miércoles, 11 de junio de 2014

EL MIEDO A PRESENTAR NUESTRA PERSONA - Melitón Bruque-


            Es interesante detenerse a examinar  cuando alguien nos cuenta un relato de alguna discusión o un encuentro  violento que se haya tenido con alguien… ¿Se dan cuenta de la cantidad de detalles que se cuentan y que nunca se hicieron? Por ejemplo: empezamos a contar lo que le respondimos o lo que le dijimos, a alguien con quien tuvimos un encuentro un poco subido de tono. Pero si alguien estuvo en el debate, podría decir que más de la mitad de las cosas y expresiones que contamos, ni se hicieron ni se dijeron, sino que quedaron ahí calladas por miedo a muchas cosas, entre ellas, posiblemente a provocar un problema mayor y, cuando le decimos al que nos cuenta la trifulca: ¡Eso no se lo dijiste!, se nos queda parado y nos responde: “Hombre, ya te imaginas, no le iba a decir eso, pues ¡menuda se hubiera armado…!”

            Y lo mismo que ocurre en esos momentos, nos vamos guardando en nuestra vida un montón de cosas que, después, cuando las recordamos, muchas veces hasta nos arrepentimos de no haberlas dicho o hecho, pues nos hubieran evitado problemas mucho mayores que los que en un momento quisimos evitar.

 

            Me viene al recuerdo aquella reunión de directivos de una empresa en la que fueron convocados todos los gerentes de las sucursales de una gran multinacional.

            El jefe supremo estuvo hablándoles de tácticas de mercado, de la situación económica tan delicada por la que se atravesaba y, por lo tanto del cuidado con que debían tratar a los clientes, de forma que todos debían esmerarse para adquirir un equilibrio emocional y una delicadeza extrema; para ello, incluso iba a programar cursos de autocontrol y de relaciones humanas, pues entendía que en la situación por la que se atravesaba, eran tan importantes como la calidad del producto que vendían.

            En la mesa donde estaban sentados para la conferencia, habían servido unas bandejas con unos pastelitos y unos aperitivos que llamaban la atención, para que los participantes fueran cogiendo a gusto mientras escuchaban el discurso y compartían ideas.

            Pero ante el tema que se venía tratando y la insistencia del jefe supremo de la empresa, todos se mantenían muy “educados” y modosos, mientras los jugos gástricos se les revolvían a cada momento. Pero nadie alargaba a coger algún pastelito de la bandeja pues nadie quería distinguirse, de modo que pudiera levantar sospechas de que él no fuera capaz de contenerse, hasta el punto que muchos pensaron que aquellas bandejas estaban puestas allí como una especie de anzuelo para que el jefe pudiera constatar quienes no eran aptos para lo que se les estaba pidiendo al ver que no eran capaces de contenerse.

            Terminó la reunión y las bandejas estaban intactas, entonces el jefe medio decepcionado les dijo: siento el no haber acertado con lo que les puse en la mesa; yo quería que estuvieran a gusto el rato que estuvimos tratando el tema, pero me atrevo a pensar dos cosas: 1ª no buscándole ninguna malinterpretación, que no les gustó lo que les ofrecí y la 2ª que no han querido distinguirse para no quedar mal delante de mi y, en ese caso lo han hecho horrible, porque no se han manifestado con naturalidad, porque han estado haciendo juicios malintencionados y porque han estado aguantando un deseo que no han satisfecho y ahora se van a ir a un bar para satisfacerlo hasta con ira.

            A mi me hubiera hecho feliz el que ustedes se sintieran satisfechos y contentos, con esos aperitivos en sus estómagos, que los recuerden con gusto y alegría, antes que se vayan con la mente desorientada, con el deseo insatisfecho, con ideas retorcidas, con juicios incorrectos, con intenciones maliciosas… pues eso no puede generar nada bueno y se van a sentir indispuestos para lo que hagan, esa no es la mejor forma de presentarse en la vida.

 

            ¡Y esto es cierto! Pues ¡cuántas veces le buscamos las cinco patas al gato, cuando no tiene más que cuatro y decimos lo que nunca se dijo!, pero que creíamos que se debía haber dicho y hacemos problemas donde no los hubo jamás.

            Al final, se trata de un  deseo de venganza insatisfecho, de un momento de ira que no pudimos desfogar, de una palabra que callamos y que creíamos necesaria para aclarar algo, también un querer guardar ciertos modales que mantengan la imagen que deseamos… y dejamos de ser nosotros mismos que es la mejor carta de presentación que podemos hacer en la vida.