Es interesante detenerse a
examinar cuando alguien nos cuenta un
relato de alguna discusión o un encuentro
violento que se haya tenido con alguien… ¿Se dan cuenta de la cantidad
de detalles que se cuentan y que nunca se hicieron? Por ejemplo: empezamos a
contar lo que le respondimos o lo que le dijimos, a alguien con quien tuvimos
un encuentro un poco subido de tono. Pero si alguien estuvo en el debate,
podría decir que más de la mitad de las cosas y expresiones que contamos, ni se
hicieron ni se dijeron, sino que quedaron ahí calladas por miedo a muchas
cosas, entre ellas, posiblemente a provocar un problema mayor y, cuando le
decimos al que nos cuenta la trifulca: ¡Eso no se lo dijiste!, se nos queda
parado y nos responde: “Hombre, ya te imaginas, no le iba a decir eso, pues
¡menuda se hubiera armado…!”
Y lo mismo que ocurre en esos
momentos, nos vamos guardando en nuestra vida un montón de cosas que, después,
cuando las recordamos, muchas veces hasta nos arrepentimos de no haberlas dicho
o hecho, pues nos hubieran evitado problemas mucho mayores que los que en un
momento quisimos evitar.
Me
viene al recuerdo aquella reunión de directivos de una empresa en la que fueron
convocados todos los gerentes de las sucursales de una gran multinacional.
El
jefe supremo estuvo hablándoles de tácticas de mercado, de la situación
económica tan delicada por la que se atravesaba y, por lo tanto del cuidado con
que debían tratar a los clientes, de forma que todos debían esmerarse para
adquirir un equilibrio emocional y una delicadeza extrema; para ello, incluso
iba a programar cursos de autocontrol y de relaciones humanas, pues entendía
que en la situación por la que se atravesaba, eran tan importantes como la
calidad del producto que vendían.
En
la mesa donde estaban sentados para la conferencia, habían servido unas bandejas
con unos pastelitos y unos aperitivos que llamaban la atención, para que los
participantes fueran cogiendo a gusto mientras escuchaban el discurso y compartían
ideas.
Pero
ante el tema que se venía tratando y la insistencia del jefe supremo de la
empresa, todos se mantenían muy “educados” y modosos, mientras los jugos
gástricos se les revolvían a cada momento. Pero nadie alargaba a coger algún
pastelito de la bandeja pues nadie quería distinguirse, de modo que pudiera
levantar sospechas de que él no fuera capaz de contenerse, hasta el punto que
muchos pensaron que aquellas bandejas estaban puestas allí como una especie de
anzuelo para que el jefe pudiera constatar quienes no eran aptos para lo que se
les estaba pidiendo al ver que no eran capaces de contenerse.
Terminó
la reunión y las bandejas estaban intactas, entonces el jefe medio decepcionado
les dijo: siento el no haber acertado con lo que les puse en la mesa; yo quería
que estuvieran a gusto el rato que estuvimos tratando el tema, pero me atrevo a
pensar dos cosas: 1ª no buscándole ninguna malinterpretación, que no les gustó
lo que les ofrecí y la 2ª que no han querido distinguirse para no quedar mal delante
de mi y, en ese caso lo han hecho horrible, porque no se han manifestado con
naturalidad, porque han estado haciendo juicios malintencionados y porque han
estado aguantando un deseo que no han satisfecho y ahora se van a ir a un bar
para satisfacerlo hasta con ira.
A
mi me hubiera hecho feliz el que ustedes se sintieran satisfechos y contentos,
con esos aperitivos en sus estómagos, que los recuerden con gusto y alegría,
antes que se vayan con la mente desorientada, con el deseo insatisfecho, con ideas
retorcidas, con juicios incorrectos, con intenciones maliciosas… pues eso no
puede generar nada bueno y se van a sentir indispuestos para lo que hagan, esa
no es la mejor forma de presentarse en la vida.
¡Y esto es cierto! Pues ¡cuántas
veces le buscamos las cinco patas al gato, cuando no tiene más que cuatro y
decimos lo que nunca se dijo!, pero que creíamos que se debía haber dicho y
hacemos problemas donde no los hubo jamás.
Al final, se trata de un deseo de venganza insatisfecho, de un momento
de ira que no pudimos desfogar, de una palabra que callamos y que creíamos
necesaria para aclarar algo, también un querer guardar ciertos modales que
mantengan la imagen que deseamos… y dejamos de ser nosotros mismos que es la
mejor carta de presentación que podemos hacer en la vida.