En estos tiempos de
crisis, cuando la falta de dinero se convierte en una obsesión y, sobre todo, cuando el trabajo
está tan difícil, los esquemas
tradicionales ya no bastan ni
ofrecen seguridad; entonces, uno de los
problemas más grandes que se presentan, es justamente el poder encontrar gente
en la que se pueda confiar y en la que podamos
apoyar responsabilidades, pues llevamos mucho tiempo en que, sistemáticamente, se han ido destruyendo
todos los valores con los que las personas
nos podíamos presentar en la vida.
Estamos viendo
cómo el valor del trabajo se ha
destruido y se ha tirado por los suelos,
hasta el punto que se ha devaluado de
tal forma, que nadie lo quiere.
Pero al devaluar el trabajo, que es una de las expresiones más grandes
con las que el hombre expresa su dignidad y grandeza, todo se trastorna y se
entra en un mundo imprevisible, pues al
degradar a la persona , han entrado en juego y se han venido abajo otros
valores que se han convertido en especie rara y casi extinguida, como es el
valor de la honradez, de la fidelidad, de la lealtad, de la dignidad,
sin los cuales es imposible avanzar en ningún aspecto de la vida, pues sin
ellos, las relaciones humanas se convierten en una auténtica jauría.
Metidos en esta onda, me cuenta un amigo que, hace poco,
montó un negocio y me dijo cómo había cambiado el método que había utilizado
para elegir a la gente, prescindiendo de la tradicional entrevista en la que se
suele poner el acento, como es en la desenvoltura, en el curriculum, incluso en
el aspecto físico…
“Sus
empleados no lo conocían; puso a su hijo de encargado y a todos los puso en un
periodo de prueba de un mes: pasado el mes, les haría el contrato, pero los
valores que él había evaluado eran otros: durante ese primer mes, 4 personas
habían pasado por la caja, por la que él pagó, haciéndose pasar por un pobre hombre ignorante; tres de ellas
le devolvieron un cambio inexacto cuando él
les dio un billete mayor y se
disculpó porque había creído que era
menor el precio, y les volvió a dar otro, preguntándoles si había bastante;
tres de aquellas personas lo engañaron y se aprovecharon con toda la cara dura
del “pobre ignorante”, jugándose el puesto de trabajo.
En
el periodo de un mes pasaron cinco personas por la vitrina expositora de los
productos; se les indicó que aquello debía mantener una limpieza absoluta, pero
si no se les imponía, no se les ocurría pasarle un trapo, para limpiarla al
final de la jornada, pues decían que no habían sido puestas para limpiar, sino
para vender. Al final se quedó una persona mayor que sentía que aquellos
productos, dedicados a la alimentación,
debían estar bien cuidados, por respeto
a la gente que los consumiera.
En
la caja se quedó un joven que, habiéndome dejado la cartera con la tarjeta de
crédito y bastante dinero en ella, cerró
la caja, y salió a la calle corriendo en busca mía para devolverme la cartera”.
La verdad es que, contar esto como algo excepcional, resulta
vergonzoso, pues debería ser algo tan normal que, lo contrario, debería ser la
excepción que merecería un profundo análisis y, en último término un castigo.
Pero hemos dado
lugar a que sea completamente al contrario: estamos viendo que actuar con
honradez, con respeto, con fidelidad… es cosa de tontos, hasta el punto que, si
en el trabajo practicas estas virtudes, los ismos compañeros te insultan y se
burlan y, puestos a mirar el espectáculo que a diario estamos viendo, es triste
ver cómo el ir por el camino legal y de la honradez, no te lleva a ningún
sitio, en cambio el atropello y hasta la misma delincuencia, encuentra siempre la defensa, la disculpa y hasta la justificación;
de todas formas, yo apuesto por la honradez, por la justicia, por la verdad,
por el respeto, por la fidelidad, por la lealtad… que es lo único que
engrandece a la persona y la identifica como alguien