miércoles, 12 de junio de 2013

LA PRUEBA DEL ALGODÓN (M. Bruque)


            En estos tiempos de crisis, cuando la falta de dinero se convierte en  una obsesión y, sobre todo, cuando el trabajo está tan difícil, los esquemas  tradicionales ya no bastan  ni ofrecen  seguridad; entonces, uno de los problemas más grandes que se presentan, es justamente el poder encontrar gente en la que se pueda confiar y en la que podamos  apoyar responsabilidades, pues llevamos mucho tiempo en  que, sistemáticamente, se han ido destruyendo todos los valores con los que las personas  nos podíamos presentar en la vida.
 Estamos viendo cómo el valor del trabajo se ha destruido  y se ha tirado por los suelos, hasta el punto que se ha devaluado de  tal forma, que nadie lo quiere.  Pero al devaluar el trabajo, que es una de las expresiones más grandes con las que el hombre expresa su dignidad y grandeza, todo se trastorna y se entra en  un mundo imprevisible, pues al degradar a la persona , han entrado en juego y se han venido abajo otros valores que se han convertido en especie rara y casi extinguida, como es el valor de la honradez, de la fidelidad, de la lealtad, de la dignidad, sin los cuales es imposible avanzar en ningún aspecto de la vida, pues sin ellos, las relaciones humanas se convierten en una auténtica jauría.
Metidos en esta onda, me cuenta un amigo que, hace poco, montó un negocio y me dijo cómo había cambiado el método que había utilizado para elegir a la gente, prescindiendo de la tradicional entrevista en la que se suele poner el acento, como es en la desenvoltura, en el curriculum, incluso en el aspecto físico…
 

“Sus empleados no lo conocían; puso a su hijo de encargado y a todos los puso en un periodo de prueba de un mes: pasado el mes, les haría el contrato, pero los valores que él había evaluado eran otros: durante ese primer mes, 4 personas habían pasado por la caja, por la que él pagó, haciéndose pasar  por un pobre hombre ignorante; tres de ellas le devolvieron un cambio inexacto cuando él  les dio un  billete mayor y se disculpó porque había creído  que era menor el precio, y les volvió a dar otro, preguntándoles si había bastante; tres de aquellas personas lo engañaron y se aprovecharon con toda la cara dura del “pobre ignorante”, jugándose el puesto de trabajo.

En el periodo de un mes pasaron cinco personas por la vitrina expositora de los productos; se les indicó que aquello debía mantener una limpieza absoluta, pero si no se les imponía, no se les ocurría pasarle un trapo, para limpiarla al final de la jornada, pues decían que no habían sido puestas para limpiar, sino para vender. Al final se quedó una persona mayor que sentía que aquellos productos, dedicados  a la alimentación, debían estar bien cuidados,  por respeto a la gente que los consumiera.

En la caja se quedó un joven que, habiéndome dejado la cartera con la tarjeta de crédito y bastante dinero en ella,  cerró la caja, y salió a la calle corriendo en busca mía para devolverme la cartera”.  

            La verdad es que,  contar esto como algo excepcional, resulta vergonzoso, pues debería ser algo tan normal que, lo contrario, debería ser la excepción que merecería un profundo análisis y, en último término un castigo.
            Pero  hemos dado lugar a que sea completamente al contrario: estamos viendo que actuar con honradez, con respeto, con fidelidad… es cosa de tontos, hasta el punto que, si en el trabajo practicas estas virtudes, los ismos compañeros te insultan y se burlan y, puestos a mirar el espectáculo que a diario estamos viendo, es triste ver cómo el ir por el camino legal y de la honradez, no te lleva a ningún sitio, en cambio el atropello y hasta la misma delincuencia,  encuentra siempre  la defensa, la disculpa y hasta la justificación; de todas formas, yo apuesto por la honradez, por la justicia, por la verdad, por el respeto, por la fidelidad, por la lealtad… que es lo único que engrandece a la persona y la identifica como alguien