martes, 2 de octubre de 2018

EL VALLE DEL EDÉN -Melitón Bruque-


Es un tema muy trillado que a cada momento vamos comentando, que todos vemos y estamos de acuerdo y que nadie quiere cogerlo y enfrentarlo hasta que no nos quede más remedio porque la realidad se imponga; es lo que nos ocurre con todo: vamos dejando pasar las cosas de cada día hasta que la vida se nos impone y hay que hacer las cosas a la fuerza porque ya no queda más alternativa.

            La imagen que describo es real y puede observarse porque existe y cuando hemos conocido el proceso que describo, no puedes evitar el referirlo a otra realidad vital que es la educación de los niños y de los jóvenes en la que todos estamos de acuerdo que nos hemos equivocado, que el camino que cogimos no nos lleva a ningún sitio, pero nadie nos atrevemos a coger el toro por los cuernos y torearlo como es debido.

 

Allá abajo en el valle crecían árboles frutales y ornamentales preciosos que se hacían gigantescos, donde los pájaros anidaban y las flores los acompañaban al susurro del río de aguas cristalinas que recorría todo el valle, era como una eterna fiesta donde, incluso, se colocaron merenderos para que la gente fuese a descansar en los días de vacaciones.

Era un lugar precioso que había sido inscrito, incluso, en los folletos de turismo de la zona, por la gran cantidad de árboles de todo tipo que crecían a la orilla de las aguas del río.

Más arriba, en lo alto de la montaña, había unos pinos que se erguían sobre las rocas hasta el punto que, cuando la gente que iba a descansar a la sombra de los árboles del valle, cuando miraba hacia arriba, no podía menos que quedarse maravillada de ver cómo podrían subsistir aquellos pinos en lo alto de las rocas sin agua, sin tierra y expuestos siempre a la sequía del verano al frío del invierno y a todas las tormentas e inclemencias del tiempo.

No pasó mucho tiempo y el plan energético del gobierno determinó hacer una presa unos kilómetros más arriba para recoger aquella agua junto con la de otros riachuelos y conducirla hacia una central hidroeléctrica.

En pocos meses desapareció toda la belleza del valle y los grandes árboles dejaron de dar sombra y de cobijar pájaros para convertirse en un desierto y en un lugar inhóspito y horroroso.

En cambio, los pinos de las rocas siguieron inmutables, oxigenando el ambiente, ofreciendo sus piñones a alguna ardilla que se le acercaba y el cobijo a algunos pájaros que fueron a hacer sus nidos en ellos, pues en sus ramas había seguridad y el aire más puro que se podía respirar.

Cuando pasaban por allí los que antes habían conocido la belleza del valle, se lamentaban recordando su belleza y seguían admirándose de ver cómo los pinos seguían siendo cada vez más fuertes y frondosos y es que los pinos aprendieron a subsistir en la dificultad y, en lugar de presumir de belleza y frondosidad, fueron poco a poco  metiendo sus raíces por las rajas de las rocas hasta encontrar la tierra y profundizar en ella hasta encontrar humedad con la que vivir, los árboles del valle, en cambio, lo tenían todo servido en bandeja, todo estaba a flor de piel y no tenían que preocuparse de nada, pues lo tenían todo en sus manos; en cuanto les faltó el agua que los alimentaba, se secaron y murieron; nunca se les había ocurrido profundizar para encontrar el sustento, ni veían necesario hacer algún sacrificio para sufrir o enfrentarse al revés de una pequeña sequía o alguna tormenta.

           
Y es que no nos queremos convencer que vivir superficialmente y no cultivar el interior de la persona, le lleva a vivir siempre al viento que mejor sopla y, cuando ya no tiene referente, la persona cae en el hundimiento total pues no tiene dónde agarrarse y, sobre todo se siente incapaz de construirse algo por sí misma. Siempre ha de ser dependiente de los demás.