencia, se veían
niños jugando.
La señora tenía
un perro dálmata bellísimo, un animal que atraía la atención cada vez que salía
con él a darle un paseo.
Entre las amigas, con
las que se encontraba a diario paseando
sus perros, empezaron a hablar proyectando hacer una fundación para
ayudar a niños desprotegidos y quedaron de acuerdo, poniendo cada una parte de
su capital en dicha fundación que llegó a consolidarse y hacer un bien enorme.
Con el tiempo, la fundación se convirtió en una
congregación con sus estatutos aprobados por Roma y extendida en todo el mundo.
En cada casa que se
fundaba lo primero que se instalaba era un perro dálmata, era como el signo
identificativo de la congregación, de manera que empezaron a hacerse estudios
dentro de la congregación sobre el significado y la importancia de la presencia
del perro, que en la gran mayoría de casas era un verdadero engorro, pues
muchas de ellas no poseían las condiciones que gozaba la de la gran señora
fundadora, sino que eran pisos pequeñitos en los que había que preparar una
habitación exclusivamente para el perro, de forma que lo que en su inicio no
fue más que un pequeño capricho sin importancia alguna de una persona, llegó a
convertirse en un signo casi sagrado de una congregación, hasta el punto que,
cuando en alguna casa se le ocurrió a la comunidad que la habitaba prescindir
del perro, se la acusó de haber perdido el espíritu y el carisma de la
congregación.
Efectivamente,
esto es una caricatura, una exageración y una estupidez… pero no está tan lejos
de muchas posturas que se mantienen con cosas secundarias y ridículas y que llegan a hacerse más relevantes que
aquello que es fundamental en la vida y en una institución.